Iván Molina Jiménez
L a reforma educativa de 1886, liderada por Mauro Fernández Acuña, estableció secciones normales en el Liceo de Costa Rica y en el Colegio Superior de Señoritas para formar maestros y maestras, quienes tendrían a su cargo la enseñanza primaria. Entre 1890 y 1904, este modelo fue poco exitoso ya que graduó apenas seis personas anualmente; sin embargo, entre 1905 y 1914, dicho promedio ascendió de manera significativa: 33 docentes por año.
Por tanto, en un contexto en el que el modelo indicado empezaba a mejorar claramente su desempeño, Luis Felipe González Flores, subsecretario de Instrucción Pública en el gobierno socialmente reformista de su hermano Alfredo, dispuso fundar la Escuela Normal. Fue creada en noviembre de 1914, con base en el Liceo de Heredia.
En marzo de 1915, la Escuela Normal abrió sus puertas, dirigida por el profesor Arturo Torres Martínez, quien había sido estudiante, en la Universidad de Columbia, del gran filósofo educativo estadounidense John Dewey.
Desempeño. Pese a las elevadas expectativas que los hermanos González Flores tenían en la Escuela Normal, los resultados iniciales fueron desalentadores: entre 1915 y 1919, la institución graduó solo 24 personas por año, un promedio que ascendió a 35 docentes entre 1920 y 1924. En pocas palabras: en su primera década de existencia, el nuevo plantel apenas logró ubicarse en el nivel alcanzado por las secciones normalistas que lo precedieron.
Debido a ese limitado desempeño, en marzo de 1917, poco después de que el gobierno de Alfredo González Flores fue derrocado, el régimen de Federico Tinoco Granados dispuso reabrir la sección normal del Colegio Superior de Señoritas, aunque de manera exclusiva para jóvenes josefinas.
Tal disposición a veces se considera como una medida política dirigida a contrarrestar la radicalización de los estudiantes y los profesores de la Escuela Normal y su oposición a la dictadura de los Tinoco.
Sin embargo, este enfoque deja de lado un hecho fundamental: la reapertura se acordó antes de que el descontento contra el régimen se intensificara, por lo que estuvo motivada principalmente por el limitado desempeño del plantel herediano. Además, la sección normalista del Colegio Superior de Señoritas se mantuvo abierta hasta 1923, cuando fue definitivamente clausurada.
Los datos de graduación confirman el limitado desempeño de la Escuela Normal: entre 1915 y 1924, dicha institución tituló a 292 maestras y maestros, mientras que la sección normalista del Colegio Superior de Señoritas graduó a 232 docentes, aunque sólo estuvo abierta entre 1917 y 1923. Los promedios anuales de graduados ascendieron respectivamente a 29 personas en el plantel herediano y a 33 en el josefino.
Razones. Falta investigar más a fondo por qué la Escuela Normal tuvo un desempeño tan limitado en sus primeros años, pero un factor que pudo haber influido de manera importante fue que no consiguió consolidar un prestigio social y cultural igual o superior al de la sección normalista del Colegio Superior de Señoritas, quizá debido a su ubicación fuera de San José.
Además, dado que no extendía el título de Bachillerato de secundaria, la Escuela Normal quedó como una opción menor, a la que se acogían quienes no podían aspirar a ese diploma.
Omar Dengo ocupó la dirección de la Escuela Normal a partir de 1919 y tempranamente captó el contraste entre las expectativas asociadas con los planteles académicos y las vinculadas con el que él dirigía. En enero de 1922 manifestó:
“La Escuela Normal es, pues, la Escuela de los pobres. No ha de merecerle al Estado mayor apoyo que los colegios de los ricos o de los pudientes? Gasta el Estado en preparar Bachilleres y no ha de gastar mucho más, en darle maestros –y ojalá los mejores– a sus escuelas? Gasta en la educación de quienes, con recursos, persiguen profesiones liberales para provecho propio, y no ha de amparar a quienes, sin medios, buscan los caminos que conducen a servicio eminente e imprescindible del Estado mismo?”
Por la época en la que Dengo expresó la queja anterior, la Escuela Normal todavía no había empezado a mejorar su desempeño, como se desprende de los datos consignados previamente. Esto únicamente ocurrió a partir de la segunda mitad de la década de 1920. Entre 1925 y 1929, graduó un promedio anual de 46 docentes de ambos sexos, cifra que ascendió a 86 maestros y maestras por año entre 1930 y 1939.
Democratización y saturación. Al quejarse acerca de que el Estado privilegiaba los colegios académicos en vez de dar más apoyo a la Escuela Normal, Dengo no mencionó un proceso fundamental que experimentó la segunda enseñanza en el decenio de 1920. El incremento en la proporción de estudiantes que terminaba el sexto grado generó una mayor demanda por ampliar el acceso a la secundaria, por lo que la matrícula en tal nivel comenzó a expandirse.
Ciertamente, ese incremento permaneció dominado por jóvenes procedentes de entornos urbanos y de familias de clase media y alta, pero también se amplió el espacio para quienes provenían de áreas rurales y de sectores populares.
En el marco de esa democratización inicial de la segunda enseñanza, la Escuela Normal finalmente logró mejorar su desempeño, pero en condiciones muy específicas, que fueron detalladas en marzo de 1935 por Ramón Rodríguez, jefe administrativo de Educación Primaria. Según él, ejercer la docencia se convertía en la principal opción para quienes no podían cursar una carrera universitaria:
“[…] prácticamente todos los Colegios oficiales de educación secundaria están produciendo maestros. Los Bachilleres, con escasas excepciones buscan plaza en el Magisterio […] y cuando logran colocarse entran dos años más tarde con el título de Normalistas […] al escalafón de maestros. […] urge la fundación de escuelas de carácter vocacional complementarias, que abran a las juventudes caminos hacia campos de actividad distintos a los del Derecho, la Farmacia, el Magisterio y algún otro, a los cuales se llega por necesidad, a intelectualizarse, sin provecho visible en muchos casos y sin que, por ello, pueda haber selección”.
A medida que se incrementó la matrícula en secundaria, también se elevó el número de graduados que aspiraban a ingresar a las dos principales escuelas universitarias existentes en el país en esa época: la de Derecho y la de Farmacia.
Puesto que tales instancias no podían dar cabida a todos los titulados de colegio, una proporción creciente de los jóvenes que no ingresaban a esas carreras se inscribían en la Escuela Normal. Este fenómeno fue el que provocó que el número de normalistas graduados casi se duplicase en menos de diez años.
Con la fundación de la Universidad de Costa Rica (UCR) en 1940, la primera etapa de la Escuela Normal llegó a su fin ya que fue absorbida por la nueva institución de enseñanza superior.
Debido a que la UCR no logró graduar el número de educadores de primaria que el país requería, la Escuela Normal fue reabierta en 1950, y pronto superó a la propia UCR en términos de la cantidad de títulos expedidos. Su clausura definitiva ocurrió a inicios de la década de 1970, cuando fue incorporada a la Universidad Nacional, creada en 1973.
El autor es historiador y miembro del Centro de Investigación en Identidad y Cultura Latinoamericanas de la UCR. Este artículo sintetiza aspectos de un libro de próxima publicación sobre la historia de la educación costarricense.