La alegoría es toda ficción en la cual una idea abstracta es representada por una forma humana, animal o, inclusive, un objeto. Por ejemplo, la mujer de los ojos vendados que sostiene una balanza simboliza la justicia. El coordinador se instala en ese modelo pues sus personajes funcionan como vehículos de construcciones ideológicas, entre las que podemos identificar el discurso neoliberal, el corporativo y el patriarcal.
La anécdota se detona por la convivencia forzada de cuatro personas en un ascensor. Marlon –el coordinador de mantenimiento– retiene a dos hombres y una mujer que acuden al edificio a realizar gestiones de negocios. Durante el hecho, Marlon los agrede física y verbalmente para, según él, adiestrarlos en la lógica del salvaje mundo empresarial. Tal enseñanza termina con la violación colectiva de la mujer.
Asistimos al triunfo de una masculinidad hegemónica en la que convergen la voluntad de poder y el saber tecnocrático. Marlon representa, entonces, cierto discurso neoliberal que justificaría cualquier estrategia a fin de garantizar el beneficio propio. El perfil machista del personaje refuerza la idea (darwiniana) de que el éxito lo alcanzan los más aptos para sobrevivir a los rigores de las junglas corporativas.
Por su parte, Milan y Amiel juegan el rol de los hombres débiles y subordinados que solo necesitan unos cuantos correctivos para volverse predadores. Al final de esta perversa cadena está Brigitte, retratada –de forma misógina– como una mujer apática y permisiva. El montaje recurre a la exhibición de actos violentos con el objetivo de sugerirnos la maldad constitutiva del capitalismo y el patriarcado.
Lo problemático es que la puesta no le genera contrapesos al accionar criminal de Marlon. El personaje opera por la libre y triunfa sin dificultad. Cualquier asomo de resistencia se diluye porque los potenciales antagonistas se alinean con el victimario o se someten sin dar pelea. Así, el espectáculo también se rinde y toma partido por el brutal coordinador, validando el axioma de “dejar hacer y dejar pasar”. ¡Esa sí que es una actitud neoliberal!
Fue un mal cálculo asumir que, al escenificar una violación –supuesta alegoría de los excesos capitalistas– se encaminaba al público hacia la crítica antisistema. Por el contrario, la violencia explícita aplastó toda pretensión alegórica para, finalmente, instaurarse como un acontecimiento perpetrado, ya no solo por los personajes masculinos, sino por quienes incluyeron su nombre en el programa de mano.
La ficción produce efectos de realidad. Es por eso que esta obra provoca malestar: no porque a algunos nos confirme la idea de que el neoliberalismo es aberrante, sino porque se ensaña con seres, de por sí, oprimidos y, lejos de esgrimir algún esfuerzo emancipador, los oprime de nuevo, en el marco de un vistoso dispositivo escenográfico. ¿Para qué tanta parafernalia si no hay claridad en el fondo de lo que se está comunicando?
En Costa Rica, El coordinador no posee el mismo arraigo que tuvo en el contexto chileno posterior al declive político del dictador Augusto Pinochet. Hoy, este material no pasa de ser un ejercicio de crueldad escénica, desfasado y sospechoso de regodearse en aquello que aparenta cuestionar.
Dirección: Mabel Marín
Dramaturgia: Benjamín Galemiri (Chile)
Actuación: Amadeo Cordero, Daniel González Muniz, Daniela Valenciano, Álvaro Marenco
Escenografía: Jennifer Cob
Iluminación:Katherine Bermúdez
Vestuario: Janil Johnson
Gráfica: Carlos Gutiérrez
Mapping: Gustavo Abarca
Fotografía: Esteban Chinchilla
Asistencia: Daniel Salmerón, Mari Murakami
Producción: Verónica Quesada
Espacio: Teatro 1887 (CENAC)
Fecha: 3 de diciembre de 2017