El presidente John F. Kennedy (JFK) visitó Costa Rica en marzo de 1963 para reunirse con los presidentes de Centroamérica y Panamá. La llegada del mandatario estuvo enmarcada en lo que S. G. Rabe llamó su plan de un “anticomunismo ilustrado”, impulsando su Alianza para el Progreso.
El objetivo era utilizar la ayuda económica estadounidense como una herramienta política y moral para promover el desarrollo económico y reformas políticas en América Latina.
En Costa Rica, la llegada de Kennedy fue celebrada y vivida como una fiesta que resaltó la cercanía del costarricense común con la imagen benigna de los Estados Unidos.
La emoción comenzó en febrero, cuando se publicó en los diarios del país información sobre la llegada de Kennedy y una fotografía de la entrevista que con él sostuvo el entonces ministro de Relaciones Exteriores, Daniel Oduber.
Ya desde ese momento, cuando se le consultó, Oduber indicó que Kennedy tenía “una clara concepción de los problemas de nuestra América Latina” y una “firme y resuelta decisión de ayudarnos a resolverlos”.
Oduber añadió que la visita de JFK ocurría en un marco de “amenaza contra nuestras libertades y la soberanía de los pueblos americanos que representa el comunismo ruso, fuertemente asentado en Cuba”.
Visita. El 20 de febrero, Kennedy catalogó a Costa Rica, a Colombia y a Puerto Rico como países dirigidos por “líderes liberales y progresistas que creen que los problemas de este hemisferio pueden resolverse en cooperación bajo un sistema de libertad”.
La cima de esa representación nacionalista que equiparaba a Estados Unidos con Costa Rica la expuso un artículo de La Nación el 18 de marzo, día de la venida de Kennedy.
La Nación indicó que una gran figura del “pueblo norteamericano” había escrito que Costa Rica era “una bella y pacífica democracia rural cuyo ambiente de libertades y derechos habría alegrado el alma de Jefferson”.
Eso ocurrió en un momento en que se reportaba que el ministro de Defensa de la Unión Soviética había amenazado con iniciar una tercera guerra mundial y de que podía haber bases anticastristas en Costa Rica.
La visita de Kennedy fue un momento crucial para afirmar el anticomunismo y el carácter aliado de Costa Rica junto a Estados Unidos. En sentido estricto, la reunión en Costa Rica representaba la afirmación del frente anticomunista centroamericano y el cierre de filas de esta región al lado de los Estados Unidos contra la Unión Soviética.
Kennedy estuvo en Costa Rica del 18 al 20 de marzo de 1963 con una agenda completamente llena que incluyó almuerzos, cenas, recepciones, conferencias y visita al Teatro Nacional y a la Universidad de Costa Rica.
A su llegada, en La Sabana, frente a una gran multitud, JFK afirmó que Costa Rica era “uno de los lugares tocados por ese mar donde brilla la esperanza”. También dijo: “Aquí, un pueblo constante y valiente ha establecido una democracia progresiva, que sirve de ejemplo al hemisferio”.
JFK realizó una síntesis histórica de las conexiones entre Centroamérica y los Estados Unidos y de los esfuerzos de integración americanos. Afirmó que los esfuerzos continentales por defenderse de fuerzas ajenas al hemisferio se habían desarrollado desde que tuvo lugar el Primer Congreso Interamericano de Panamá en 1825.
Haciendo gala de conocimiento histórico de la región, Kennedy sentenció de una forma muy imaginativa que las luchas del pasado eran las mismas del presente.
También afirmó que los héroes del pasado debían guiar a los líderes del presente en su empeño por confrontar a la Unión Soviética. En ese esfuerzo, Kennedy actualizó el imaginario nacionalista costarricense al afirmar:
“En el siglo siguiente establecimos un sistema interamericano que ayudó a completar y a preservar nuestra libertad del dominio extranjero.
”Esta libertad se ha visto retada muy a menudo y hoy se ve retada en Cuba, pero [triunfaremos] con la ayuda de hombres valientes y sacrificados, tales como los que se deshicieron del emperador Maximiliano, hombres tales como los que impidieron la reconquista española en 1866, hombres como el costarricense Juan Rafael Mora, quien participó en la expulsión de William Walker.
”Con esta clase de ayuda hemos destruido todos los esfuerzos de conquista del extranjero en el pasado y así acabaremos triunfando sobre los agresores de hoy”.
En ese discurso, JFK insistió en ver a la Unión Soviética como un nuevo imperio que intentaba desplegarse sobre América.
Otro filibustero. Así, para enriquecer su programa de la Alianza para el Progreso, Kennedy acudió a un discurso panamericanista que echaba mano de héroes nacionales para poner a comulgar a los centroamericanos con los Estados Unidos. Dos días después, en la Universidad de Costa Rica, Kennedy volvió a sentenciar:
“Lo que no podemos aceptar en Cuba es la cesión de su soberanía a la Unión Soviética y la transformación de esta isla en una base a partir de la cual Rusia pretende extender su imperio a las costas de este continente.
”Se ha derramado demasiada sangre durante demasiados años para preservar nuestra independencia de la dominación extranjera, y no podemos nunca estar tranquilos en nuestro hemisferio hasta que la Unión Soviética siga el mismo camino que Jorge III, que los conquistadores españoles, que Maximiliano y William Walker. Así tiene que ser y así será”.
Ese 20 de marzo de 1963, Kennedy fue el único que recordó que Costa Rica celebraba la batalla de Santa Rosa. En aquel discurso, cargado de contenido histórico, vinculó a los filibusteros de ayer con los soviéticos de su presente y llamó a acabar con ellos.
Esa estrategia (de equiparar la Unión Soviética a los filibusteros) no era nueva porque había aparecido en la década de 1940, pero JFK la actualizó utilizando el contexto de la Revolución cubana.
Al inaugurar el proyecto habitacional del INVU llamado El Bosque, en San Sebastián (hoy Colonia Kennedy), JFK afirmó que en Costa Rica había reconocido la misma democracia estadounidense y había encontrado un socio para su proyecto de Alianza para el Progreso.
Kennedy fue aclamado por las multitudes. Su carisma sirvió para subrayar la imagen de un imperio benevolente que se inclinaba a su patio trasero para salvarlo del peligro de un imperio agresor que venía del otro lado del mundo.
Su héroe costarricense elegido como ejemplo para esa empresa fue Juan Rafael Mora Porras, a quien los intelectuales locales exponían como ejemplo de antiimperialismo desde principios del siglo XX: toda una ironía que muestra el variado uso que de los héroes históricos pueden hacer los políticos de turno.
El autor es director del Centro de Investigaciones Históricas de la UCR.