Con un simple googleo de imágenes de San José, se puede dar una referencia sencilla de cómo es la dinámica usual en la capital costarricense.
En las fotos, aparecen los edificios emblemáticos de la ciudad (los correos, el Teatro Nacional, la Plaza de la Democracia...) con la inevitable compañía de transeúntes que se dividen entre quienes miran los rostros ajenos y el bulevar sobre el que caminan.
Desde el pasado 20 de febrero, con la inauguración de la exposición La fuerza y la universalidad de la esfera, la gramática citadina ha cambiado. Las esculturas del artista Jiménez Deredia, en una de las muestras al aire libre más importantes del país, provoca que las fotos evidencien un cambio.
En medio del remolino diurno, tan frenético, se pueden observar las cabezas de quienes transitan mirando hacia arriba. Parece inevitable voltear el cuello para mirar lo nuevo y es natural: es una excepción poder contar con una muestra de lujo en medio de los elementos de la ciudad que recuerdan toda la memoria histórica de una nación.
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Paso a paso
Vale recordar que la exposición de las esculturas de Jiménez Deredia realiza un recorrido particular por la capital. La siguiente crónica toma la ruta natural que la propia Municipalidad de San José propone para su exploración, comenzando en el edificio de Correos de Costa Rica hasta llegar a la avenida central, donde se continúa hasta atravesar la Plaza de la Cultura y acabar en la Plaza de la Democracia (dos puntos neurálgicos donde se encuentran la mayor parte de las obras del escultor).
Al comienzo de este recorrido, un puesto de información con mapas recibe a los transeúntes. A un lado de este puesto –ubicado al puro frente de la entrada a los correos– se encuentra Randy Chinchilla, uno de los policías municipales al que le toca resguardar dos de las obras: Génesis Evolución (que se conforma de cuatro esferas) y Juego.
“La verdad no podría calcular el movimiento que ha tenido la gente con la exposición porque hasta hoy me toca aquí”, cuenta el oficial municipal. “Yo siempre cuido los bulevares. Siento que todo ha estado tranquilo, con varia gente que sí ha venido solo a ver las obras así que imagino que ha habido más que de costumbre”.
El oficial, que hasta el año pasado integra parte de la fuerza policíaca de la municipalidad, mira con calma a quienes pasan, a quienes se toman una fotografía, tocan el caliente bronce y el frío mármol y se quedan observando las obras.
“Igual nuestras funciones son de supervisión. Desde que el señor (Jiménez Deredia) dijo que se pueden tocar hemos estado muy tranquilos. Claro, es casi imposible fijarse en que todas las manos de quienes pasan estén limpias, pero en esas estamos”, bromea.
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A unos cuantos metros del oficial, José Quirós se detiene a mirar el periódico. Se sacude su pelo canoso antes de comenzar a leer La Teja y dobla la pierna para sentirse cómodo.
Quirós viene de hacer compras en el mercado y pensó en pasar a los correos para ver la escultura Génesis Evolución. Confiesa que antes visitaba muchos museos porque trabajaba como transportista de escolares, pero últimamente le resulta más complicado.
“Ahora es una oportunidad especial y siento que la gente lo disfruta. Todos se toman fotos. Yo no me tomo fotos porque siempre ando solo, sino también lo haría”, dice entre risas.
En esta plaza de los correos, las esculturas se funden con el claro ecosistema. Las fuentes del Club Unión chorrean agua, los periódicos locales se pasan de mano en mano y uno que otro turista angloparlante pregunta en mal español a los señores que se sientan a hablar al frente de la escultura monumental qué es lo que sucede con las esculturas.
Más adelante, al comienzo del bulevar de la avenida central, se encuentra un viejo conocido de quienes caminan las venas de San José con frecuencia. Con su gorra negra bien puesta, una barba clara prominente y violín en mano, aparece don Hurtiñano Orozco, un residente diurno de la capital desde hace dos años. “Yo con las esculturas y con el violín me siento bien”, dice entrecortadamente Hurtiñano, quien viene seis horas al día para recaudar algunas monedas.
“A mí mi esposa se me murió y me cuida mi hija. Yo no quiero ser una carga. Yo vengo a hacer este trabajito. Ahora voy a la casa, en Tres Ríos y mi hija me cuida. Siempre he estado aquí y ahora tengo esta escultura a la par. La gente pasa, la ve y de paso me puede escuchar. Eso significa para mí algo; así la gente me ve".
Hurtiñano pasa sus horas junto a la obra Plenitud, escultura que se sitúa en el marco de entrada de la tienda deportiva Arenas. Allí, Ignacio Cedeño, un estudiante universitario que realiza un trabajo de temporada como dependiente confiesa que es un gran enamorado de San José.
“Yo siento que la exposición recuerda todo lo que hay en San José. Está el tour de los museos, están los recorridos por los edificios patrimoniales... El año pasado estuve trabajando en uno de esos edificios patrimoniales y a mí me hacía muy feliz ir porque realmente es especial, es muy lindo. Siento lo mismo ahora”, cuenta Cedeño, de 21 años.
En las afueras de la tienda están las dos esculturas ubicadas con mayor altura en toda la muestra, con el propósito de verse a lo lejos del bulevar. Después de ambas obras, las personas que transitan pueden tocar el mármol y bronce con el que Jiménez Deredia ha trabajado.
Más cerca de alcanzar la Plaza de la Cultura, don Gilberto Arce inspecciona con ojo entrenado la gran escultura Recuerdo profundo. Se acerca con sigilo, le da dos vueltas y comienza a tocarla.
Arce creció muy cerca del sitio donde el escultor se crió, en la provincia de las flores. “De hecho yo vengo desde Heredia únicamente para ver la exposición. Yo posiblemente conocí a los papás de Jiménez porque en Heredia todos nos conocemos. Yo vengo sorprendido porque siempre había escuchado de las obras y aquí hasta las puedo tocar. No es poca cosa”, afirma Arce con las manos en enérgico movimiento.
Más adelante, propiamente en la Plaza de la Cultura, cinco esculturas rodean al Teatro Nacional. Muchas personas –entre ellas una oleada de turistas estadounidenses– aprovechan para tomar fotografías, pero desde lo lejos destaca la figura de Ana Elena Baltodano, una vecina de Escazú que vino con su amiga Diana Castro para hacer un doblete cultural.
Por una parte, Baltodano confiesa que desde hace días deseaba venir a conocer el recorrido y que aprovechó el estreno de la zarzuela María de la O en el Teatro Nacional para “matar dos pájaros de un solo tiro”.
“Pero yo estoy emocionadísima”, grita Baltonado. “Usted se imagina el orgullo que a uno le da que un costarricense haga algo así. Yo le digo a todo el mundo que es impresionante”.
Efectivamente, dos señoras pasan cerca de Baltodano y ella aprovecha para hablarles.
“Es que vean la nariz”, le dice a las señoras, “vean la cabeza, lo que pesa esto. ¿No es increíble? Yo quisiera quedarme. Es más: yo quisiera que apareciera el propio Deredia para besarlo y abrazarlo".
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Tras atravesar la Plaza de la Cultura y continuar el camino que se traza en Cuesta de Moras aparece el Museo del Jade, espacio que abre las puertas al final del recorrido.
Alrededor del recinto, una colección fotográfica de Nacho Guevara retrata el proceso de creación de Jiménez Deredia. En las afueras del museo, ocho esculturas trazan líneas imaginarias a lo largo de la Plaza de la Democracia.
En este sitio, un encuentro intergeneracional ocurre. Por un lado, estudiantes de último año del Liceo de Gravilias posan de escultura en escultura al ritmo que su adolescencia les permite. A su lado, tres señoras también se abren paso entre las obras para grabar memoria de su paso en Costa Rica.
Las señoras son las gemelas Evelyn y Ana Rojas, quienes posan juntas mientras su otra hermana Elibeth captura el momento. “Pero yo quiero que salgamos las tres”, dice Evelyn, así que le pide al colegial Justin Brenes que si puede fotografiar la experiencia.
“Nosotras vivimos en Canadá, pero nos encanta Costa Rica. Vinimos aquí a aprovechar porque es algo muy hermoso que no siempre se tiene y que extrañamos allá”, cuenta Evelyn. “Nosotras somos gemelitas y vinimos juntas a disfrutar y ya vamos a seguir con el resto de las esculturas”.
Mientras tanto, el resto de adolescentes continúan corriendo entre las esculturas sin problemas, pues este grupo de jóvenes ha llegado a la plaza ante una asignación que les dejó su profesora de artes plásticas.
En este recorrido matutino de martes, las opiniones parecen hegemónicas sobre el beneplácito que recibe la muestra, pero es innegable que también existen detractores. El sondeo casual no ha incluido opiniones negativas, pero en redes sociales –especialmente en Twitter– ha habido manifestaciones en contra de la exposición, en contra de Jiménez Deredia por su estilo escultórico y por supuestas apropiaciones culturales que comete el artista.
La efervescencia, eso sí, es innegable. Una muestra de arte vuelve a sacudir el país y cuesta pensar en otro movimiento público que haya posicionado a San José como centro cultural. De aquí al 15 de julio –día que finalizará la muestra– más historias aparecerán, más visitas y rostros decidirán subir su cabeza para encontrarse con las esferas que tanto ama Jiménez Deredia.