El teatro familiar constituye un sector no muy visibilizado, pero sí de enorme trascendencia en las artes escénicas nacionales.
Diversas agrupaciones independientes vienen desarrollando, desde hace muchos años, una labor sostenida para captar nuevas audiencias. Los desafíos impuestos por otras formas de entretenimiento (cine y televisión) no han sido obstáculos para la continuidad de su trabajo.
La Compañía Nacional de Teatro (CNT) –a través del finalizado programa Escena Viva– posicionó la sala Juan Enrique Acuña como la sede no oficial de este tipo de proyectos.
Sumado a esto, los esfuerzos de Educarte (Asociación de grupos de teatro y títeres para infancia y juventud) han enfatizado la importancia del teatro como herramienta para la adquisición de conocimientos y valores, durante la niñez.
Y fue, precisamente, en la Quique Acuña donde Nuni –la iguana musical– se convirtió en la anfitriona de una aventura llena de animales parlanchines.
El tigre Rosadito, la Zorra número cuatro y un par de monos especializados en narrar chistes malos son algunos de los héroes de esta historia.
La trama gira alrededor de Cleo –un pollo– y de Bu –un búho que no tiene clara su identidad–. Ambos se fugan de la finca donde viven al sentirse amenazados por las personas. Mientras huyen por el bosque, conocen a otros animales con los que aprenderán las maravillas y dificultades de la vida silvestre. La experiencia servirá para que los dos protagonistas descubran su propio valor en el reino de la Naturaleza.
Títeres de manipulación directa (con los animadores a la vista) pueblan este mundo imaginario. Un teatrino y unos paneles móviles se convierten en una granja o en un bosque misterioso.
Los tres animadores siempre están en medio de una intensa actividad para darle voz y movimiento a los muñecos, cuya partitura de acciones y gestos fue rica en matices. De esa manera, la complicidad entre personajes y espectadores se mantuvo intacta de principio a fin.
Cabe destacar la habilidad de los animadores para “desaparecer” ya que, la mayor parte del tiempo, fueron visibles mientras manipulaban sus títeres.
Prendas y viseras negras hicieron que su presencia apenas se sintiera. Su desempeño permitió que el público se concentrara en las acciones de los personajes.
Como complemento de esta ilusión, el humor verbal generó sorpresa y empatía. La sonrisa de los grandes y el asombro de los pequeñines fueron prueba de la eficacia técnica en escena.
Nuni logró con sencillez e ingenio estimular la imaginación de la audiencia. A la vez, nos invitó a respetar la vida animal y sus habitat .
En esta doble dimensión recreativa y pedagógica, la obra le añade a su condición de entretenimiento, el potencial de inculcar valores. En el largo plazo, este tipo de propuestas va labrando el gusto de las futuras generaciones de aficionados al arte teatral.
Este texto debió haber sido escrito por mi niño interno. No asumí el impulso, pero me consuela saber que, producto de esta lectura, algún adulto le propondrá a los menores una salida al teatro.
Todos los fines de semana, la oferta de espectáculos está al alcance de las familias. De repente, al calor de una visita casual, podría surgir ese placer por los mundos de fantasía que se forjan en cada rincón del escenario.
FICHA ARTÍSTICA
Dramaturgia, dirección y escenografía: Mariano Madriz
Elenco: Daniela Herrera, Mariano Madriz, Nereo Salazar
Iluminación: Nereo Salazar
Títeres y máscaras: Colectivo El Queso
Vestuario: Anita Díaz
Música: Hernán Núñez
Diseño gráfico: La Espalda Teatro
Técnico de sala: Ramiro Portuguez
Espacio: Sala Juan Enrique Acuña
Función: 8 de marzo de 2015