En una lectura testamentaria, el notario les comunica a los gemelos Jeanne y Simón la última voluntad de su madre Nawal Marwan. Deberán encontrar a su progenitor –al que creían muerto– y a un hermano desconocido. El mandato dispara una trama que va entretejiendo, en el presente, la búsqueda particular de cada uno de los mellizos y, en el pasado, la historia de Nawal, una mujer árabe oprimida por los horrores de la guerra.
A lo largo de dos horas, vamos reconstruyendo este tríptico familiar hasta llegar a sus orígenes. La verdad descubierta, aunque sea dolorosa, se vuelve necesaria para que estos seres encuentren su lugar en el mundo. No sería prudente revelar el desenlace, pero sí podemos indicar que estamos ante una tragedia contemporánea que se nutre, en sus temas y recursos dramatúrgicos, del Edipo Rey de Sófocles.
La obra juega con la reunión de tiempos y lugares distantes. En esa línea, el entierro de Nawal se funde, en una misma escena, con el de Nazira, su abuela y mentora. Los personajes del pasado acuerpan a los deudos del presente. Bajo esta concepción, los difuntos nunca se terminan de ir: permanecen para ayudarnos en los momentos cruciales de vida y muerte.
El diseño espacial plantea altísimos paneles oxidados que delimitan el fondo y los laterales del escenario. El contraste de escalas entre personajes y elementos escenográficos no es antojadizo pues, de alguna manera, dimensiona los retos que asumen los integrantes de la familia Marwan. Los paneles también remiten a la idea de obstáculos infranqueables o muros divisorios.
El elenco cumple a cabalidad con la exigencia de verosimilitud implícita en todo personaje realista. Sin embargo, resultó llamativa la resolución de Nihad, el hermano perdido que optó por volverse combatiente de causas radicales. El retrato de ese hombre delirante está en un tono cercano al de la caricatura ya que no exhibe matices o conflictos internos que le otorguen algún grado de complejidad.
Por otra parte, uno de los mayores desafíos del espectáculo es la extensa cantidad de acontecimientos y peripecias que sustentan el desarrollo de la trama. Además, los saltos entre las tres líneas narrativas ralentizan la progresión dramática. Desde las butacas, la percepción es la de un avance lento e, inclusive, parsimonioso.
Lejos de fijar este rasgo como una debilidad, podríamos considerarlo un acto consciente. Recordemos la frase de Nawal: “Hay verdades que no pueden ser reveladas, sino que deben ser descubiertas”. En última instancia, la puesta obliga al público a acompañar a los personajes en la ardua tarea de ir atando cabos para llegar al territorio doloroso y liberador de la verdad.
Incendios es teatro sobre la memoria, entendida no como una simple colección de recuerdos, sino como una forma de reconstruirnos hoy. A fin de cuentas, el pasado solo existe en el ahora, cada vez que lo nombramos. El pasado quema, pero debemos desvelarlo nos guste o no. De lo contrario, siempre nos acechará la amarga certeza de una vida a medias.
FICHA ARTÍSTICA
Dirección: Aderbal Freire-Filho
Dramaturgia: Wajdi Mouawad
Actuación: Estefanía Acosta, Federico Guerra, Héctor Guido, Elizabeth Vignoli, Claudio Lachowicz, Pablo Pípolo, Silvia García, Solange Tenreiro, Anael Bazterrica, Sebastián Silvera
Escenografía: Fernando Mello Da Costa
Vestuario: Antonio Medeiros
Iluminación: Luiz Paulo Neneim
Música: Tato Taborda
Estilista: Marcos Gómez Urán
Producción Ejecutiva: Ángeles Vázquez, Amelia Porteiro
Producción: Felipe De Carolis, María Siman, Marieta Severo
Producción general: Teatro El Galpón (Uruguay)
Espacio: Teatro Popular Melico Salazar / FIA 2018
Fecha: 14 de abril de 2018