Al apagarse la luz de sala, un documental nos informa acerca del hallazgo –en el 2012– de los restos del rey Ricardo III (Inglaterra, 1452-1485). Las disputas alrededor del destino final de su osamenta sirvieron, en aquel momento, para enmarcar una figura que había inmortalizado William Shakespeare en La tragedia de Ricardo III . El dramaturgo inglés logró construir el retrato de un ser tan deforme por dentro como por fuera.
En Algo de Ricardo –protagonizada por Fabián Sales–, un actor narra su participación en el montaje de la tragedia citada. En el fondo, acepta que estuvo conspirando para dejarse el papel protagónico y el puesto del director. Sus acciones son parte de una estrategia bien planificada para salirse con la suya. Al mismo tiempo, su proceder lo transforma en reflejo del monarca shakespeariano .
El personaje del actor menosprecia a sus colegas de reparto y a los espectadores desinformados. Por eso se permite explicarnos en detalle la compleja trama de Ricardo III . Su exposición resalta la ignorancia de la audiencia con preguntas directas que no obtienen respuesta. De esa forma, nos recuerda que somos unos mirones indignos de su talento.
Lo interesante del anterior procedimiento es que Sales le presta su nombre y atestados al personaje del actor. A partir de este punto, cada una de sus punzantes críticas sobre el medio teatral costarricense no pueden asumirse como las opiniones de un personaje de ficción, sino como las de un teatrero reconocible. Si el espectador no repara en este flagrante intercambio de identidades, podría sorprenderse ante muchas afirmaciones pasadas de tono.
En el tránsito de un Fabián Sales que se desdobla en un actor que, su vez, se desdobla en Ricardo III, la obra explora las tensiones entre ficción y realidad. Aquí está uno de los tantos aciertos de este montaje especular: demostrarnos que el Ricardo III literario es igual de tangible que el histórico.
Con el apoyo de proyecciones en video y rápidos cambios de vestuario en escena, Sales también encarna a diversos caracteres femeninos de la tragedia original. Además del guiño a la prohibición de emplear actrices durante el periodo isabelino, los monólogos de la reina Margarita, la duquesa de York y Ana Neville cuestionan la naturaleza perversa del poder absoluto.
Hacia el final, el actor y Ricardo III han eliminado los obstáculos que los separan de sus verdaderos objetivos. El primero logra convertirse en el director de su puesta y el segundo, en rey de Inglaterra. El actor/Ricardo se autocorona en su pequeño trono hecho de huesos ajenos. De esa manera, las dos fábulas se tocan y amarran en sus respectivos clímax.
Nada sobra o falta en esta ceremonia escénica plagada de irreverencia. Pude ver a un intérprete dominar su oficio y a un dramaturgo potenciar sus recursos creativos. Ambos me hicieron transitar por una amplia gama de emociones. Como si esto no fuera suficiente, me legaron una enseñanza vital: en la mezquindad de nuestras ambiciones inconfesables, todos tenemos mucho de Ricardo.
FICHA ARTÍSTICA Dirección, actuación e iluminación: Fabián SalesDramaturgia: Gabriel Calderón (Uruguay)Producción: Verónica QuesadaEscenografía: Fernando CastroVestuario: Amanda Quesada, Rolando Trejos, Sarita LópezVideo: Diego Herrera, Leonardo SandovalAsesores: Eugenia Chaverri, Danny MarencoMúsica: Carlos EscalanteEspacio: Teatro 1887 - CENACFunción: 20 de noviembre de 2015