Hace semana y media, la noche del miércoles, una centena de artistas se reunió en el Museo de Arte Costarricense (MAC), en La Sabana, para hablar del nuevo Salón Nacional de Artes Visuales.
Vinieron muchos: el estudiante recién llegado de un curso en Bellas Artes, con su carpeta de tareas extraclase en mano; el artista maduro, consagrado en salones de los años 70 u 80; la artista de renombre cuya carrera nació y se consolidó en una era sin salones.
Al frente de los artistas, estaban los tres miembros del jurado (Rosina Cazali, prestigiosa curadora e investigadora guatemalteca; Hervé Vanel, historiador del arte francés; y Katya Cazar, curadora ecuatoriana) . A su lado, Sofía Soto-Maffioli y María José Chavarría, directora y curadora del MAC, respectivamente, impulsoras del primer Salón desde 1993.
¿Cuáles fueron los criterios de selección? ¿Qué sentido tiene hablar de categorías “bidimensional”, “tridimensional” y “otros medios”? ¿Cómo ven el arte costarricense presentado a su juicio con respecto al panorama internacional? Las preguntas de los artistas se formulaban, claro, sin saber las conclusiones del jurado, que develó su selección final (y los ganadores) ayer.
Vieron 242 obras de 155 artistas; sopesaron su factura técnica, su claridad de ideas, su pertinencia y cuanto tema más saltó a su mesa de discusión. Eligieron a sus ganadores. El público puede conocerlo a partir de esta semana en el museo.
Remezón. Cuando se celebró el último Salón Nacional, en 1993, el MAC era otro. No es perogrullada: el país era otro. Faltaba poco para abrir el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo, de vocación actual y centroamericana; faltaba más de un lustro para que la Fundación Teorética abriera en barrio Amón. Muchos espacios cerraron, como la Galería Nacional de Arte Contemporáneo, y otros abrieron; nacieron universidades, fundaciones, certámenes, investigaciones…
El mundo artístico del 2017 que recibe al nuevo Salón Nacional de Artes Visuales es, pues, tan distinto que invita la pregunta: ¿para qué un Salón? “La gran pregunta, en el momento que entré (hace un año) fue cómo actualizar la institución y hacia dónde queríamos llevarla”, dijo en una entrevista Soto, directora del MAC, junto a la curadora, Chavarría.
“Trabajamos de una manera muy reflexiva sobre la programación, sobre cómo trabajar un museo que es al mismo tiempo legitimador, un museo oficial (en el mejor de los sentidos), y también un museo que por vocación tiene la obligación de actualizarse y actualizar lo que puede ofrecer al público como visión de arte costarricense”, explicó la directora, quien vivió por varios años en Francia.
El MAC ha vivido por un par de décadas atrapado en una paradoja: se le exige que exhiba grandes obras de la historia del arte costarricense pero, a la vez, está obligado a ser un museo vivo. El museo tiene una colección de 7.000 piezas que incluyen algunos de los hitos de las artes ticas, como El portón rojo y Domingueando .
“Ha habido una tendencia a pensar este museo como un museo moderno y como un museo legitimador desde lo histórico, nada más”, dice Soto. El museo, por ley , no tiene el mandato de ser solo histórico. Entre otros mandatos, el artículo 2 de su ley de creación le manda: “procurará reunir y exhibir las obras másimportantes de las artes plásticas costarricenses, en forma metódica, sistemática y constante, por medio de su colección permanente y de exhibiciones temporales,organizadas tanto en su sede como en otras salas de exposición, dentro y fuera delterritorio nacional”, pero no lo limita a lo histórico. “Tener un museo vitrina equivale a tener un museo muerto, porque el museo no se mueve. Además de eso, no es un museo que por ley deba quedarse anclado en un pasado. Es un museo que tiene que vivir”, argumenta la directora.
Pero, ¿cómo poner a caminar una máquina atribulada? Controversias internas y ácidas críticas externas han complicado los planes de cambio con los que los nuevos directores llegan a probar suerte. En la última década, ha cambiado de director más o menos cada dos años, y cada nuevo jerarca ha virado el timón hacia su dirección predilecta, a veces profundamente contradictoria con la anterior.
A la vez que esto ocurría, se le exigía al museo contar solo con un amplio guion permanente e histórico, en un espacio estrecho (el edificio patrimonial del antiguo aeropuerto).
A modo de paliativo, largas exposiciones monográficas, que duraban hasta seis meses, le hacían flaco favor al argumento de traer artistas vivos al museo. Obviamente, en ese periodo hubo muchas exposiciones y proyectos de gran importancia, pero el Salón no había vuelto.
Nuevo. Con el Salón como una pieza más de una estrategia que Soto (quien concluye su administración en el 2018) y Chavarría desean impulsar, el MAC aspira a tener sus salas llenas de artistas otra vez.
“En algún momento nos preguntaron por qué relanzábamos el salón”, dice Chavarría. “En su momento, mostraban lo que estaba pasando. Cuando uno estudia los premios, encuentra artistas jóvenes que estaban marcando tendencias. Son artistas que muchos años después van a ser consagrados. Si el salón en su momento sirvió para que este museo diera un empujón a varias generaciones de artistas, ¿por qué no lo puede volver a hacer?”.
De 1972 a 1993, los Salones Nacionales cambiaron muchas veces de reglas y de formato, pero mantuvieron su propósito inicial: “reunirse anualmente para revalorar el trabajo de un año, confrontar sus logros, analizar los avances o las regresiones de nuestros creadores”.
Sirvieron como espacio de confrontación y estimularon la creación de otros nuevos; cierto degaste del proyecto y los cambios artísticos mismos llevaron a su pausa, pero se recuerdan como aquellos grandes vistazos del arte actual y en marcha.
Pero el Salón Nacional 2017 no se trata de un intento de volver a glorias pasadas, afirma Soto. “Paradójicamente, el Salón podría parecer una institución obsoleta. Sin embargo, no se trata de retomar un esquema con el que el museo funcionaba, sino también darnos una herramienta, un espacio de actualización, de discusión, de reflexión, de confrontación de lenguajes formales, de confrontación de discursos, y esa es la esencia y la belleza de un ‘salón nacional”.
Si este experimento funciona, y el Salón Nacional en efecto se realiza cada dos años, servirá como herramienta de prospección, de investigación y adquisición, y como una manera de mostrarle al público lo que sus artistas están haciendo hoy.
“Era importante que varias generaciones de artistas sintieran que el museo los estaba llamando a acercarse para nosotros”, expresa Chavarría. En esta primera aventura, se aprecian obras de quienes recién inician y de consagrados.
“Se entiende como que este museo en algún momento corto y ya no se abre a las nuevas generaciones. Reutilizar el salón para nosotros era tender una especie de puente”, dice la curadora.
Será interesante analizar en las salas si ese diálogo intergeneracional se extiende a un intercambio serio en temas de fondo y forma, ideas y técnicas, expectativas y ansiedades de un gremio que sigue creciendo y cambiando. Habrá nuevos guiones que destaquen la amplia y valiosa colección, anuncian Chavarría y Soto, pero no serán únicos ni inamovibles. Ahora tendrán un salón con el cual conversar, discutir y crecer.