“ El tiempo, el tiempo, el tiempo...”. La gran preocupación de Daniel Gallegos Troyo es lo que pasa entre el nacimiento y la muerte (nada menos). La literatura es lo que surge mientras nos balanceamos entre los extremos.
Con la misma claridad de sus ojos, el dramaturgo y novelista repasa una prominente obra que le ha merecido numerosos homenajes. Este martes, el Teatro Nacional albergó una fiesta para don Daniel: un encuentro de quienes han compartido la historia del teatro costarricense con él. Nacido el 28 de agosto de 1930, en San José, y residente en California (Estados Unidos) durante su adolescencia, está acostumbrado a moverse. Se formó como abogado, pero se forjó en el teatro con becas en la Royal Shakespeare Company, su participación en el Actor’s Studio en Nueva York e incontables viajes.
Entre sus obras más reconocidas, destacan piezas teatrales como La casa (1984) y En el séptimo círculo (1982); de sus novelas, sobresalen Los días que fueron (2007) y El pasado es un extraño país (1993).
Este martes, nos recibió en su casa desde hace 15 años, en San Isidro de Heredia, antes de partir hacia la fiesta que le ofrecieron sus amigos en el Teatro.
“A uno siempre lo impulsa algo; a mí, el tiempo. Siempre me ha fascinado”, cuenta. Su última novela, La Marquesa y sus tiempos , salta entre épocas y entre vidas. Como en sus otras obras, su motor es comprender cómo somos los seres humanos: por qué hacemos y dejamos de hacer tantas cosas.
Buscamos la trascendencia y cómo superar esa dimensión del tiempo. “Esa trascendencia la puede encontrar en el arte, en la religión, en la ciencia... El tiempo es algo misterioso porque vivimos en esa dimensión, donde todo pasa. Usted, mañana, cuando llegue a su casa, ya no es el mismo que hoy”, detalla.
Proximidad. A sus 84 años, Gallegos aún sigue trabajando en su literatura. “A esta edad se aprenden muchas cosas. Hay gente que le tiene miedo a la vejez y no debería: es una etapa de mucha reflexión”, asegura.
“Llega uno a la conclusión de que lo que más le da a uno son las cosas que se pueden obtener más fácilmente si las busca, porque están cerca: el valor de la amistad, del amor (por las cosas, las personas...). La gente que busca el poder y el dinero lo hace por codicia. Son medios para sanar la incapacidad de amar”, considera.
Esta certeza explica, en parte, su visión de la literatura como un acto de comunicación necesario. “El lector es el amigo que tiene el escritor. Escribo para un amigo que está al otro lado, que no quién es. Es esa sensación de que hay alguien al otro lado que me entiende”, dice.
Al aproximarse a su obra, el lector se encuentra con una voluntad de aclarar y limpiar la comunicación humana. “Todavía en estos tiempos, me gusta criticar, en mis obras de teatro, el prejuicio, la indiferencia, la hipocresía, el doble estándar..., todo esto causa resentimiento. La violencia no es gratuita”, afirma Gallegos –y lo saben quienes han leído La casa y La colina (1968)–.
El ser humano está hecho de contradicciones: es maravilloso y destructivo; bondadoso y criminal. Lo ciegan el poder, la avaricia y la indiferencia. También es capaz de hacer poesía. Esta dualidad fue uno de los temas de la inspiración principal de la obra de Gallegos: William Shakespeare.
“Con muchísima humildad, digo que Shakespeare es mi gran maestro. Es el gran conocedor del alma humana”, dice. “Explora toda esa interioridad que tiene el ser humano, tan capaz de cosas buenas y, a la vez, de hacer desastres”, añade un hombre con un estante repleto de obras críticas sobre el Bardo.
¿Cómo pasó a la narrativa? “Creo que a todo escritor de teatro le gusta ensayar otros géneros. Sentí que el teatro no estaba en las mismas condiciones para hacer los montajes que me gustaban, con una Compañía Nacional de Teatro que dejó de funcionar como debía ser...”, considera.
En 1993, publicó su primera novela. “Decidí hacer mi teatro de otra manera: hacer mis montajes en forma de novela. Creo que el artista trata de ensayar algunas cosas, algunas mejor que otras, pero ese es el reto, lo que lo hace a uno estar vivo y sentir el arte”, confiesa.
En compañía. La escuela teatral de Daniel Gallegos se cimentó en el grupo de teatro Arlequín, pionero del teatro profesional en Costa Rica.
Allí, formó un sólido grupo de amigos que luego, cada uno en su campo, siguió marcando la pauta de la escena costarricense: Alberto Cañas, Kitico Moreno, Guido Sáenz, Ana Poltronieri...
Dos de esos grandes amigos partieron recientemente: Alberto Cañas y Samuel Rovinski. “Me siento muy honrado de haber sido parte de este grupo. Nosotros éramos muy amigos, muy unidos. Cuando alguien tenía un proyecto, inmediatamente nos juntábamos para leerlo, criticarlo, si era el caso, y dar nuestras opiniones. Eran gente muy culta: siempre estaban bien informados y al tanto de lo que sucedía en las artes”, recuerda.
Para el dramaturgo, lo que caracterizaba aquella época era una voluntad política de apoyar a la cultura. Es optimista sobre el talento joven y sobre lo que podría suceder con políticas públicas en el campo.
“La cultura no es un negocio particular. La inversión se hace en el pueblo que, a la larga, recibirá los beneficios; no es solamente reconocer su identidad, sino también ser parte de los valores universales y apreciarlos”, opina.
En otra época, Daniel Gallegos hubiera sido cineasta. En sus tiempos, como dice, era como soñar con ser astronauta en un país como Costa Rica.
“Creo que todos somos, de algún modo, cámaras vivientes. El artista es un gran observador. Si no lo fuera, no sería artista. Está todo el tiempo pendiente de la realidad y de las cosas que están sucediendo. El cine las está grabando y ahí quedan”, explica.
“Se acaba el tiempo y uno sigue haciéndose preguntas. Algunas de ellas no encuentra respuesta. En otras, sí: el amor es una respuesta definitiva”, afirma. Su trabajo ha sido una búsqueda de un canal para pensar y sentir con otros.
“Yo estoy en mis libros”, afirma. Ha sido lo que ha escrito. La literatura, lo que queda entre el nacimiento y la muerte, es la reafirmación del paso del tiempo.
Abrazo a don Daniel.
La noche de este martes, el Teatro Nacional ofreció un agasajo para Daniel Gallegos Troyo, ganador del Premio Magón en 1998. La actividad fue organizada por el Ministerio de Cultura y Juventud y por la Editorial Costa Rica, con apoyo de SINART y el Centro Costarricense de Producción Cinematográfica.
En el foyer del teatro se reunieron amigos cercanos del dramaturgo y novelista. Para la ocasión, se prepararon homenajes en video con la participación de Eugenia Chaverri, Claudia Barrionuevo, Óscar Castillo y Guido Sáenz. La historiadora del teatro Olga Marta Mesén, quien recién publicó un libro dedicado a la obra dramatúrgica de Gallegos, ofreció un repaso por su legado artístico.
Además, el Grupo de Teatro de la Contraloría General de la República representó dos escenas de La casa (1984), una de las piezas teatrales más conocidas del homenajeado. Gallegos nació el 28 de agosto de 1930 en San José. Entre sus obras destacan La colina (1968), En el séptimo círculo (1982), El pasado es un extraño país (1993) y Los días que fueron (2007).