Apenas da inicio la función, notamos que los acontecimientos representados evocan el estilo y temas del Teatro de la Colina, uno de los grupos más relevantes de la década de los ochenta. Lo que vemos está vinculado con Parada, por favor o ¿Cómo es q’es? , clásicos de un colectivo que marcó época con las actrices Marcia Saborío y Carmen Rivera o los dramaturgos Walter Fernández y Eduardo Zúñiga, entre otras figuras.
A lo largo de doce cuadros –escritos por el propio Zúñiga– apreciamos la vida y milagros de un amplio espectro de personajes que podríamos encontrar en cualquier esquina de la ciudad capital. Delincuentes, jóvenes en riesgo social, soñadores y galanes de baja calaña son algunos de los arquetipos ubicados en situaciones cómicas e, inclusive, absurdas.
Las breves historias critican la actitud de seres que, en general, eligen lo que les conviene en lugar de lo que es debido. En su Poética , Aristóteles planteaba que el carácter de un personaje se define por sus elecciones. En este caso, el carácter de esos josefinos ficticios no se fundamenta –ni por asomo– en la moralidad más elevada. Esta amarga circunstancia no discrimina género, edad ni condición socioeconómica.
El punto más alto de este proyecto está en el trabajo de Karina Conejo, Alexandra Fernández y Will Salazar. Los tres despliegan una amplia gama de recursos actorales para transitar de un personaje a otro, con poco tiempo para los cambios de vestuario o un mínimo ajuste de maquillaje. El trío es sólido en el manejo de la voz, la corporalidad y el enorme acopio de energía desplegado sobre el escenario.
Es de aplaudir el uso creativo del audiovisual como capa significativa del espectáculo. Los videos aportan nueva información de los personajes y sus conflictos, hacen las transiciones entre cuadros y, en ocasiones, conectan las diferentes historias. Tal es el caso de la abuela que le gana la partida a un ladronzuelo despistado. Ella aparece en un rol secundario de otro sketch.
A pesar de estos aspectos positivos, la propuesta, en su conjunto, deja dudas. Por ejemplo, muchas de las escenas se refieren al tópico de la delincuencia o la infidelidad. Estas variaciones sobre un mismo tema hacen que la obra avance en círculos. Luego de un rato, el discurso se agota y la platea se empieza a notar impaciente. De paso, el efecto cómico pierde eficacia.
Además, el montaje avanza en un esquema repetitivo de actuación y video. Esta secuencia invariable le permite al público saber lo que sigue. Eso es complicado pues no hay mejor combustible para el tedio que poder anticipar las estrategias de la puesta. Si el espectador va adelante del espectáculo, se reduce el margen de sorpresa y, sin sorpresa, la mente se extravía en divagaciones.
Mi mayor preocupación alrededor de Conoche San José de noche pasa por entender que el universo retratado en el Teatro Urbano del 2017 es casi igual al del Teatro de La Colina, tres décadas atrás. Una de dos: o la ciudad capital no cambia desde entonces o algunos sectores de las artes escénicas tienen pendiente la actualización de sus formas de mirar y reconstruir sus propios entornos. Sin duda, ambas opciones llaman a debate urgente.
FICHA ARTÍSTICA
Dirección: Eloy Mora.
Dramaturgia: Eduardo Zúñiga.
Producción: Karina Conejo.
Asistente de dirección: Alejandro Martínez.
Actuación: Karina Conejo, Alexandra Fernández, Will Salazar.
Escenografía: Stan Espinal.
Música original: Izmael Pacheco.
Canta: Fabrizio Walker.
Edición de video: Jorge Sánchez.
Vestuario: Karen Poblete.
Diseño gráfico: Gitanos firma de diseño.
Eléctrico: Hugo Guzmán.
Webmaster: Luis Ramírez Kuthe.
Muebles: Luis Barboza.
Espacio: Teatro Urbano.
Función: 24 de febrero de 2017.