Miriam Gebhardt plantea en su libro Cuando llegaron los soldados que, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, las fuerzas aliadas perpetraron alrededor de 190.000 violaciones de niñas y adultas alemanas. El brutal crimen de los ejércitos vencedores apenas comienza a dimensionarse a partir de la divulgación de documentos históricos y testimonios de las sobrevivientes.
Deburdeles –de la directora Andrea Miranda– engancha con este episodio al materializar la historia de cinco jóvenes que son explotadas sexualmente a cambio de techo y comida. Una madama y su capataz regentan –con mano dura– una casa de citas para hombres de negocios y militares. Las trabajadoras sexuales amortiguan sus difíciles condiciones de vida en la red de afecto y apoyo mutuos que van tejiendo en el día a día.
El temperamento de las protagonistas abarca un amplio espectro que va desde la sumisión hasta el desacato. Cualquier suceso detona –en simultáneo– respuestas diversas que se suman para formar una polifonía disonante de voces. Barullos y silencios se alternan –como si fueran la respiración de la casa– y establecen un ritmo en los cuerpos y en el desarrollo de la trama.
De allí que sea acertada la presencia de una chelista en el escenario. Su ejecución –de carácter incidental– acentúa el compás de las acciones y tiñe de tristeza la atmósfera de la lúgubre casa. La capa sonora del montaje se complementa con un diseño espacial que, al escenificar los sucesos más terribles en un salón contiguo, aleja el horror de la mirada de la audiencia.
Aunque los espectadores se podían desplazar al espacio secundario, ninguno quiso involucrarse con los gritos y amenazas provenientes de allí. Sin embargo, la curiosidad hizo que una parte del público se levantara a fin de pescar lo acontecido en el reflejo de un ventanal o en las reacciones de quienes tenían una mejor perspectiva. En el teatro, la imaginación bien trabajada es de lo más movilizador.
Los hallazgos en el uso del espacio se debilitaron porque las fotos y cuadros de la sala principal no fueron atinentes a la temática y época de la ficción. Las paredes desnudas habrían funcionado mejor para caracterizar una casa desprovista de todo. Incursionar en un ámbito escénico no tradicional –como en el caso de la Galería Talentum– es una tarea valiosa, pero debe asumirse sin concesiones.
A nivel actoral, destaco los pasajes silenciosos, cuando un gesto casi imperceptible basta para expresar lo que ellas llevan por dentro. El cuerpo (no la palabra) retrata con mayor potencia las emociones o la asimetría de poder entre lo femenino y lo masculino. El espectáculo crece gracias a la capacidad de las intérpretes para comunicar, a cada momento, lo que están sintiendo sus personajes.
Deburdeleses una obra incómoda porque los horrores de aquellos tiempos son los mismos de hoy. El público se expone, de manera intensa, a la representación de la polifacética violencia de género. Por lo pronto, las mujeres (el grupo más numeroso de oprimidos del planeta, según Bernardo Kliksberg) seguirán en pie de lucha, adentro y afuera de los escenarios, inventando estrategias solidarias de resistencia.
Dirección y dramaturgia: Andrea Miranda
Actuación: Yanuri Villalobos (Shioban), Noelia Campos (Ebba), Ana Lucía Rodríguez (Mika), Andrea Echeverría (Frieda), Mónica González (Corinna), Amanda Leiva (Tova), Katherine Morales (Katja), Pablo González (Carl), Carlos Villalobos (Philippe)
Composición e interpretación musical: Ileana Rivera
Videos y fotografías: Cukoo koo photography
Diseño publicitario: Noelia Cruz
Vestuario y utilería: Alondra Eliro
Escenografía: Galería Talentum
Asistente de dirección: Alondra Eliro
Espacio: Galería Talentum
Fecha: 19 de noviembre de 2017