Conocer a Álvaro Marenco involucraba un viaje a una biblioteca de vida. Miles de historias, personas, ciudades y aventuras se congregaban hasta en la más mínima conversación que uno podía tener la dicha de compartir con el legendario actor costarricense, fallecido este 9 de febrero a los 79 años.
A la luz de su deceso hay dolor y llanto, pero también se crea una suerte de fogata virtual donde cada quien tiene alguna anécdota particular que le compartió el querido intérprete.
Hubo cientos de historias que absorbí en los años que don Álvaro y yo compartimos; él como artista, yo como periodista de cultura, pero sin duda una de las más asombrosas fue cuando cruzó camino con uno de sus ídolos: el cineasta Quentin Tarantino.
La vida de don Álvaro fue de película y esta anécdota no es más que solo un breve capítulo del catálogo de andanzas que él tuvo por el mundo. ¡Salud por su vida y obra!
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Aquella historia inolvidable
Ya existían los celulares con cámara, por supuesto, pero Álvaro Marenco, ferviente de la experiencia que ofrece el peso de la máquina de fotos en sus manos, había tomado prestada una cámara rosada de su hija Valentina para su viaje a México.
Tal objeto parecería un detalle menor al recordar el día en que conoció al flamante director Quentin Tarantino, pero no fue así.
La experiencia, como sería de esperarse, ocurrió por azar. Marenco pudo elegir alguno de los otros restaurantes que bien conocía en la capital mexicana, pero marcó con el dedo el mismo establecimiento en el que entraba un grupo de tres personajes.
Uno de ellos le llamó la atención. Esa barba y calvicie las había visto antes, explícitamente en un festival de cine en Costa Rica, un par de años atrás. Sí, se trataba de Guillermo Arriaga, quien para aquel entonces ya había sido requeteaplaudido por sus guiones cinematográficos de Amores perros, 21 gramos y Babel.
Marenco no tenía reparos en contar una y otra vez esta historia. Para él, encontrarse con uno de sus ídolos del cine significó un momento mágico, aún más sabiendo que Tarantino actúo como salvador en su defensa.
El mexicano reconoció al instante al inoxidable actor tico. Lo saludó, le apretó la mano y le inició conversación.
Mientras el guionista hablaba y hablaba, la silueta al lado de Arriaga le llamó la atención. Agudizó su vista, movió su cabeza y no pudo contenerse las ganas de preguntar. “Oiga”, interrumpió Marenco, “¿usted es Kuno Becker?”.
Marenco se equivocaba. No había malas intenciones en confundir al tipo con el protagonista de la película ¡Gol! (2005), pero, al parecer, el sujeto no se lo tomó de buena manera.
“No me des por los huevos”, le contestó el tipo, no sin antes decirle su nombre.
A Marenco no le sonaba para nada. Solo levantó sus hombros como diciendo “ni idea de quién sos”.
“Ellos venían enfiestados”, recordó Marenco, cuando conversamos sobre esta anécdota, “y este hombre se puso agresivo de golpe”. Entonces, el tipo miró la rosada cámara que cargaba y encontró un dardo para tirarle.
Álvaro Marenco recordaba que Tarantino era un hombre sonriente, amable. Guardaría en su corazón para siempre la vez que pudo apretar su mano y tomar una fotografía.
“¿Quiere que le tome una foto con esa camarita de joto?”, le dijo el tipo a Marenco. El tico le traía una respuesta inmediata.
“Es que la cámara tiene un problema”, le contestó. “No podría tomarme la foto porque esta cámara solo le toma fotos a los jotos”, y le acercó el lente a un par de centímetros de la nariz y disparó el flashazo.
Atontado por la cámara, el tipo levantó el brazo y, justo cuando dirigía su cuerpo hacia Marenco, una mano apareció. La agresión se detuvo en el aire y otra mano se posó en la cintura de Marenco.
Era el tercer hombre. Era el otro espectador de toda la locura.
“Yo estaba como el Chavo del 8, diciendo ‘¿quién podría ayudarme?’. Y quien me ayudó era nada menos que Quentin Tarantino”.
El legendario cineasta estadounidense tomó a Marenco, se colocó a su lado y le dijo al otro sujeto que le tomara una fotografía juntos. Adentrada la noche, aquel tipo reduciría su odio y hasta amigo se haría, pero al momento de la foto la tensión era otra.
“Yo no podía creerlo”, rememoró finalmente Marenco. “¿Qué estaría haciendo Tarantino ahí? Yo no entendía. Cuando lo vi, Tarantino era altísimo. Me llevaba como una cabeza de altura… Así que se agachó, me puso la cabeza en la calva mía y al otro no le quedó más remedio que tomarnos la foto que guardaría para siempre”.
Este texto se publicó originalmente en setiembre del 2020 en la revista La Cuarta CR.