Lo primero que hicieron fue llegar a Dakar, capital de Senegal. Eso pudo tomarles unas 20 horas. Después se subieron a un tren que se demoró otras tres horas a la ciudad de Thies. Aún les restaban 20 minutos para alcanzar las puertas de Comunidad Esperanza.
Al ser recibidas por los niños, las arquitectas Alejandra López y Carolina Monge entendieron la labor que misioneros ticos han venido haciendo por seis años.
Los misioneros Gilberth Rowe y Damaris Ortega brindan educación y enseñan un oficio a niños del poblado cercano, con tal de darles una oportunidad y evitar que se conviertan en mendigos.
Su misión ha crecido y ya es necesario contar con un lugar para atenderlos. Así que a López y Monge se les encomendó la tarea de diseñar una aldea en un terreno de 2,5 hectáreas.
Allí se construirán cinco casas concebidas como dormitorios, un comedor comunal, aulas que podrían funcionar como talleres y una casa de voluntarios, así como áreas de cultivo y espacios de juego para los chiquitos.
“No queríamos que fuera una institución, sino que se sintiera un hogar”, comentó López.
En ese momento, en medio de la arena, nació Decoway nguir mague , que en español quiere decir un “hogar para crecer”.
Lo árido como reto. “Hay personas que caminan 10 km diarios para poder tener agua”, contó Monge para dar la idea de cuán seco es Thies.
“Al ser tan desértico, no hay muchos recursos a los que uno pueda echar mano, como madera, bambú. o tierra. Ahí lo que hay es arena y la paja sale muy cara porque África se promociona a nivel turístico con las chozas, y la paja es usada por los hoteles”, agregó López.
“Traer esos materiales de otro lado, sale muy caro. Con lo que se cuenta es con concreto, pero son bloques elaborados por ellos mismos en el terreno”, explicó Carolina Monge.
La temperatura durante el día fue otro reto. En una jornada se puede estar entre 31°C y 38°C. “Se siente mucho más porque casi no hay brisa y, en la época seca, el viento es seco y viene con arena”, dijo López. “La brisa que se aprovecha es la nocturna”, completó Monge.
Diseñar la esperanza. En esas condiciones, las arquitectas iniciaron el proceso de diseño de la casa.
Para resolver la ventilación, y también con fines de ahorro, el diseño incorporó bloques de concreto de manera intercalada y puestos de manera inversa. Estos se colocarían en la parte alta de los muros.
“Buscamos que las casas tuvieran una ventilación que fuera controlada y permanente durante las noches. La idea es abrir la casa, principalmente en la época fresca, e impermeabilizarla en la época caliente”, explicó López.
Junto al concreto, la tela se convirtió en uno de los materiales más importantes, ya fuera que se usara como muro o alero e, incluso, para sustituir el vidrio de las ventanas.
“El viento pasa a través de la tela, pero esta filtra la arena y eso ayuda a tener una ventilación constante”, destacó Monge y agregó: “La tela es algo que se produce allá por montones y es muy propia. La vestimenta es muy característica y quisimos extender el concepto a la arquitectura. Por ejemplo, en su cultura tiene más valor una cortina que una puerta”.
El diseño de la aldea de niños fue el trabajo de graduación de López y Monge en la Universidad Latina. Por su trabajo, la Conferencia Latinoamericana de Escuelas y Facultades de Arquitectura (Clefa, 2012) les otorgó el tercer lugar a nivel latinoamericano.
La iniciativa tampoco se quedó en planos. Ya se construye la primera casa donde vivirán 24 niños, la familia adoptiva y dos ayudantes. “Como se depende de donaciones, se va poco a poco”, dijo Monge.
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