Estrenado en París, en 1895, el cine apareció en San José en 1897 y se convirtió durante los siguientes setenta años, como mínimo, en el entretenimiento por excelencia de los josefinos.
Según la investigadora María Lourdes Cortés: “Como en casi todo el mundo, [aquí] la actividad cinematográfica surgió al amparo de la actividad teatral y se presentó como una novedad tecnológica, incorporándose a los espectáculos públicos que se presentaban en la capital, tales como obras teatrales, veladas musicales, óperas, zarzuelas, bailes, toros, actos de circo o magia, vaudeville y otros” ( El espejo imposible. Un siglo de cine en Costa Rica ).
Si las primeras y exitosas proyecciones de cine se llevaron a cabo en el Teatro Variedades, pronto el Teatro Nacional les dio cabida, al igual que otros espacios, tales como bodegas, fábricas y salones, cuyos locales –casi todos construidos en madera– fueron acondicionados para ello y algunos de los cuales se convirtieron en los populares “salones-teatro” después de 1900.
Cambios sin parar
De aquellos, hubo varios en la ciudad en la década de 1910, tales como el Salón-Boliche, el Nuevo, el Colón, el Actualidades y el Alhambra, entre otros; incluso, uno de ellos, el Olympia, estrenado en 1911, se convirtió en el elegante Teatro Moderno dos años después. Otros, surgidos en la década de 1920, se convertirían luego en salas de cine propiamente dichas.
Por su parte, los eclécticos teatros que sucedieron al Moderno, se adaptaron pronto al cinematógrafo, como fue el caso del Trébol, el América, el Adela y el Raventós, último de ellos en aparecer, en 1928, pues, con la llegada de la década de 1930, todo cambió.
Con la invención del cine sonoro, a mediados de los años 20, llegaron también nuevas preocupaciones para quienes diseñaban las salas, quienes, inquietos por la acústica, lo reflejaron con la depuración de los volúmenes y líneas de los inmuebles; tendían a una estilizada sencillez: era el momento del art déco .
Este fue un movimiento de diseño moderno que, como su nombre lo indica, influyó en las todas las artes decorativas (arquitectura, diseño interior, diseño gráfico e industrial) y visuales (moda, pintura, escultura, grabado y cinematografía). Popular en el periodo de entreguerras (1919-1939), su influencia se extendió por todo el mundo occidentalizado hasta la década de 1940 incluso, en países como Costa Rica.
Aquí, por esa razón, fue art déco la primera sala de cine en aparecer: el Teatro Gran Palace, pues “teatros” se les siguió llamando a las nuevas salas. Apareció, ¿cómo no?, en la capital y, más aún, frente a su parque Central.
Diseño del arquitecto alemán Paul Ehrenberg, el Palace fue estrenado el 14 de noviembre de 1935, con la película Quiéreme siempre , protagonizada por Grace Moore.
Con capacidad para 1.500 espectadores, fue construido en concreto armado, su mobiliario fue importado de los Estados Unidos y contaba con aire acondicionado y el primer sistema de iluminación indirecta del país.
Del Palace al Capitolio
Refiriéndose a la vocación cinematográfica del Palace, en contraste con sus antecesores, detalla el periodista Fernando Borges: “En espectáculos, el fuerte de este teatro ha sido y es el cine. No obstante, por su escenario han desfilado compañías y artistas de mérito” ( Teatros de Costa Rica ).
En efecto, no por ser la primera sala de cine, podía renunciar a las artes escénicas a que acostumbraron los teatros a su público. Además, aunque construido por el señor Guillermo Borbón, el Palace funcionó muy pronto como parte del circuito teatral Urbini, uno de los dos que rivalizaban por la preferencia de los josefinos.
Al año siguiente, su competidor, el circuito Raventós, alquilaría a su vez otra nueva sala de cine: la del Capitolio, ubicado 150 metros al sur de la iglesia de La Dolorosa. Había sido un galerón para mercado inaugurado en 1930 por los empresarios Julio Neurohr y Francisco Barbará; en virtud de sus pérdidas, la propiedad pasó al Banco de Costa Rica y, en 1935, fue adquirida por el italiano Toscano Lucconi.
Fue él quien adaptó apenas el galerón aquel para funcionar como salón-teatro, lucrativa actividad que le permitió estrenar, dos años después, una sala de cine en forma. Como fue construido por la empresa de Adela viuda de Jiménez, es muy probable entonces que el diseño del Capitolio correspondiera al catalán Luis Llach, quien entonces era arquitecto de esa constructora.
Era art déco como el Palace, pero no poseía la elegancia y refinamiento de diseño interior que las crónicas y las fotografías de época atestiguan de aquel; sin embargo, tenía el Capitolio muchos de las rasgos geométricos que caracterizaban esa estética, sobre todo en su fachada, muy escenográfica, como solían ser en la tendencia. Se inauguró el 12 de agosto de 1937.
Del Líbano al Ideal
Hacia 1924, habían aparecido en extremos opuestos de la ciudad otros dos salones-teatro: al noroeste, en la esquina de avenida 9 y calle 10, el Teatro Tovac, y al sureste, al costado norte de la plaza González Víquez, el Teatro Ideal; el primero fue centro de diversiones, y el segundo, exclusivamente cine.
Construidos ambos en madera, el Tovac se llamó así por su dueño, Tomás Vargas C., mientras que el Ideal perteneció a un señor de apellido Fait. A diferencia de este último, el Tovac no fue un buen negocio hasta que lo adquirió el libanés Antonio Yuning, en 1936, para convertirlo en el gran cine art déco que fue.
Así, el sábado 27 de marzo de 1937 se inauguró una de las salas de cine más grandes de San José, con una vistosa fachada de volúmenes escalonados y motivos de sol radiante, rótulo incorporado y, para culminar el conjunto, una elegante heráldica, que hace referencia al origen libanés del propietario, con un altorrelieve de gran calidad. Construido por el ingeniero italiano Enrique Cappella, se ignora quién hizo su deslumbrante diseño.
El Ideal, por su parte, aprovechó a su favor la lejanía del centro urbano y la cercanía de barrio Luján; fue a su sombra que proyectó durante años una tanda diaria como mínimo. En 1947, la sala se hizo completamente nueva con diseño de Paul Ehrenberg, cambió que se evidenció, sobre todo, en su simétrica fachada y volumétricos zig-zag; para pasar luego a pertenecer a un circuito o al otro. A diferencia del Palace y dentro de ese modesto art déco nuestro, el Ideal –como el Capitolio y el Líbano–, solo llegó a ser una buena sala de barrio.
Los cines art déco invadieron el mundo entre 1930 y 1940 y San José no fue, pues, la excepción. Lamentablemente, si en el resto del mundo pocos siguen funcionando como tales; aquí esas salas, que deleitaron durante décadas a los josefinos del siglo XX, empezaron a dejar de serlo en los años de 1980: algunas para luego desaparecer del todo, como el Capitolio y el Ideal; otras para convertirse en venta de comida chatarra –el Palace– o en taller mecánico –el Líbano–. En todos los casos, ha sido un hecho deplorable para la arquitectura capitalina… y sus urbanos sueños de celuloide.