Gertrudis es una actriz en busca de oportunidades que la liberen del call center donde se siente estancada. Beto trabaja –muy a su pesar– en un banco. Mari estudia medicina en la “U” y Jaime no tiene oficio ni beneficio. Cuatro veinteañeros nos cuentan sus anhelos y temores en su lucha por alcanzar un futuro digno .
Este grupo de amigos construye su historia a partir de la alternancia de situaciones dramáticas, narraciones directas a público y soliloquios que exteriorizan sus pensamientos más íntimos. Así se va tejiendo una trama intrincada, pero –ante todo– pletórica de solidaridad.
Mi objeción sobre el espectáculo se relaciona con su dramaturgia. Los acontecimientos son muchos y se disparan en todas direcciones. Los diálogos acaban siendo extenuantes por su carácter informativo. Los diversos conflictos se verbalizan aunque no parecen atravesar el cuerpo de los actores. La palabra deja de ser acción y se vuelve dato.
Numerosas situaciones emergen sin estar debidamente justificadas, de modo que no resultan verosímiles: la sobredosis de Gertrudis; el obsesivo interés de Jaime por las tortugas; la creación de un colectivo escénico revolucionario o el establecimiento espontáneo de una comuna. Las resoluciones son impuestas por el autor para que la trama avance, pero debilitan la coherencia de la ficción.
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Por otra parte, los personajes se resquebrajan cuando expresan su pensamiento en voz alta. Varios soliloquios están diseñados para expresar puntos de vista sobre la urgencia de cambios políticos, la fragilidad de los propios sueños o la frustración de no poder trabajar en lo que se desea.
Estos segmentos denotan falta de correspondencia lingüística entre las reflexiones de los personajes y las conversaciones que mantienen en su vida cotidiana. De pronto –y como por arte de magia– el omnipresente “mae” es sustituido por argumentaciones muy elaboradas. En privado, Beto o Jaime podrían ser ensayistas de altos vuelos; en público, nadie se sorprendería al escucharlos hablar.
En el ámbito de la plástica, tres cabinas rectangulares de cartón constituyen el eje del dispositivo escenográfico. Dependiendo de la circunstancia, aparecen cerradas para delimitar un espacio o abiertas a fin de mostrar el guardarropa de un cuarto o el orinal de un bar.
La elección del cartón como el material predominante de las piezas se vincula con las alusiones a una sociedad de consumo y deshecho. Además, su escaso peso facilita que el escenario se reconfigure de manera ágil. Proyecciones en video redondean la funcional propuesta.
Círculo vicioso es un trabajo bien intencionado al plantear temas relevantes y actuales. Sin embargo, la dramaturgia no disimuló su condición de vehículo para las opiniones –poco innovadoras– del libretista. Eso le restó vitalidad a la obra. A fin de cuentas, la insistencia maniquea en presentar a los jóvenes como víctimas de un sistema perverso atentó –por saturación– contra la validez de esta premisa.
FICHA ARTÍSTICA
Dirección: Gladys Alzate
Dramaturgia: José Fernando Álvarez
Producción: Teatro Contraluz
Elenco: María Antillón, Marta Castro, Manuel Martín, Juan José Ortíz
Escenografía y utilería: Carlos Schmidt
Iluminación y video: Alejandro Araya
Vestuario: Michelle Canales
Espacio: Teatro Eugene O´Neill
Función: 08 de noviembre de 2015