Se encuentra allí, ni oculta ni silenciosa, pero sí inusitada. Está en estantes de todas las librerías del país; desde hace unos años, en puestos de privilegio, coronando escaparates y entre floridos superventas románticos. Son la joya de la casa.
La novela policiaca, con su infinidad de variantes de tema, forma y estilo se ha entronizado como uno de los géneros más populares en la ficción. Así era con títulos de Estados Unidos y Europa desde hace décadas; en los últimos años, los ticos han empezado a ganarse su puesto cerca de ellos.
En la Feria Internacional del Libro de setiembre, Uruk, Editores, presentó una serie dedicada al género negro y a novelas de crimen, El Cuervo , con cuatro títulos iniciales y dos en estudio. En la FIL, varios lectores compraron los cuatro libros de una sola vez.
La Editorial Costa Rica, que tenía ya un sello para identificar estos géneros, dedica su certamen Joven Creación 2016 a la novela policiaca. ¿Tiene un libro sobre un crimen o una investigación en marcha? Parece el momento de echarlo a andar.
En los últimos cinco años, al menos una docena de novelas se ha publicado en esta línea; suena como poco, pero en un país con escasa producción géneros específicos como romance, fantasía o terror, pareciera la más robusta de las tendencias.
“En Costa Rica poco a poco se va dando una mayor producción, muchas novelas para un país tan pequeña. Hay novelas que son estrictamente novelas negras, otras de corte gótico, otras de la tradición inglesa... hay una gran variedad, hasta llegar a un momento como este”, explica Uriel Quesada, autor e investigador.
En el 2010, dos novelas negras compartieron el Premio Aquileo J. Echeverría : Verano rojo , de Daniel Quirós, y El laberinto del verdugo , de Jorge Méndez Limbrick. También Guillermo Fernández, Rodrigo Soto, Mario Zaldívar y Óscar Núñez han nutrido esta rama de la ficción. Este mes, Warren Ulloa se volcó al género con Elefantes de grafito .
Trepidante, violento, incómodo: un buen relato policíaco sumerge al lector en un laberinto que puede tomar la forma de una investigación, un proceso judicial, una trama mafiosa o un misterio fantástico.
Como todo en la literatura, es una olla en la que cabe todo ingrediente. Surgen las dudas: por qué ahora, por qué en este país, de qué hablan.
Fama. “Se le veía como género menor, pero ha ido adquiriendo mayor presencia, popularidad y divulgación en Europa y Estados Unidos”, explica el editor de Uruk, Óscar Castillo.
La novela policíaca nació a mediados del siglo XIX, como respuesta al crimen las urbes industrializadas; en ese sentido, se codificó como el relato de un crimen, con una estructura cerrada y basada en la búsqueda de respuestas. Poco a poco, se fijó también las condiciones sociales que permitían que esos crímenes se diesen.
En los años 20 y 30, el género se decantó, en Estados Unidos, por explorar el crimen organizado. Por aquella época, “novela negra” empezó a identificar aquellas obras en las que la resolución del crimen ya no era lo principal, sino la indagación moral y la narración minuciosa de ambientes sórdidos. ¿Escapismo? Como todo. ¿Pura diversión macabra? También.
“¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo?”. Esa frase de Bertolt Brecht es el epígrafe de Plata quemada (1997), de Ricardo Piglia, uno de los más respetados cultores del género en América Latina.
Tal enfoque no es inusual: la novela latinoamericana, desde que tomó el crimen como materia, hace de la crítica del sistema social y económico su principal sospechoso.
“Buscan en denunciar lo que está podrido y lo que está mal en nuestra sociedad latinoamericana. Unos de forma más gráfica y violenta como lo es en el caso de Castellanos Moya, otros de forma más sutil como Ricardo Piglia o el mismo Mempo Giardinelli”, dice Jorge Méndez.
En el 2013, Paco Ignacio Taibo II, el mexicano creador del detective Héctor Belascoarán, visitó Costa Rica para la FIL. Decía entonces que no se podía tener a un detective latinoamericano que saliera inmune de una novela; el contexto lo hería. Más aún, sentenciaba: “Escribir una novela negra en Costa Rica sin analizar el papel de la banca sería una broma”.
LEA MÁS: Entrevista con Paco Ignacio Taibo II sobre la historia y la novela negra
A lo que apunta es que, si la novela policíaca estadounidense se enfocó en los síntomas del capitalismo y sus fallos durante la Gran Depresión, la latinoamericana aspira a denunciar el sistema en sí (como en Élmer Mendoza, Leonardo Padura).
Uriel Quesada identifica como gran disparadora del género en Centroamérica la obra Castigo divino , del nicaragüense Sergio Ramírez (1988). Desde entonces, han destacados internacionalmente autores preocupados por el crimen y sus efectos, como Rafael Menjívar Ochoa, Rodrigo Rey Rosa y Horacio Castellanos Moya.
En Costa Rica, la historia del género no es muy reciente, pues ha tenido un desarrollo desigual y poco conocido, opina Daniel Quirós. “Uno no puede desfasar el nacimiento de un género como este con los cambios socioeconómico de su tiempo”, dice.
Óscar Montanaro Meza considera que la primera novela policíaca tica, aparte de antecesoras que tendieron al género y tema, fue Huellas de ceniza (1993), de Enrique Villalobos.
Obras con visos de novela policíaca son El año del laberinto (2000), de Tatiana Lobo, y Cruz de olvido (1999), de Carlos Cortés –para ambos, fundamentales en el desarrollo de sus carreras literarias y la tica–.
Tras los cambios socioeconómicos y políticos en Costa Rica, hay un giro hacia lo urbano y lo contemporáneo, desde los años 90. Con el crimen en general como tema, cada autor va por su lado: hay thrillers , suspenso político, sugerencias de lo paranormal y el terror, cruces de periodismo o filosofía y una concentración en San José.
Las presiones de una sociedad que cambia empujan a sus artistas a iluminar rincones muy oscuros; algunos, que ni los medios de comunicación quieren explorar acuciosamente. “Creo que donde exista injusticia social, corrupción, violencia como tal, bajas pasiones, perversiones, obsesiones, asesinos en serie, corrupción policial, crimen organizado, prostitución, allí estará el ojo lacerante de la novela negra o la novela policial”, opina Méndez Limbrick.
Quizá por ello, cada vez más veamos cómo nuestros autores se las ingenian para explicarse lo que vivimos. Además, con editoriales y lectores que las apoyan, nuevos autores pueden sentirse seguros de apostar por un género novedoso en el medio.
“Quizás el hecho de que estemos pasando por un periodo histórico muy cargado de microviolencias y de macroviolencias haga poner los ojos en escritores que pongan el énfasis en esos temas”, acota Castillo.
No pueden identificarse aún tendencias en la novela negra tica, más allá de la mezcla de géneros (como ciencia ficción y fantasía). Empero, Quesada estima que hay algunas características que se repiten; por ejemplo, la confianza en el sistema.
“La mayoría de los personajes principales son policías. En otras culturas, representan al poder y, por lo tanto, no son confiables. En los clásicos, hay enorme desconfianza de las estructuras de poder. En la novela costarricense se ve, más bien, una pérdida de ciertos acuerdos sociales, pero persiste la confianza en que un representante del Estado es capaz de, al menos, intentar proteger a la población y encontrar soluciones”, argumenta.
No obstante, en textos recientes, ese cuestionamiento aparece con mayor franqueza. En la oscurana , de Soto, y las novelas de Quirós asaltan la idea del Guanacaste idílico, exponiendo la corrupción intrínseca a cierta parte de su desarrollo turístico.
Es marca de la época. “En los últimos 30 años, Costa Rica se ha vuelto más desigual y más violenta. Santa Cruz, en Guanacaste, es un microcosmos en mis novelas de la problemática tica actual : resorts de $500 la noche donde la empleada no gana eso al mes ”, dice Quirós.
Justo en aquella zona, un policía le dijo una vez a Quirós: “Con el progreso, vienen todos los hijueputas”.
Mientras ellos existan, habrá crimen. Mientras ocurra, lo leeremos.