Cinco adultos vagan entre los escombros de lo que alguna vez fue una ciudad. Buscan algo de comer, pero solo encuentran ceniza y muerte. La guerra se encargó de arrasar con casi todo. A duras penas, estos damnificados se mantienen en pie. Sus tristes figuras los hacen parecer fantasmas. Y más les valdría serlo porque en ese mundo de pesadilla vivir es un castigo.
La obra se desarrolla a partir de la sucesión de escenas breves. No hay una anécdota de fondo. Cada fragmento es independiente y se suma a los otros para construir un devastador retrato del horror bélico. La perspectiva es la de los civiles atrapados en el fragor del combate. La estrategia narrativa alterna soliloquios de carácter reflexivo o intimista con situaciones de extrema dureza.
Lo anterior no le da tregua a los espectadores. En un instante, observan a dos hombres valorar la posibilidad de comerse el cadáver putrefacto de un perro y, al siguiente, escuchan el testimonio de una chica violada y mutilada por los soldados. Estos son apenas un par de ejemplos de una dolorosa y extensa lista de aberraciones contra la humanidad.
La angustia implícita en los acontecimientos se desborda hasta la plástica escénica. El espacio está saturado de polvo y humo. Del techo guindan telas rasgadas como si fueran espectros al acecho. Tarimas de distintos tamaños simulan los vestigios de objetos que fueron útiles en un pasado remoto. Los personajes visten harapos y su maquillaje remite a la estética apocalíptica de la danza Butoh .
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La iluminación genera sectores de luz y sombra altamente contrastados. En algunos casos, las acciones quedan ocultas en la penumbra. En otros, la luz evidencia –con premeditada crudeza– el deterioro de los personajes. Al respecto, el uso de la zona de asientos como extensión del escenario produce una incómoda cercanía entre público y elenco. Así, la obra nos restriega en la cara lo que sería más confortable mirar de lejos.
La ciudad sitiada alcanza su nivel más alto en el trabajo actoral. Los personajes maniobran en el límite de sus capacidades físicas y emocionales. Los cuerpos parecen de verdad atravesados por el sufrimiento; las historias de vida están cargadas de dolor, pero también de una dignidad que se resiste a desaparecer. Inclusive, emergen destellos de humor debajo de estas fachadas a punto de resquebrajarse.
A pesar de su válida denuncia contra las guerras, el libreto sucumbe a la tentación de reducir una temática tan complejo a sus componentes emotivos. La interminable catarsis que aflige a la audiencia –escena tras escena– no deja margen ni aporta insumos para reflexionar sobre las causas de ese tipo de catástrofes. Solo hay lugar para sentir temor, asco o piedad.
Este tratamiento pasional del tema se agota por saturación y conduce a un desenlace pesimista en el que un hombre plantea la muerte como un estado deseable. En otras palabras, pareciera que el montaje nos sugiere rendirnos antes que desenmascarar a los gestores de ese negocio perverso conocido como la guerra. A estas alturas, esa opción solo podrá traducirse en nuevos territorios sembrados de muerte.
FICHA ARTÍSTICA
Dirección: Leonardo Sandoval.
Asistencia: Melvin Jiménez.
Libreto: Laila Ripoll.
Elenco: Madelaine Garita, Fanny Vargas, Ana Ulate, Pablo González, Carlitos Miranda.
Iluminación: Carlitos Miranda.
Vestuario y escenografía: Teatro del Público.
Espacio: Teatro Universitario.
Función: 4 de marzo de 2016.