En la pura esquina donde el bulevar de la avenida central se termina (hacia el este) y se topa con la calle 9, Chelles tiene más de un siglo de acompañar y ser parte de la historia de San José. No solo es sobreviviente de una capital muy diferente a la actual, sino que ha sido sitio de encuentro de literatos, artistas y los más variados relatos. Una historia que genera historias.
Este restaurante –soda, cafetería o bar dependiendo de la época– abrió sus puertas a finales del siglo XIX cuando la principal avenida capitalina era de piedra y al frente pasaba el tranvía.
En la novela El pasado es un extraño país, el dramaturgo y escritor Daniel Gallegos (1930-2018) escribió que el lugar lo abrió un tal míster Chase; al pronunciarlo, la gente deformó aquel apellido hasta que le dijo Chelles y así bautizó el negocio. Qué origen tan criollo.
Acerca de quién lo abrió hay versiones diferentes, se encuentran textos en la prensa que mencionan que su dueño era francés y no estadounidense, y el escritor Alfonso Chase asegura que lo comenzó su tía Marina Chase, quien era toda una emprendedora y también tuvo una pensión.
Sobre lo que no hay duda alguna es que se escogió el lugar por su ubicación privilegiada y estratégica. Allí había una parada del tranvía –comenzó a funcionar en San José en 1899– y se tomaba la ramal de calle 9 para ir al Liceo de Costa Rica o a la Estación del Pacífico, según detalla Andrés Fernández, arquitecto y cronista urbano.
Era el inicio del siglo XX y crecía la influencia norteamericana en San José, así como el interés –bastante esnobista– por usar nombres en inglés. Chelles fue el primer bar llamado como tal en una ciudad llena de cantinas, cuenta Fernández; se diferenciaba de otros porque no solo dispensaba licor, sino que también vendía comida.
En las cercanías siempre han existido espacios o negocios destacados en la capital como el Teatro América y, mucho después, los teatros Carpa y Cuesta de Moras y Manolo’s, por citar algunos ejemplos, los cuales han cambiado a lo largo del tiempo. Y de esos sitios provenían muchos de sus conocidos clientes.
En una San José poco noctámbula, abrir las 24 horas se convirtió en una de las características favoritas de quienes podían conversar hasta que empezara a rayar el sol. ¿Cuándo empezó el horario de 24/7? No hay claridad al respecto, pero hay testimonios que cuenta que en los años 30 o 40 ya era el refugio de la bohemia josefina por esa razón, explica Fernández.
Valor arquitectónico
Si tener más de un siglo y sobrevivir a un incendio hace más de una década no fuera suficiente, Chelles como inmueble también tiene valor arquitectónico.
“Es una de las últimas sino la última construcción criolla josefina: esquina con canto a 45 grados, entrada por la esquina, entrada lateral, balcón en el segundo piso dando a la esquina, arquitectura de herencia colonial que nos recuerdan a las casas de adobe y bahareque por su volumetría, construcción de madera con marquetería y ventanas de influencia neoclásica”, dice el arquitecto.
Luego remata: “Chelles es lo más criollito que le queda a la avenida central. Es icónico y alucinante tener una construcción así y que haya sobrevivido tanto tiempo”.
¿Está declarada como patrimonio arquitectónico e histórico del país? No, no lo está; sin embargo, que es patrimonio de la ciudad es incuestionable.
“Me enteré en Chelles”
Con un café o una birra, con un emparedado de carne, un arreglado o un gallo pinto, diferentes generaciones de artistas y escritores volvieron a Chelles una parada obligatoria: no solo para encontrarse a amigos y colegas, sino para mantenerse al tanto de qué pasaba en el país y qué novedades había.
Alfonso Chase, autor de 75 años y quien escribió un cuento llamado Desayuno en Chelles sobre cómo el narcotráfico planea allí un crimen, afirma que desde los años 60 Chelles y el Café París se transformaron en sitios de ligue, encuentro y tertulia para su generación. “Chelles cambió mucho; empezó a llegar mucha chusma. Chelles es hijo de una ciudad que se está perdiendo; desaparecieron La Eureka, La Perla, Las Esmeralda, La Garza…”, expresa con su tradicional claridad.
Anacristina Rossi, autora de La loca de Gandoca y Limón Blues, es otra de las escritoras que disfrutó los años dorados de este sitio capitalino. “Mis mejores recuerdos de Chelles era cuando yo era amiga de Alfonso Chase y novia de Carlos Francisco Echeverría y recalábamos allí a la medianoche. Era un ambiente muy relajado para pasarla bien. Después me fui para Inglaterra y Francia y, a mi regreso, mi vida fue muy distinta y ya no volví”, escribió ella, vía correo electrónico, desde la Feria del Libro Guadalajara.
Enterarse en Chelles era una fuente tan confiable como imprecisa, manifiesta Andrés Fernández entre risas.
Chelles era una manera de vivir la ciudad, dice el escritor Carlos Cortés.
“Lo que sucede es que en Chelles entraba y salía todo el mundo. En los ochenta estaba en la confluencia del Teatro Carpa, La Capucha, Akelarre y Manolo’s, y cerca de los teatros de Cuesta de Moras. La ciudad era aún un espacio habitable y al mismo tiempo un lugar de paso, como un gran bulevar. Si querías encontrarte con alguien, sin necesidad de ponerte de acuerdo con él, a décadas de distancia del teléfono celular, bastaba con ir a Chelles”, cuenta el autor de novelas como El año de la ira (2019) y Largo viaje hacia mi madre (2013).
Es más, su novela Cruz de olvido (1999) le rinde un largo homenaje a Chelles como un lugar iniciático.
“Para mí era una cafetería de escritores pero supongo que otros artistas lo sentirían como parte de su mundo. Así que en algún momento de la noche te dejabas caer por Chelles a conversar de lo que había pasado en el mundo de la política o de la cultura. Recuerdo de las discusiones extremas sobre la crisis del puerto del Mariel, en 1980, en que miles de cubanos emigraron a Estados Unidos, y sobre la revolución sandinista, o sobre el desastre de la política cultural”, agrega luego.
Para el escritor Álvaro Rojas, coordinador del Colegio de Costa Rica, este restaurante es un referente.
“Es una soda que ha sobrevivido al paso del tiempo, es un punto de referencia en San José, en la ciudad real y en la literaria. En varias novelas contemporáneas aparece Chelles como escenario al que se acercan bohemios, solitarios, noctámbulos. Algo importante también es que abre 24 horas, entonces el ambiente y la clientela cambian durante el día. En algún momento fue punto de encuentro para tertulias literarias. Es una soda con historia, de las que quedan muy pocas, en una ciudad que no suele respetar su pasado”, comenta.
Todos coinciden en que la capital ha cambiado y Chelles también: son otros sus clientes y su espacio en el ambiente josefino, aunque no deja de atraer a noctámbulos hambrientos ni a tertulianos en busca de oídos dispuestos y alguna bebida. Chelles representa a otra San José.
Desde que el periodista Carlos Fernández, director del programa Charlemos, publicó la semana pasada que Chelles cerraría, comenzaron las preguntas, los rumores y los más variados comentarios en torno a Chelles. Sus dueñas aún no se han pronunciado, a pesar de insistentes llamadas de La Nación y de otros medios.
Con más de un siglo a cuestas, el negocio abierto por aquel tal míster Chase sigue generando que hablar. Chelles es un lugar lleno de memoria en un país que tiende al olvido.