Daniel Camargo (1930-1994) fue un asesino serial colombiano que segó la vida de más de cien niñas y jóvenes. Su biografía y su psique constituyen la materia prima de este espectáculo de corte documental. Lejos de regodearse en el morbo de una historia sangrienta, el colectivo La Congregación se lanza a explorar las múltiples y complejas formas que adopta la violencia.
Ya en la primera escena, la madrastra de Daniel nos explica que la amenaza es la mejor vía para educar a un menor. En su risueño discurso subyace una enorme carga de violencia simbólica (ejercida a través del lenguaje) contra las personas “feas” o los “indios”. Ese odio –expresado desde una falsa cordialidad– termina por condensarse en Daniel como un fuerte deseo de agresión hacia las mujeres.
El elemento principal del diseño escenográfico es una amplia mesa. En sus laterales, se acomoda parte del público y, en sus extremos, accionan los personajes. La propuesta difumina las fronteras entre audiencia e intérpretes y, por lo tanto, entre realidad y ficción. Lo anterior obligó a este grupo de espectadores a ser testigos, figurantes y, si se quiere, cómplices de lo acontecido.
El convivio forzado impuesto por la mesa se extendió al ritual de los alimentos. En varias ocasiones, se sirvieron bebidas o piezas de pan. La referencia a una “última cena” –anticipadora de la muerte– funciona por su simbolismo, pero no estimuló el apetito de los espectadores-comensales. Por ese motivo, la estrategia se quedó en un gesto sin mayor desarrollo dramático.
La noción del tiempo circular está presente en todo el montaje. Por ejemplo, Daniel es regañado por Berenice –su novia– en los mismos términos que lo hacía su madrastra. El “eterno retorno” surge como una maldición que persigue al protagonista. Algo similar se observa cuando distintos personajes interrumpen sus diálogos, al no recordar una palabra específica. Lo cíclico –asociado al fracaso o a la falla– es una ley en el universo de Camargo.
Sobre el desempeño del elenco, apreciamos demandantes soliloquios muy bien resueltos en su ritmo e intensidad. Los numerosos personajes de extracción popular no cayeron en el cliché o en la desafortunada caricatura costumbrista. Por el contrario, fue notorio que hubo un sólido proceso de investigación a fin de lograr esas caracterizaciones verosímiles y consistentes.
Johan Velandia –en el papel de Camargo– lleva el peso actoral de la obra. Su personaje recorre un largo trayecto, desde la infancia hasta sus últimos días. El trabajo corporal y vocal del intérprete se ajusta para ir comunicando, no solo el paso del tiempo, sino su cada vez más delirante actitud. La construcción del personaje es rica en matices y Velandia, lejos de juzgarlo, lo retrata en su profunda complejidad.
Camargo termina siendo un viaje doloroso y amargo porque nos recuerda a las víctimas de esta historia: niñas y jóvenes asesinadas por un hombre forjado en el marco de una sociedad excluyente, misógina y capaz de normalizar todas las formas de la violencia. Si la maldad persiste, es debido a que nos hemos acostumbrado a su ingrata compañía.
FICHA ARTÍSTICA
- Dirección y dramaturgia: Johan Velandia
- Actuación: Johan Velandia (Camargo), Ana María Sánchez (Madrastra), Milton López (Masache), Diana Belmonte (Esposa / Víctimas)
- Vestuario: Ana Velandia
- Director técnico: Maicol Medina
- Asistencia de dirección: Sergio Castillo
- Fotografía: Camilo Montiel
- Producción: Compañía La Congregación (Colombia)
- Espacio: Teatro de La Aduana / FIA 2018
- Fecha: 6 de abril de 2018