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La Santa Chochera, agrupación independiente dirigida por Erika Mata, presentó la última producción de Ana Paula Rivera, una de sus integrantes, quien se hizo acompañar por el invitado Gabriel Rodríguez y Ana Cristina Rojas.
Este trabajo lleva como título Cúbico y cuenta con una estructura flexible, en la cual lo más importante es el aporte de cada intérprete. Es algo similar a una sesión de improvisación de jazz , en la que los participantes, según su estado de ánimo y estímulos de sus compañeros, producen algo nuevo en el escenario.
En Cúbico, la creadora no pretende que todos direccionen sus energías hacia un mismo motivo; al contrario, deja abierta la propuesta para que se generen imágenes con múltiples significados. Tampoco pretende ilustrar una historia: es una sucesión de encuentros y desencuentros entre los tres bailarines, enmarcados por una banda sonora, frente a la mirada de los espectadores, quienes tendrán que asumir una actitud participativa para generar el sentido.
En el manejo del espacio de Cúbico , cuya duración es de casi una hora, la tendencia de Rivera es de posicionar a los protagonistas en sus ángulos para que se propicien tensiones y juegos que llevan al caos, antes de transitar a otro episodio.
La autora usa el movimiento brillante y resoluciones con contact , tanto en los niveles bajos como en los dúos y tríos.
En este reto, Gabriel Rodríguez, Ana Cristina Rojas y Ana Paula Rivera demuestran buen nivel técnico y se les ve la compenetración en el conflicto por resolver. Todos demuestran adecuada proyección escénica y solvencia técnica. Vale destacar que en esta obra los involucrados trabajan con el elemento fundamental de la danza: el movimiento.
En los aspectos plásticos, la directora también fue la responsable de imprimir el toque minimalista para que el espectador centrara su atención en los cuerpos de los bailarines.
En este sentido, mantuvo una limpieza en la iluminación que contribuyó a enfatizar los cambios de las escenas y proporcionó claroscuros, así como efectos tridimensionales –sombras en las paredes– que sustituyeron la escenografía. Dentro de esa misma línea, el diseño del vestuario utilizó lo mínimo para poder apreciar la musculatura de los danzantes.
Para la música de Cúbico, Carlos Pipo Chaves, de manera eficaz, ensambló con algunos silencios las partituras de tres compositores: el australiano Ben Frost y los costarricenses Eddie Mora y Otto Castro.
Lo que se le resiente a este trabajo son algunas escenas que resultan reiteradas; un ojo externo adicional al de la creadora y sus ejecutantes podría eliminarlas, para darle mayor efectividad y evitar engolosinamiento de variaciones bonitas que no aportan más al discurso coreográfico.
Otro aspecto que sentí fuera de contexto de lo visto fueron los sonidos que realizó Ana Cristina Rojas al final de la obra, tal vez parecía el inicio de otra creación.
En fin, como ejercicio, Cúbico resultó interesante y entretenido; sin embargo, al final, como espectadora, me hizo falta, en la propuesta un planteamiento que me dejara pensando en algo más que ver bellos cuerpos en escena moviéndose con destreza.