Frente al texto dramático, la salvadoreña Jorgelina Cerritos recurre inadvertidamente a las figuras sensoriales de la poesía. En su texto Al otro lado del mar, lo mismo habla sobre los sueños que sobre el pasado de dos personajes perdidos en un presente surreal en una playa.
La semana pasada, la Compañía Nacional de Teatro estrenó su adaptación de la obra y debutó, con ella, su primer montaje de dramaturgia centroamericana –el Teatro de la Aduana ofrecerá funciones hasta el 25 de junio–.
Costa Rica es el cuarto país que representa el texto, después de que ganó el premio literario Casa de las Américas en el 2010, con elogios del jurado por la construcción de sus diálogos.
Para Cerritos, el premio ha catalizado eventos importantes: la publicación y la adaptación de su obra, y la validación del aporte teatral de El Salvador y de la región.
"Centroamérica no tiene derecho a ser referente de nada, siempre nos tenemos que parecer a otros", lamentó en entrevista con Viva. "Latinoamérica tuvo un tiempo en los setentas y los ochentas, en los que creó su propio discurso en contraposición de lo que venía de Europa. Encontramos en el trato la forma de denunciar, protestar, cuestionar todo lo que estaba sucediendo".
Desde esa beligerancia artística, Cerritos crea junto a su grupo teatral Los del Quinto Piso una producción de teatro escrita y dirigida desde las emociones e imágenes de su vida.
Su obra Al otro lado del mar está traspasada por su poesía y, antes de escribir poesía o dramaturgia, fue actriz. ¿Cómo ha nutrido esa experiencia su estilo de dramaturgia?
Vengo desde las tablas, yo fui primero actriz antes que dramaturga y ahora hago las dos cosas. Conocer el teatro por dentro, desde adentro, da herramientas específicas para saber desde dónde se mueve la escena, dónde se mueve el personaje en la praxis actoral. A la hora de escribir, es una de las herramientas que tengo a la par.
El verbo, la palabra, ha estado conmigo como una necesidad permanente siempre. A veces dicen que soy poeta, me dicen poeta, dramaturga, actriz. Quizás mi práctica de escritura comenzó con la poesía. Poco a poco me fui alejando en cuanto a cultivo permanente y me di cuenta que hay una parte muy poética en mi visión de mundo, que se colaba en el teatro.
Por muy realista que sea el texto que trabajo, en más de un personaje o situación, dentro de la ficción, brota el lenguaje poético. De repente, el personaje que se introspecta me da la posibilidad de que lo exprese en otro registro. El personaje que sueña, el personaje que está muerto, que está desaparecido, el que es soñado por otros... Ese tipo de personajes me permiten explorar la palabra poética, permeando la situación dramática.
No creo que lo hago para usar siempre la poesía dentro del teatro, no con esa especificidad. Es que me atraviesa.
¿Con cuáles etiquetas se siente más cómoda?
Que digan que mi dramaturgia es bastante poética, me identifica. Lo reinvidico y creo en eso. Creo que el público lo recibe desde otra sensibilidad, una que usualmente no buscamos cuando vamos a ver una obra de teatro. Cuando vamos a ver teatro vamos preparados para el realismo más realista. De repente, ese realismo lo permean de poesía y se abren los poros del espectador de una forma distinta.
En alguna oportunidad han dicho que escribo teatro existencialista o del absurdo. A eso respondo que no he estudiado académicamente esos movimientos con la solvencia para decir que escribo desde ahí.
Yo escribo desde una realidad absurda, surrealista a veces, que proviene de nuestro países, que proviene de la sociedad en que vivo, las calles que transito, los sentimientos que expresamos y los fragmentos que somos.
Pareciera que es teatro del absurdo o existencialista, pero esta es la sociedad que estamos construyendo en este momento. Escribo desde la necesidad de comunicarme y contarme, desde esta sociedad fragmentada que somos hoy.
¿Qué significó recibir el premio Casa de las Américas (en el 2010)?
El premio ha sido el trampolín para muchas cosas. Lo fue en su momento, en el 2010, y hasta el día de hoy. Recibir un premio de esta envergadura, de repente, te valida.
Lo obtuve cuando tenía exactamente 10 años de escribir teatro. Empecé en el 2000. Son diez años de escribir un teatro que se quedaba al interior de mi colectivo teatral Los del Quinto Piso. Estábamos ávidos de buscar nuestra propia voz, de contarnos desde el escenario. Por eso decidimos que sólo montábamos textos propios.
Aparece el premio Casa de las Américas y da un empuje. Primero fue dentro del país. (El día que lo recibí) fue el día en que más he recibido mensajitos de texto, llamadas telefónicas, en mi vida. Todo el gremio estaba contento, lo celebró. Cuando bajó la efervescencia ya hubo reacciones de todo tipo.
Fue una cosa que partió de que costó asimilarse: ¿esto de verdad pasó? No es por baja autoestima cultural sino más bien por tradición dramatúrgica. La tradición dramatúrgica de la región (centroamericana), en comparación con el continente, con latinoamérica, es mínima.
A partir del premio, mi dramaturgia ya no se monta solo por mi grupo sino que hay otros que comienzan a montar mis textos. No se monta únicamente en El Salvador sino que Al otro lado del mar se traslada a las fronteras de Guatemala, Panamá, una coproducción de Cuba y República Dominicana, hoy en Costa Rica. Una obra infantil se montó en Colombia.
Es como el oleaje que va dejando después de que pasa el premio. Mi producción dramática se publica y es efecto de todo esto. La primera publicación que se hace de un texto mío, en El Salvador, es después del premio.
Hoy que puedo venir a otros países con textos publicados en El Salvador –andamos como cinco o seis textos– es efecto de todo esto. La posibilidad de pararte en la palestra pública y decir ciertas cosas, es una solvencia que vas ganando con tu carrera y se le suma el premio y el otro par de premios internacionales.
Un premio no te define pero, en nuestra región, mueve cosas de diferentes maneras.
El primer montaje de Al otro lado del mar no lo produjo su colectivo sino otro grupo salvadoreño. ¿Cómo fue esa primera experiencia de dejar el texto en manos de otros?
Es el primer texto que se monta fuera de las manos de Víctor Candray, director de Los del Quinto Piso. Fue aprender a dejarlo en manos de alguien. Nosotros no lo asumimos como montaje porque somos un grupo de repertorio, así enfrentamos la realidad teatral de El Salvador. (Ponemos) un montaje durante dos o tres años y le damos la mayor posibilidad de vida escénica. Vino el premio y no estaba en el panorama cambiar de obra.
Por otra parte, Víctor dijo que el texto era aparentemente sencillo pero tan complejo y profundo que no se sentía como el director que podía montar el texto. Con esas valoraciones, lo dejamos pasar.
Pasó un año para que un director en El Salvador dijera que quería montar el premio, querían resignificar el premio. Así llegó a la escena.
A partir de eso, descubrí cómo ver mis ideas plasmadas en un texto y como (ver) la traducción de un elenco que lo hace suyo. Más que la pregunta de si me gustó, la pregunta es: ¿es mi obra? Descubrí que la respuesta es no, siempre va a ser no, porque es imposible que sea mi obra. Es su resonancia, sus equivalencias y traducciones.
Entiendo que va a ser o no mi obra en la medida que la esencia esté resignificada en la puesta en escena. Disfruto un montón de ver las coincidencias y las diferencias. Disfruto que los directores, actrices y actores le han dado un valor a Al otro lado del mar.
(La actriz tica) Ivonne Brenes me dijo lo había asumido con mucho amor. Eso, más allá de la puesta impecable. Me importa mucho el encuentro humano y si Al otro lado del mar nos va a servir para tener esos encuentros con mi país u otros países, lo valoro.
Al otro lado del mar tendrá cuatro funciones por semana, hasta el 25 de junio, en el Teatro de la Aduana (barrio La California). Las presentaciones de jueves a sábado serán a las 8 p. m. y los domingos a las 5 p.m. Las entradas costarán ¢5.000 para público general y ¢2.500 para estudiantes y adultos mayores. Las reservaciones pueden hacerse al número 2257-8305.