El 23 de junio se celebrarán los dos años de la declaratoria de un conjunto de sitios arqueológicos del sur del país como patrimonio de la humanidad por parte de UNESCO.
Con esta declaratoria y, por primera vez, una parte del patrimonio arqueológico de Costa Rica se elevó al mismo nivel que muchos otros sitios del mundo que se han distinguido por crear obras singulares y representativas de la capacidad humana a través de la historia .
Este reconocimiento mundial es para los pueblos indígenas que vivían en el Pacífico Sur del país en tiempos precolombinos y para sus descendientes. Es también un reconocimiento para el pueblo costarricense que tiene la responsabilidad de conservar y poner en valor este patrimonio.
Asentamientos cacicales
Un grupo de sitios (Finca 6, Batambal, Grijalba y El Silencio) constituye el conjunto de patrimonio mundial denominado “Asentamientos cacicales precolombinos con esferas de piedra del Diquís”. Son representativos de sociedades cacicales, una forma de organización socio-política definida desde la antropología.
Los cacicazgos, jefaturas o sociedades de rango se consideran como una “etapa” de desarrollo de la humanidad. Estas sociedades se caracterizan principalmente por ser pueblos sedentarios, agrícolas y con una significativa población. Son sociedades marcadamente territorialistas y con fuertes diferencias sociales a su interior. No son sociedades igualitarias; tampoco están conformadas por clases sociales. Son un paso intermedio; son la transición a lo que se define como sociedades estatales.
Aunque se han documentado distintas sociedades de tipo cacical en el mundo, El sitio de patrimonio mundial del Diquís tiene algo especial, que fue determinante para su declaratoria: las esferas de piedra.
Objetos escultóricos
¿Por qué tener esferas fue determinante?
Hay varias respuestas a estas preguntas; sin embargo, hay algo fundamental: las esferas del Diquís son objetos escultóricos ante todo. Es piedra tallada; esculpida por manos humanas y no por la naturaleza. Son producto de la creación indígena precolombina, de su experiencia, de su capacidad de trabajo y de un pensamiento innovador materializado en más de 350 ejemplares.
Las esferas de piedra del Diquís se fabricaron con una tecnología basada en otros instrumentos de piedra y quizá de madera y otros materiales duros. E n ese tiempo, e n la Centroamérica precolombina no había bueyes, caballos ni otros animales de tiro. Tampoco se usaba la rueda ni ninguna forma de transporte que no fuera la capacidad humana de cargar o mover las cosas de forma individual o en grupo.
El gran valor de las esferas de piedra radica en que se hicieron bajo condiciones tecnológicas y sociales que hoy se consideran muy difíciles. No obstante, los indígenas hicieron varios cientos de ellas con forma casi perfecta, con acabados finos en muchos casos y con tamaños que van desde unos pocos centímetros hasta los 2,6 metros de diámetro.
Las esferas se produjeron y usaron aproximadamente desde el 400-500 después de Cristo hasta la conquista española. O sea, durante más de 1.000 años. Este fenómeno creativo no fue común para todo lo que hoy llamamos Costa Rica. Las hicieron y usaron pueblos ubicados cerca del Río Grande de Térraba y la Cordillera Costeña en el Pacífico Sur.
En lo que hoy denominamos como los cantones de Pérez Zeledón, Buenos Aires, Osa, Coto Brus y Golfito se concentraron los asentamientos precolombinos con esferas. Estos lugares son un segmento del extenso territorio que abarcó la región arqueológica Gran Chiriquí, que es el marco cultural al que se circunscriben los pueblos que vivían aquí. Eran pueblos de largo arraigo territorial que habitaban la región desde milenios atrás.
En el Pacífico Sur de Costa Rica había otros pueblos, anteriores y contemporáneos a los de las esferas, que no fabricaban ni usaban estos objetos. Pueblos que compartían unas cosas y otras no; hay similitudes en los objetos cerámicos, en los instrumentos de trabajo, en la manera de ocupar el territorio, en la metalurgia, entre otros aspectos; sin embargo, parece ser que el mundo de objetos simbólicos materializados en piedra no era común a todos.
Entre los más de 1.000 sitios arqueológicos registrados en el Pacífico Sur, solo en 57 había esferas. Esto es un indicio de la diversidad cultural que había en la región.
Sus características
Las esferas fueron elementos integrados al paisaje cultural. Formaban parte de los espacios públicos en plazas, o estaban colocados en zonas de paso o a la entrada de viviendas de uso especial. También fueron usadas para demarcar lugares con significado especial, sea para conmemorar o para marcar el paso del tiempo y eventos astronómicos. Se usaron solas o como parte de agrupamientos en distintos asentamientos.
¿Y cuánto pesan? Hay más de 50 esferas con pesos superiores a una tonelada. Las más grandes superan las 10 toneladas y excepcionalmente una de ellas –la del sitio El Silencio– alcanza las 26 toneladas. La capacidad de mover esculturas tan pesadas, a veces a lo largo de varios kilómetros, en terrenos con topografía irregular y con densa cobertura boscosa, es parte de su gran valor cultural.
Las esferas son diferentes entre ellas. A pesar de compartir la misma forma, no todas se usaron igual, ni tuvieron el mismo valor social, ni el mismo valor de producción. Tampoco el mismo valor simbólico.
Los elementos que las definen y diferencian tienen que ver con el trabajo invertido en su fabricación: son diferencias en cuanto a tiempo dedicado a preparar sus superficies para obtener una textura fina, y también en cuanto a los medios requeridos para transportarlas y ubicarlas en sus emplazamientos finales. Todas estas diferencias obedecen a criterios económicos y sociales, más allá del valor simbólico o significado que hayan tenido.
Es posible que el valor social de las esferas haya estado determinado por la suma de sus cualidades (simetría, materia prima, tamaño, color y textura).
Estas características, unidas al lugar donde fueron usadas y a las prácticas sociales de las que formaron parte, marcaron las diferencias entre ellas y entre las distintas comunidades que las poseían.
Enorme valor
Fueron objetos escultóricos fuertemente relacionadas con ejercicios de poder económico (poder hacer-poder tener-poder cuidar) y político-social (poder convencer-poder organizar) en sociedades en las que el uso de imágenes de alto contenido simbólico fue muy importante.
También fueron objetos generadores de conocimiento y concentraron en su producción y uso formas de saber acumuladas por siglos.
El uso de esferas no fue un elemento aislado. A lo largo de casi 1.000 años convivieron y fueron producidas para ser usadas y vistas junto con otros objetos escultóricos en asentamientos en los que muchas veces existían plazas y espacios abiertos en los que lucían como esculturas públicas.
Los grandes asentamientos llegaron a tener hasta 30 esferas; los pequeños, unos pocos ejemplares. Fueron hechas para el consumo interno, no para el intercambio; de ahí que su circulación y uso haya sido relativamente restringido.
El tiempo las transformó en objetos universales. 500 años después de que se hayan terminado de fabricar, estas magníficas esculturas de uso local se han convertido en orgullo y símbolo de todo un país e, incluso, Patrimonio de la Humanidad.
Por eso, el 23 de junio es un día para celebrar. También es un día para honrar a los pueblos indígenas. Un día para reconocer quienes han sido y son. Y es un día para recordar la responsabilidad histórica que tenemos de cuidar, conservar y poner en valor el legado de estos pueblos.