Todos tenemos historias que contar; desde hace milenios, la humanidad se ha reunido al calor de las palabras. Sin embargo, convertir esto en un oficio que toque corazones y entretenga al público durante años es algo que solo algunos costarricenses han logrado. Juan Cuentacuentos, Ana Coralia Fernández y Rodolfo González se saben este cuento al pie de la letra y se lo narraron a La Nación.
Juan Cuentacuentos, sí, con ese apellido (el Madrigal ya pasó a ser casi meramente una formalidad para el Registro Civil), es el primer eslabón de la escena de cuenteros en Costa Rica. Aunque, como él menciona, ya existía algún grupo en San José, nadie había logrado su trascendencia.
Comenzó en el mundo de la narración oral por accidente, contando cuentos para niños en un grupo de catequesis en el barrio del INVU Las Cañas de Alajuela, hace 40 años. Aunque ya tenía afinidad por el teatro, en ese entonces pronosticaba que “viviría muy feliz para siempre” dedicándose a la veterinaria, área en la que había estudiado un técnico en el antiguo Colegio Técnico Agropecuario de Guápiles.
“A mí no me contaron cuentos cuando era niño y cuando me encontré con la literatura infantil era como contarme los cuentos a mí mismo y como me gustaban tanto, se los empecé a compartir a las demás personas”, comentó el alajuelense.
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Formó parte de grupos de teatro aficionado hasta que se topó con uno de esos besos de la vida que convierten al sapo en príncipe y, en este caso, al veterinario en artista. Tras regresar de una gira por España, decidió que su vocación era el arte e ingresó a estudiar Artes Escénicas en la Universidad Nacional.
Con la Compañía Nacional de Teatro participó en el 2000 de un montaje de Ricardo III, de William Shakespeare; al finalizar la temporada de tres meses en el Teatro de la Aduana, recibió una invitación para formar parte de un festival en Medellín, Colombia.
Al ver la programación del evento colombiano, le llamó la atención que un narrador de ese país presentaría la misma obra de Shakespeare en la que recientemente había actuado.
“Me fui a ver qué me podía ofrecer un cuentero con esa obra, si yo venía de montarla con un elenco de más de 40 personas. Ese día me di cuenta de que realmente el público nos regala la escenografía, imágenes y todo lo que queríamos hacer en teatro. El cuentero colombiano me dejó más claro Ricardo III que lo que nosotros se lo habíamos dejado al público costarricense”, rememoró.
Esa experiencia hizo que el artista, que ya tenía años contando cuentos pero como “un arte menor”, comenzara a impartir talleres en Alajuela para expandir ese nicho en su provincia. Ahora, gracias a su labor de décadas, se ha convertido en el principal referente de la cuentería tica y en una pieza fundamental para el desarrollo de otros grandes talentos.
“Llevo con orgullo ser cuentacuentos y siempre lo dignifico, aunque haya compañeros que vayan a presentarse a una escuela solo por el almuerzo, no estoy de acuerdo con eso porque para mí esto es un oficio y uno que se paga”, afirmó el actor.
Ana Coralia Fernández, una cuentacuentos a tiempo completo
Una de las figuras que ha crecido en la narración oral junto al alajuelense es Ana Coralia Fernández. La periodista josefina se crió en un hogar apasionado por la literatura, siendo de las niñas “que se durmió con cuentos”.
Comenzó en la narración oral a principios del 2000, al utilizarla como una herramienta de promoción de lectura, debido a su trabajo en una editorial como enlace entre la empresa y los maestros de los centros educativos.
Un par de años después, Juan Cuentacuentos la invitó al grupo de Los Alaputenses, recién creado por el alajuelense. En ese espacio, cuenta Ana Coralia, dilucidó el trasfondo y la comunidad que existía detrás de ese arte que desarrollaba intuitivamente.
“Cuando uno descubre a gente que anda en el mismo camino es muy interesante, porque entre todos nos enseñamos y aprendemos. Pero hay algo muy importante, no nos copiamos, el oficio tiene esa belleza que es, desde tus propios recursos, tratar de encantar a los demás con las palabras”, expresó.
Fernández descubrió que más allá de un recurso, contar cuentos era el camino mediante el cual podía hacer converger todas sus pasiones artísticas y, a larga, ser el medio para ganar su sustento. Actualmente, se dedica por completo a la narración oral, con presentaciones en centros educativos, festivales, empresas y escenarios dentro y fuera del país.
“Me parece que es una manera maravillosa de conectar con la gente, el cuento es edificante para mí y en las historias hay una gran escuela sin papeles. En países tan pobres como los nuestros, la narración oral viene siendo la forma de educar sin tanta parafernalia”, agregó la comunicadora.
Rodolfo González: Los cuentos como un refugio inesperado
Pareciera ser que este oficio empieza siempre con “Había una vez un accidente”. Así lo termina de confirmar Rodolfo González, periodista y escritor que comenzó en el mundo de la cuentería desde hace casi dos décadas.
Tan predestinado y sorpresivo a la vez, así como van a dar al suelo los mangos del Parque Central de Alajuela, el comunicador acabó convirtiéndose en cuentacuentos. Siempre tuvo pasión por las artes escénicas, pero debido al estrés laboral había abandonado ese espacio que lo hacía feliz.
En 2005, por recomendación de su pareja en ese entonces, quien era psicóloga y conocía a Juan Cuentacuentos, fue a ver un espectáculo del artista con su grupo Los Alaputenses.
Posteriormente, Juan lo contactó para escribir en conjunto el monólogo Con el perdón de Dios. Aquí entró en escena Alfredo Ulloa, otro personaje de la cuentería alajuelense, el cual los entrevistó por la obra en un programa radiofónico e invitó al periodista a participar de Los Alaputenses.
Como quien no quiere la cosa, Rodolfo asistió a la reunión, sin esperar que allí, se encontraban organizando la Fiesta Internacional de Cuenteros Alajuela Ciudad Palabra, la cual ha traído al país a más de 150 narradores internacionales de diferentes latitudes, algunas tan lejanas como Camerún.
Desde ese entonces, la cuentería es ese sombrero que González ya no se quita ni para saludar. El artista afirma que sus facetas como historiador, escritor y docente están totalmente atravesadas por su oficio de narrador.
“Siento que escribo como cuando cuento. Algunas personas me dicen que cuando están leyendo mis novelas, La espinita y Libertad al amanecer, pueden escuchar mi voz; entonces, eso me da una pista de que estoy haciendo oralidad, pero obviamente escrita”.
Para los tres narradores orales, este oficio es necesario para la sociedad, pues logra conectar a las personas con su esencia más humana, en medio de una realidad llena de violencia y de un vertiginoso ritmo de vida marcado por las tecnologías digitales.
“Narrar historias nos hace recordar que somos nosotros los importantes, que el ser humano es el que ha inventado todo esto (la tecnología). Nos recuerda que las personas pueden ser maravillosas cuando quieren y también horrorosas cuando se lo proponen”, aseveró Fernández.
El oficio de la narración oral deja historias que ‘parecen de cuento’
De la misma forma en que estos narradores llenan de historias los corazones y la memoria de tantas personas, la vida se ha encargado de recompensarlos con anécdotas que los han marcado profundamente.
Juan Cuentacuentos es testigo de cómo las palabras pueden transformar vidas. Recuerda que al finalizar una función en la que narraba la historia de la tortuga Clementina, la cual se libera de la manipulación y malos tratos de su pareja, recibió un mensaje impactante. “Una mujer del público se acercó y me dijo que su hermana salió llorando de esa función y dijo: ‘Yo no quiero ser más Clementina’, y terminó divorciándose”, rememoró.
También compartió con cariño lo sucedido durante un espectáculo en el parque metropolitano La Sabana. En esa ocasión, un niño interrumpió para pedirle que hiciera una pausa, a lo que él accedió y procedió a mirar con asombro lo que aquel infante hizo.
“Nos quedamos viendo y el niño se metió por un área verde, hasta llegar a un play donde estaba un amigo. Lo bajó del tobogán, le dijo algo al oído, se lo trajo de la mano y lo sentó al frente. Para mí, eso fue algo tan poético porque, de alguna manera, el chiquito no quería dejar que su amigo se perdiera esto”, relató el artista escénico.
Por otra parte, Fernández revivió una presentación en un espacio público del centro de San José. La narradora hacía un espectáculo con un títere, con el cual repartía besos al público, entre ellos a una persona en condición de calle.
“Para mi sorpresa, el hombre se tapó el beso con la mano y se fue corriendo para que nadie se lo quitara. De repente para él, un habitante de la calle que para tanta gente es invisible, ese fue su milagro del día y, sin duda, para mí también. ”
Para González, una de las historias relacionadas con la narración oral que más lo impactó no la protagonizó él, sino la actriz Matilde Crespo, quien actualmente no se dedica a la cuentería.
El cuentero estaba como espectador de Crespo en una función en el 2006, cuando ella narraba una historia sobre una serpiente que quería tragarse a una luciérnaga. La artista tica finalizaba con el mensaje: “Nunca hay que dejar que nadie le robé la luz”, lo cual hizo romper en llanto a una joven que se encontraba en el público.
“Esa anécdota me conmovió mucho porque pensé: ‘¿Qué estoy haciendo?, ¿qué hace uno cuando se trepa en un escenario?’. Yo estoy pensando en lo bien que la paso, pero resulta que uno tiene que tener mucho cuidado con las palabras que usa, porque está removiendo cosas en algunas personas”, contó.
Esa es la clave que los ha mantenido vigentes por décadas: conocer y respetar a las palabras, esos duendes que componen sus relatos y que, a cambio, les llevan junto con los oyentes, a esa olla mágica llena de ilusión, memoria y fantasía.