Clara Wieck (Klärchen –Clarita– la llamaba quien sería su esposo, Robert Schumann–) fue una de las más grandes pianistas de su época.
Era la “obra maestra” de su padre, el pedagogo Friedrich Wieck. Amén de las incontables y solitarias horas de práctica pianística, estudiaba violín, canto, teoría, armonía y composición. A los 8 años ya se presentaba en las principales ciudades alemanas y a los 11 deslumbró a todo París con su prodigioso talento: los parisinos no eran fáciles de impresionar: estaban acostumbrados a los fuegos de artificio pianísticos de Liszt y Chopin, y a la mefistofélica prestidigitación de Paganini.
Sin necesidad de firmar pactos con Satán, Clara maravillaba a todo mundo con su musicalidad. Goethe, Mendelssohn, Chopin y Liszt se rindieron a sus pies, después de escucharla tocar. Goethe, el sabio de Weimar, le regaló una medalla con la inscripción: “A la gran artista Clara Wieck”, y Liszt, generoso como siempre, escribió un panegírico que fue publicado en París y Leipzig.
Por poquísimo sucede lo que hubiera sido un alineamiento planetario excepcional: un recital con Paganini. Todo estaba preparado, pero una epidemia del cólera en París frustró el evento.
Los oscuros caminos del amor
Robert Schumann era nueve años mayor que Clara. Se conocieron cuando ella tenía 11 años y él, 20. Schumann se hospedó en la casa de los Wieck para estudiar diariamente con Friedrich. Una lesión en el cuarto dedo de la mano derecha puso fin a su sueño de virtuoso. Fue el bendito evento que lo lanzó a la composición musical.
Algo, en la niña que era Clara, interpeló muy hondamente al eterno niño que era Schumann. Este se disfrazaba de fantasma para asustarla, improvisaba para ella cuentos, poemas… jugaban como chiquillos. Y ahí fue coagulando, lentamente, el más telúrico de los amores. Cuando Clara cumplió 18 años, Schumann le propuso matrimonio, y ella aceptó. La boda no tendría lugar hasta el 12 de setiembre de 1840, un día antes de que Clara cumpliera 21 años.
Friedrich Wieck se reveló como el déspota, el despreciable personaje que era. Aunque reconocía el talento de Schumann, lo acusó legalmente por insolvencia económica y por borrachín ( sic ) a fin de evitar su unión con Clara, convertida ahora en mujer de armas tomar, en fémina en Mi bemol mayor y Allegro apassionato.
Ambos arrastraron las peores humillaciones, antes de ver por fin su unión consolidada: a no dudarlo, la más bella historia de amor de los anales de la música. Para la boda, Schumann le regaló a Clara el ciclo de canciones Mirtos , sobre textos de amor de poetas diversos. Recordemos que en la mitología griega, los mirtos simbolizaban el amor. “Acepta esta, mi canción de amor para ti” –reza la dedicatoria de Robert–. Y de su Fantasía para Piano en Do mayor , dijo: “No es más que un desesperado grito de amor por ti, mi Klärchen”.
La compositora
Componer al lado de Schumann no era fácil. Comencemos por lo más pedestre: solo tenían un piano, y era menester compartirlo para componer y para que Clara ensayara los difíciles programas que luego presentaba en Alemania, Austria, Inglaterra, Rusia.
De todas estas contrariedades domésticas encontramos abundantísima información en los diarios íntimos que Clara y Robert –sobre todo él– mantuvieron. En ellos nos enteramos hasta de qué días hacían el amor, y los nombres cariñosos que se daban mutuamente.
Clara compuso varios sets de variaciones sobre temas de Schumann, y este compuso también varias colecciones de variaciones sobre temas originales de Clara: era la simbiosis musical perfecta. Se fecundaban recíprocamente.
“Componer me da gran gozo… no existe nada que sobrepase la felicidad de crear. Me olvido de mí misma durante horas, y vivo enteramente en un mundo de música”, decía Clara.
Quizás la más bella de sus composiciones sea su Trío para piano, violín y chelo , aunque su Concierto para piano , sus lieder sobre textos de poetas alemanes, sus Tres romanzas para violín y piano –compuestas para celebrar el aniversario de su esposo– y sus Vorspiele (improvisaciones) están llenas de lirismo, de ternura, y no menos que Schumann, pareciesen habitadas por la llama del amor.
Después del colapso mental que provocó la reclusión de Robert en el manicomio de Endenich y su muerte en esta institución, dos años más tarde, Clara compuso muy poco.
Se dedicó a dar conciertos, a prodigarse como la gran pedagoga que era y, sobre todo, a asegurar la inmortalidad de la obra de su marido. Fue ella –con la asesoría de Brahms– quien preparó la edición definitiva de la opera omnia de Schumann para Breitkopf und Härtel.
Después de Schumann
Clara sobrevivió a Schumann por 40 años. Tuvo con él ocho hijos. “Los hijos son una verdadera bendición, si pudiese tener 20 los tendría”, comentaba extasiado Schumann. Lo que Robert no menciona es que, aunque fue un padre amoroso y atento, la educación y el cuidado de esos vástagos corría a cuenta de la inextinguible Clara, que se prodigaba proteicamente como concertista, compositora, profesora, paladín de la obra de su marido… y mamá a tiempo completo de ocho críos.
Y, por otra parte, ¡qué cantaradas de dolor tuvo que tragarse Clara, con estos hijos enfermizos, algunos de ellos afectados por la misma dolencia mental que llevó a su padre a la muerte! Cuatro hijos murieron en edad adulta, uno de ellos “enterrado en vida en un asilo” (palabras de Clara).
Nadie sabe con certeza en qué consistió le enfermedad mental de Schumann. La hipótesis de la sífilis terciaria pierde veracidad, y pocos biógrafos hoy en día la endosan.
Pero una cosa es incontrovertible: era una afección de tipo hereditario. Una hermana de Schumann se había suicidado durante su infancia, Robert intentó hacer lo mismo, y su hijo Ludwig terminó sus días internado en un manicomio, como su padre. Así que nuestra querida Klärchen tuvo que llevar a la tumba a cuatro hijos, su esposo, y sus dos padres: a fe mía, una sustancial ración de muerte.
El legado
Clara formó alumnos que, bien entrado el siglo XX, propagaron el evangelio de sus enseñanzas musicales. Su progenitura pedagógica es vasta.
Sin embargo, por encima de todo, ahí está su obra musical, que hoy en día es revivida por numerosos intérpretes y se va haciendo su campito en el canon musical universal.
Clara Wieck: el amor y la música fueron las dos alas de su espíritu. Con ellas se remontó a alturas que, oyendo su música, también nosotros podemos sobrevolar.