En la Costa Rica reciente, son muy escasos los espectáculos teatrales que impactan, al punto de convertirse en manifiestos estéticos, eventos políticos o hitos en la memoria del público. La Nica –relectura femenina de El Nica– va en camino de alcanzar, por sus propias virtudes y pertinencia, el mismo estatus de referente escénico que alcanzó el legendario monólogo, cuando lo interpretaba César Meléndez.
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En la versión de Cristina Bruno, el texto original adquiere otras resonancias ya que María Espinoza –la inmigrante nicaragüense– es violentada a raíz de su nacionalidad y también de su género. De última en la escala de las personas oprimidas, ella se desahoga al hablar con la figura de un Cristo Crucificado que descansa sobre su mesita de noche. Por esa vía, vamos conociendo sus penas y su creciente enojo.
El universo doméstico de María está conformado por pocos y humildes objetos. En su conjunto, expresan una vida de privaciones. La rústica habitación se sume, cada tanto, en la penumbra. Esto permite resaltar la sombra del Cristo contra la pared del fondo. La poderosa imagen sintetiza la idea de una fuerza celestial que no termina de escuchar los ruegos de la mujer y, por extensión, los de sus compatriotas.
El desempeño de Cristina Bruno es sobresaliente debido a la verosimilitud de su personaje. La actriz se mueve con soltura en un amplio rango emocional. Las transiciones de un estado a otro son eficaces al estar desmenuzadas en pequeños gestos, acciones corporales y pausas que permiten disfrutar de una actuación memorable, sostenida por la pericia técnica y el compromiso vital.
El personaje recurre a la ironía para incrementar la intensidad de lo que dice. El “pura vida” estampado en su camiseta contradice la actitud agresiva de una tica que la insulta. La andanada de madrazos y otras bajezas que aguanta María terminan con un ladrido brutal. En ese momento, recordamos la muerte de Natividad Canda Mairena, un nica abandonado a su suerte ante el ataque de dos perros rottweiler, en 2005.
María Espinoza nos habla de frente en la secuencia más extraordinaria del espectáculo. Con palabras sencillas, pide perdón mientras desmitifica las pretensiones de superioridad de los xenófobos locales. Nos recuerda el aporte de las personas trabajadoras inmigrantes en el cuido de nuestros hogares. Además, enumera una jugosa lista próceres, artífices y deportistas costarricenses de origen nicaragüense.
La demoledora argumentación hizo que la sala explotara en un interminable aplauso. En respuesta, Cristina Bruno trenzó las banderas de Costa Rica y Nicaragua y las colocó sobre sus hombros. Esta acción simbólica incrementó el entusiasmo de un público que no quería irse. La voluntad de extender el convivio abrió margen para las intervenciones de universitarios nicaragüenses obligados a huir de su país por causa de la represión.
Nos quedamos cortos cuando afirmamos que el teatro refleja la realidad. Lo cierto es que la produce, pues tiene la potencia de convocar y poner en diálogo a personas desconocidas, alrededor de temas urgentes y provocaciones estéticas. Por último: María Espinoza, oriunda de Matagalpa y tantas veces crucificada, no nos pida perdón. Este país se lo pide a usted.
FICHA ARTÍSTICA
Dirección y actuación: Cristina Bruno
Dramaturgia: César Meléndez con adaptación de Cristina Bruno
Diseño de escenografía, iluminación, vestuario, utilería y audio: Teatro La Polea
Técnicos de luz, audio e imagen: Francisco Castro, Carlos Vargas, Rodolfo Álvarez
Producción audiovisual: Morcio Films
Producción: Teatro La Polea
Espacio: Teatro Espressivo
Fecha: 29 de agosto de 2018