Ya que el texto del musical Querido Evan recalca la importancia de comunicar las emociones, no puedo quedarme sin compartir la satisfacción y gratitud que me quedaron tras disfrutar su montaje adaptado en Costa Rica.
El libreto original de esta obra de Steven Levenson se estrenó en el 2015 como Dear Evan Hansen; la música es de Benj Pasek y Justin Paul (dupla galardonada por La la Land). A nuestro país llega gracias a la coproducción del Teatro Auditorio Nacional y Luciérnaga. Los créditos de dirección los comparten Adrián Castro Baeza y Silvia Baltodano.
En el centro de la historia está Evan (Fabián Soto), un joven de último año de colegio con trastorno de ansiedad social. Al inicio del relato conocemos a varias personas a su alrededor, aunque realmente ninguna de ellas está presente para él. Entre ellas entran su madre (Natalia Regidor), el crush del cole, Zoe (María Arriaga) y Connor (Isaías Badilla), con quien el protagonista inventa una relación de amistad que nadie más podría desmentir.
Una carta reveladora escrita por Evan, dirigida a él mismo, empieza con “Querido Evan:”. El papel se escapa de sus manos y desencadena una seguidilla de mentiras que escalan a un nivel inesperado hasta para el mismo protagonista.
En ese enredo, o engaño, también caen los padres de Connor y Zoe (Rodrigo Durán y Gabriela Alfaro), y se involucran como cómplices Jared y Alana (Daniel Murillo y Natalia Vargas). La historia ofrece angustia, nostalgia y risa dosificada con gran tino.
Cuando aparece la música se disfruta una nueva encarnación de cada personaje. Los ocho integrantes del elenco son tan convincentes actuando como cantando. Entre ellos sobresale Soto, por la exigencia de un registro vocal alto que le permite pasar con fluidez a los falsetes y transmitir contundentemente los sentimientos de inseguridad, tristeza o exaltación, según corresponda.
A la vez, los temas que requieren de un ensamble vocal, como Bien por vos, ofrecen un coro equilibrado y rico en armonía.
La ejecución de las partituras es tan precisa que muchas veces se nos olvida que están siendo tocadas en vivo. Si bien no vemos a los músicos, la pianista Marina Pavliuchkov lidera a la banda que nos da un concierto tras bambalinas. El rock contemporáneo y el pop componen una banda sonora efectiva que incluye la emotividad de las cuerdas, siempre presentes para dar profundidad emocional.
La batería y percusión ayudan a impulsar la narrativa en momentos de más intensidad. El juego de dos guitarras y el bajo trae frescura y acentúan la juventud de la mayoría de los personajes, mientras que el piano es la columna vertebral, especialmente en algunas baladas. De los espectáculos que he visto en el Auditorio Nacional, esta es, sin duda, la primera vez en que el sonido se me hace completamente disfrutable.
Toda esta propuesta se siente dinámica y moderna con el uso de proyecciones siempre cambiantes, tres sobretarimas rodantes que entran y salen de escena oportunamente y un juego bien cuidado de luces.
No hace falta delimitar la recomendación al hablar de Querido Evan, pues es tan pertinente para quienes pasaron por las aulas colegiales con incesantes complicaciones sociales, como para quienes no supieron atender a tiempo las dificultades de sus compañeros. Además, lo sigue siendo para quienes han sido o son padres de colegiales y para quienes aún no llegan ahí.
La obra puede provocar lágrimas, así como carcajadas, pero, indiferentemente de ese detalle, lo que se obtenga ojalá vaya permeado por la reflexión.
Hay que darle la oportunidad a Querido Evan. El texto lo provoca, la puesta en escena lo potencia y la calidad del talento involucrado en el montaje lo merece.