Resulta difícil hacer un análisis de la recién puesta en escena del ballet El Lago de los cisnes sin caer en la comparación del nivel superior que demuestran los estudiantes preuniversitarios cubanos con el resto del elenco costarricense.
Lo más sano será decir que este montaje ha sido una experiencia estimulante y fundamental para todos los participantes, de la cual, supongo, hubo mucho aprendizaje de ambos lados. También es importante contextualizar la realidad cultural de ambos países.
Por ejemplo, en Cuba la profesión del bailarín es reconocida y respetada: ningún padre o madre se opone a que sus hijos estudien ballet. Además, desde que Alicia Alonso, en 1959 solicitó al Estado su apoyo, el ballet se ve como una actividad popular; es decir, que cada habitante por lo menos podrá haber visto, en su vida, al menos dos o tres montajes profesionales y gratuitos.
Un bailarín como Carlos Acosta, por citar uno de tantos, es un héroe nacional, pues ha bailado en el Ballet Nacional de Inglaterra y posee una trayectoria internacional comparable, por así decirlo, con la de Keylor Navas, el mejor portero costarricense, que juega en el Real Madrid.
En Costa Rica se estudia ballet mientras se es niño y adolecente, y casi ningún padre de familia espera que su hijo sea bailarín, sobre todo porque no tendrá un puesto de trabajo en ninguna institución pública, y solo tal vez, podrá ser maestro en una academia privada.
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De lo visto en escena
Con el libreto original de Beguichev, los maestros y ensayadores cubanos Martha Iris Fernández y Pedro Martín Boza, son los responsables del montaje completo de El lago de los cisnes, apoyados en las partituras musicales de Chaikóvski y la coreografía de Marius Petipa.
Ellos unieron a 17 miembros de la Escuela Nacional de Ballet de Cuba junto a 82 estudiantes de ballet provenientes de dos instituciones públicas y 19 academias nacionales, entre la que destaca el Ballet Juvenil Costarricense, que dirige Boza.
El lago de los cisnes contó con un vestuario funcional y colorido que fue diseñado por los cubanos Carlos Alberto Amador y Annia Rosales, así como una vistosa escenografía en la que participaron artistas ticos y cubanos.
Sobre los protagonistas, es una lástima no haber visto a la misma bailarina ante el reto de personificar a los dos cisnes: Odette y Odile. Aún así me gustó el desempeño de Gabriela Druyet como la princesa cisne por su suavidad y languidez, de igual forma, Fabiana Pérez como la malvada hija de Von Rothbart supo hechizar a los espectadores por su brillantez.
En general, los solistas masculinos demostraron buen rebote y caída, así como dominio en el manejo del espacio. Quien se robó buenos aplausos fue Yasiel Hodelin Bello, como el bufón, destacado por su limpieza en la recuperación de los giros y sus saltos.
Los cuatro cisnes deben afinar la exactitud en ese joya de la danza clásica. El cuerpo de baile se ve más ajustado a la música pero aún la precisión para los unísonos no la alcanzan, y el grupo que asume las doncellas cisnes requiere profundizar en el sentido de liviandad y evitar tanto ruido con las puntas al desplazarse.
Espero que los niños que participaron en este montaje, en el futuro, puedan lograr ser figuras nacionales de gran trayectoria en el ballet, porque los buenos frutos en el arte se recogen con los años.
El lago de los cisnes
Intérpretes: Alumnos de la Escuela Nacional de Ballet de Cuba y Ballet Juvenil Costarricense
Fecha: Viernes 13 de octubre, 8 p. m.
Lugar: Teatro Nacional