
Un avión lleno de niños se accidenta en una isla desierta. Solo siete sobreviven. La nueva circunstancia los obliga a organizarse a partir de las reglas heredadas de sus mayores. Afloran, entonces, las primeras rivalidades y una variedad de temperamentos que van desde el autoritarismo hasta la sumisión. El orden inicial pronto se agota y la barbarie se impone como única ley.
El señor de las moscas explora el potencial de maldad del ser humano y lo enmarca en la añeja idea positivista de que la civilización es viable si primero se “domestican” los impulsos de la naturaleza. De allí que los personajes sean figuras alegóricas de esos valores en pugna: Piggy y Ralph encarnan el discurso de la razón; Jack y sus seguidores abrazan la liberación de los instintos, sobre todo, los criminales.
Los personajes son interpretados por actrices adultas que materializan, de forma convincente, a menores cercanos a la pubertad. La pericia técnica y un sólido trabajo de vestuario y peluquería les permite superar un reto enorme, por las obvias distancias de edad y género. La entrega del elenco arrastra al público hacia la tragedia de un inocente grupo infantil que termina convertido en la peor de las hordas.
La capa musical es una de las más relevantes del espectáculo por su belleza, su depurada ejecución y por el subtexto que construye. Cinco de los chicos integran el coro de su colegio. Por ello, casi de manera automática, responden con canciones a los distintos sucesos. Al principio, los temas son de carácter escolar y patriótico, pero luego se convierten en cantos premonitorios de una desgracia.
La música expresa los estados emocionales de los personajes y, al mismo tiempo, dispara corporalidades diversas. Por ejemplo, las tonadas escolares implican formaciones rígidas, frontales y pasivas, pero, conforme la violencia se apodera del grupo, las canciones se acompañan de gestos, posturas y movimientos amenazantes, cercanos a un ritual de estilizada teatralidad.

Destaco un par de momentos que sintetizan el notable trabajo de actuación y puesta en escena. La canción de Piggy (Zoraya Mañalich) frente al mar o el juego televisivo de Simon (Karla Barquero) poseen gran fuerza debido a la imágenes que generan y a lo que transmiten en un plano emotivo. El accionar de ambos establece una comunión empática entre público e intérpretes.
El espacio está diseñado como un tríptico: al fondo, la jungla donde acecha la personificación imaginaria de la maldad a la que los chicos llaman “La Bestia”. Al centro y en proscenio, un claro en el que acampa el grupo. En la zona de butacas, el mar y un horizonte imaginarios remiten a la esperanza de volver a casa. El espacio se potencia por aquellos ámbitos que se sugieren, pero no se llegan a ver.
El señor de las moscas se publicita como un ejercicio reflexivo relacionado con el origen del Mal en la condición humana. Tal pretensión se queda corta al lado de la intensidad e inmediatez que instalan siete jóvenes actrices sobre el escenario. Esos cuerpos violentos y dolientes nos indican que el meollo del problema debe ubicarse en el debate alrededor del poder y no en la revisión moralista de la dicotomía entre el Bien y el Mal.
Ficha artística
Dirección: Paul Stebbings
Asistencia de dirección: Melissa Vargas
Dramaturgia: Nigel Williams basado en la novela homónima de William Golding
Traducción: Gerardo Bolaños
Elenco: Noelia Cruz (Ralph), Zoraya Mañalich (Piggy), Noelia Campos (Percival), Alice García (Eric), Natalia Arias (Jack), Karen Mora (Roger), Karla Barquero (Simon)
Composición musical: Paul Flush
Diseño de escenografía: Francesco Bracci
Diseño de iluminación: Álvaro Piedra
Dirección musical: Laura Barquero
Diseño de sonido: Hermes Soto
Pianista ensayador: Mario Rocha
Diseño de vestuario: Sebastián Brenes
Diseño de utilería: Óscar Soto
Peluquería: The Cool Hair Band
Producción: Gimena Cortés y Daniela Valenciano para Asociación Cultural Teatro Espressivo
Espacio: Teatro Espressivo
Fecha: 1 de junio de 2019