La intimidad del enorme escenario del Melico Salazar está expuesta. No hay afán de ocultar la tramoya o la cruda pared del fondo. Los actores demarcan, con cinta adhesiva, el espacio de la obra. En ese ritual silencioso, mapean un territorio en el cual lo importante no es lo visible, sino lo imaginable. El espectáculo, como mapa de una ficción, enuncia así su propia premisa.
Blanca, una española afincada en Varsovia, observa fotos del gueto que los nazis impusieron en esa ciudad, durante la Segunda Guerra Mundial. Las imágenes la seducen al punto de obsesionarla con la idea de hallar algún trozo de ese mundo perdido en el tiempo. La leyenda de un plano del gueto –realizado por un mítico cartógrafo y su nieta– la guiará, de forma imperceptible, hasta los rincones más dolorosos de su vida.
El montaje traza un mapa con distintos vectores temporales: Blanca y su esposo Raúl habitan el presente, pero la mirada de ella se lanza al pasado; el anciano cartógrafo y su nieta están en el pasado, pero mapean el gueto pensando en el futuro. Deborah –una cartógrafa polaca– conecta las distintas épocas y guía a Blanca para que encuentre el camino hacia su objetivo.
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Al profundizar en las implicaciones del oficio cartográfico, el espectáculo se interroga también por la naturaleza del hecho escénico. Al igual que cualquier mapa, un montaje no refleja realidades externas, sino que las construye a partir de preguntas urgentes.
De ese modo, los mapas y el teatro devienen respuestas que preservan los diversos mundos que no deberíamos olvidar.
Blanca Portillo y José Luis García-Pérez sostienen con su talento los universos prefigurados por la dramaturgia. Su ductilidad les permite transitar entre tiempos, personajes y emociones con una pericia que no revela el agotador esfuerzo de llenar el amplio escenario con sus cuerpos y voces. Al verlos accionar, es inevitable intuir que su mayor virtud consiste en tenerse el uno a la otra.
Luis Fernando Gómez –maestro del teatro costarricense– afirmaba que, para un actor, lo primordial es el trabajo en la interacción. Portillo y García-Pérez demuestran que esto es cierto: crean a partir del placer que les depara su mutua compañía. Por eso, desde el primer minuto nos vuelven sus cómplices. A su lado, caminamos –crédulos y agradecidos– por los laberintos de la ficción.
Recupero el pasaje donde los intérpretes interrumpen la escena para reflexionar sobre los límites de su tarea: ¿tienen ellos derecho a representar a los judíos en su ruta hacia el exterminio? La respuesta es “no”. Por lo tanto, estos sucesos se narran como discurso histórico, pero no se dramatizan. Así, la obra pone en las manos del público un pedazo problemático de la Historia y lo deja allí a fin de que cada quien lo resuelva como pueda.
El cartógrafo es uno de los eventos escénicos más relevantes que hemos visto en Costa Rica, a lo largo del 2017. Su potencia radica en la capacidad de expulsar al espectador de su cómoda butaca para instalarlo en un campo minado de preguntas éticas. Responderlas o ignorarlas lo transformará, irremediablemente, en una versión más completa o más cínica de sí mismo. Algo así, como el mapa abierto de su conciencia.
Dirección y dramaturgia: Juan Mayorga
Actuación: Blanca Portillo, José Luis García-Pérez
Ayudante de dirección: Carlos Martínez-Abarca
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo
Escenografía y vestuario: Alejandro Andújar
Música original y espacio sonoro: Mariano García
Diseño gráfico: Javier Portillo
Fotografías: Ceferino López - MarcosGpunto
Violines y cuerdas: Diego Galáz
Voz: Jasmina Petrovic
Maestro de baile: Nelson Dante
Mobiliario: May Servicios
Ambientación de vestuario: María Calderón
Utilería: Miguel Ángel Infante
Video promoción: Oscar Pedraza
Transportes: Transportes Fegopar
Técnico sonido: César Cortés
Gerencia: Chus Martínez
Dirección técnica: Amalia Portes
Prensa: Ellas Comunicación
Distribución: Cuca Villén - Entrecajas Producciones
Producción Ejecutiva: Chusa Martin, Susana Rubio
Espacio: Teatro Popular Melico Salazar
Fecha: 15 de octubre de 2017