Ella es una todoterreno. Con voluntad inquebrantable ejerce una maternidad amorosa, el cuido del hogar y las arduas faenas del trabajo sexual. Nunca llegamos a saber su nombre y, quizás, no interesa porque su vida es similar a las de otras mujeres anónimas. Caramelo es el alias de esta veterana. Desde la butaca, la acompañamos en sus luchas: las afectivas y las de su oficio.
Los ejes principales de la puesta son el biográfico y el documental. El primero aparece bajo la forma de testimonios y anécdotas –en off– de la protagonista. Así vamos conociendo aspectos de su vida que no se llegan a representar. El segundo eje se apoya en el registro y proyección en video de los espacios habitados por Caramelo y su hija. Las relaciones entre lo escénico y lo audiovisual constituyen, de paso, los mayores hallazgos del montaje.
El video es generado por un operador de cámara que convive con las mujeres como si fuera una presencia invisible. Lejos de mantener una actitud distante, el intérprete se permite abrir la refrigeradora a fin de mostrarnos su contenido o “husmear” las fotos del diario íntimo de Caramelo. Las imágenes aumentan la mirada del espectador y, por ende, su capacidad para conocer más a fondo a la protagonista.
Además, el operador expande el universo de Caramelo cuando se desplaza hacia la trasescena y asume el punto de vista de un cliente que recibe un servicio sexual de ella. A lo largo de la obra, la constante tensión entre lo que vemos –de manera simultánea– en el escenario y en la pantalla de video produce opuestos que se complementan: lo macro y lo micro; el adentro y el afuera o lo doméstico y lo laboral.
Sin duda, de todos los espectáculos nacionales que me ha correspondido reseñar, Caramelo evidencia la más profunda comprensión de las posibilidades comunicativas del video escénico. Esto no es poca cosa pues el recurso es muy utilizado en nuestro medio, con el problema de que muchos creadores aterrizan pronto en la redundancia o, peor aún, en el efectismo.
Tatiana Sobrado (Caramelo) y Viviana Bonilla (Hellen) renuncian, de forma consciente, al carácter artificial que imponen la exigencia de proyectar la voz, el cuido de la frontalidad o el recurso de subrayar gestos e intenciones dramáticas. La estrategia le genera al público la impresión de estar observando un instante “real” de la vida de la madre y su hija.
Hacia el final, Sobrado interrumpe la ficción para compararse con su personaje: ambas son madres de una veinteañera y su principal herramienta de trabajo es el cuerpo. Las similitudes enunciadas reivindican la dignidad de una mujer reducida a un apodo o a la condición despectiva de “puta” por una moralina dominante que jerarquiza, condena y excluye a las personas.
Caramelo ha sido diseñado para multiplicar los estímulos –visuales y auditivos– que recibe el público. Esta saturación materializa dos principios teatrales y uno moral: todo elemento de la plástica construye y caracteriza a los personajes; los límites del espacio escénico pueden estar más allá del escenario y, finalmente, es probable, con una actitud libre de prejuicios, encontrar más semejanzas que diferencias entre los seres humanos.
Ficha artística
Dirección: Natalia Mariño
Dramaturgia: Natalia Mariño, Tatiana Sobrado, Viviana Bonilla, Leonardo Sandoval
Actuación: Tatiana Sobrado (Caramelo), Vivian Bonilla (Hellen), Leonardo Sandoval (Intérprete - Cámara)
Asistente de dirección y dramaturgista: Adrián Brais
Diseño de escenografía: Andrea Calvo, Ker Chavarría
Realización de escenografía: Ker Chavarría
Diseño de iluminación: Alejandra Ulloa
Diseño de sistema de sonido: José Manuel Conejo
Confección de vestuario: Lourdes Jiménez
Producción: Jennifer Monge
Diseño gráfico: Maricruz Vargas
Diseño Audiovisual: Natalia Mariño, Leonardo Sandoval
Fotografía: Maricruz Vargas, Cukoo Koo Photography
Publicidad audiovisual: Chimbo Films
Espacio: Teatro Universitario (UCR)
Fecha: 2 de mayo de 2018