Más de veinte obras del dramaturgo Serge Sandor han sido aclamadas en todo el mundo. Sin embargo, de toda su carrera, este escritor francés asegura que lo que más lo enriquece es cuando se encuentra con “otros mundos”.
Estos paisajes, a los que llama “desiertos culturales”, son sitios en que el arte no ha penetrado y no ha podido accionar positivamente dentro de una comunidad. Aunque disfruta trabajar con profesionales en su natal Francia, Sandor afirma que el gozo de la existencia reside en ayudar a florecer esos desiertos culturales.
El autor de obras como Un Chevalier à la Havane, realizada con 200 pacientes psiquiátricos; Enfants des Vermiraux, creada en la prisión de Joux-la-Ville; y la muy aplaudida Roméo M Juliette; visitó comunidades de Desamparados, Zurquí y Pococí para realizar talleres de teatro y encender interruptores culturales en los participantes. Sobre la función del teatro en el lente social, el celebrado dramaturgo conversó con Viva.
—Más allá de las tablas, ¿qué puede darle el teatro a la sociedad?
—El teatro es una herramienta mágica en el sentido que da mucha esperanza y trae agua a los desiertos culturales como son la cárcel, la calle, los espacios en que las mujeres han sido violentadas... El teatro hace crecer el narcisismo de algunos, de gente sin amor propio, pero también el teatro abriga a gente vulnerada y propicia trabajar en grupo para sentirnos mejor.
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—¿Qué propicia ese cambio?
—Que estas personas puedan enfrentar a un público da una energía particular. Tengo amigos que han pasado 11 años en cárcel y ahora son actores, guionistas... Gente que se reconstruyó increíblemente gracias a ese energía. Te da ganas de cambiar. Conocí un chico en prisión que era casi analfabeto y quiso aprender. Sacó su licenciatura en historia y fue dramaturgo de una obra presentada en el castillo de Marsella.
”Soy teatrista, no psicólogo ni educador, pero puedo decir que el teatro es un lugar de transformación. En Cuba trabajamos con 200 personas con trastornos mentales y sirvió para que también la gente cambiara su percepción sobre estas personas. Las tablas son un lugar de reconstrucción.
—¿Cómo luchar contra esos desiertos culturales para lograr esa reconstrucción?
Es una injusticia que no todos tengan acceso al teatro, no solo por problemas sociales, sino por problemas geográficos. Pero creo que lo importante es no subestimar a la gente con la que estamos trabajando. Hay grandes talentos y yo siempre lucho para que nos presentemos en un verdadero teatro, con telones, luz, un equipo de profesionales alrededor de mí, porque queremos dar lo mejor. En México, París, Suiza lo hemos logrado y hemos visto los cambios.
—¿Cuál es su rol? ¿Cómo los inspira?
—Al principio disfrutar, que todos seamos como niños. Al principio no soy muy exigente, lo que quiero es que tengan placer. Que al día siguiente quieran que regrese para seguir trabajando. Yo lo veo como una cocina en la que cada día voy sacando el mejor jugo a las personas. En los primeros ensayos no les doy directrices de voz, de dicción, porque quiero que entiendan que el teatro es un lugar de libertad, donde no hay tabú. En el teatro no eres lo que eres en la vida real, así que yo no los llamo por su nombre sino por su rol. Es una forma de integrarnos al juego.
-Comparado con las otras artes ¿Tiene el teatro algo especial para impactar positivamente en una comunidad?
—El teatro, a la diferencia de la música y baile, me parece más accesible. En otros necesitas técnica e instrumento, pero el teatro es accesible para todos.
—¿En qué momento de su vida se dio cuenta que quería ir más allá de solo pensar en una obra teatral y encontrarse con personas de la vida real?
—Hace mucho tiempo. La primera vez fue en México, en 1985, en una cárcel. Yo sigo trabajando con profesionales en Francia, pero la mayoría de mi trabajo es teatro en las comunidades, en esos desiertos culturales. Yo, si voy a Nueva York, obvio me gusta ir a los museos bonitos, pero también me atraen los otros mundos. Toda ciudad tiene su iceberg, sea Nueva York, París o San José. Tienen su belleza, pero eso es la punta del iceberg. A mí me gusta conocer debajo de ese iceberg y conocer la gente bonita que está allí.
”Te digo con sinceridad: la gente quiere cambiar al mundo dentro de su casa. Tal vez el teatro no cambie el mundo, pero es una herramienta muy fuerte que sí puede cambiar a la gente. Cuando ves en las dictaduras, las primeras cosas que censuran es el teatro y las artes. El teatro es un lugar de libertad en el que se puede hacer todo.
—¿En qué se enfocaron sus talleres en Costa Rica?
—La pasé genial. La organización del Ministerio de Cultura fue excelente. Toda la gente que se había inscrito estaba presente. Sentí una linda concentración, unas ganas de conocer personas diferentes. En Pococí me llamaron maestro y profe, pero lo que me gustaba es que no me sentí como un extranjero. Sentí que me integraban a su comunidad y eso lo aprecio. Aún más con mi acento pésimo en español, pero bueno (risas).
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—¿Qué sigue para usted?
—La idea es regresar acá el próximo año, juntar a los grupos de Pococí, La Capri y el penitenciario de Zurquí, y rodearnos de profesionales de baile y música para montar una obra en junio. Quiero que los jóvenes también escriban lo que quieran escribir, lo que piensan de la vida, de la sociedad, de la justicia. Ver cómo montamos dentro de la obra. Hay talentos geniales que pueden dar un paso al frente.