Edgardo Moreno emoreno@racsa.co.cr
Durante la Segunda Guerra Mundial, los militares aliados deseaban que los aviones fueran más resistentes a los ataques de los enemigos. Para ello, planearon reforzar las alas, la mitad del fuselaje y la sección artillera trasera pues estos eran los sitios donde había más orificios de bala en los aviones que lograban aterrizar.
Dichosamente, el matemático húngaro Abraham Wald previno lo que hubiera sido un error fatal para los aliados. Mediante una lógica sencilla, Wald dedujo que los aviones que habían recibido impactos en esos tres sitios, eran precisamente los que habían logrado aterrizar a salvo. Por tanto, los aviones derribados y que nunca volvieron, eran los que habían sufrido daños en otros lugares del fuselaje. En consecuencia, fueron esos otros lugares, y no los sugeridos por los militares, los que fueron reforzados. Se salvaron así muchas vidas.
En alusión a la lógica de Wald, se conoce como el “sesgo de los supervivientes” a ese tipo de apreciaciones erradas (como la de los militares) que sacan conclusiones contando solo los eventos visibles, sin tomar en cuenta todos los intentos que no son evidentes.
Solo “triunfadores”. Los populares libros que “instruyen” acerca de cómo lograr el éxito, montar un buen negocio o ejercer liderazgo, están plagados de aquel sesgo. Solo en los Estados Unidos, la venta de estos libros se ha calculado en cerca de 10.000 millones de dólares anuales.
Otros son las populares biografías que apelan al éxito individual, como las de Steve Jobs y Bill Gates. Por la forma en que están escritos, los lectores pueden llegar a concluir que, para ser el próximo genio de la computación, hay que abandonar la universidad, consumir drogas psicodélicas y empezar un negocio con los amigos en el garaje de sus padres.
La mayoría de la gente no se percata de que las narraciones sobre la conquista del “sueño americano" o del “Silicon Valley” se han escrito usando solamente ejemplos exitosos, sin tomar en cuenta la gran cantidad de desilusiones y vidas perdidas en el intento. Aquellos que han logrado triunfar en esta empresa tienen –además de todo– mucha suerte. En caso de duda, pregúnteles a los que han fracasado.
Las supersticiones y las pseudociencias –como la homeopatía, la quiromancia, la astrología y otros ensalmos– son propensas a ese sesgo ya que solo cuentan los “aciertos” sin considerar las veces que fallan en sus adivinaciones. Entre ellas está la famosa “ley de la oferta y la demanda”, una perversión pseudocientífica donde solo se toman ejemplos que parecen funcionar dentro de un mítico “mercado libre”, tal y como lo ha señalado el filósofo Mario Bunge.
También existe la versión pesimista de este sesgo. Un ejemplo es la percepción exagerada de la delincuencia y la corrupción. Ella surge del énfasis que hacen los noticieros en los sucesos negativos de la sociedad, generando así un error en el sentido contrario. La discriminación racial, la xenofobia y los prejuicios sexuales son igualmente sesgos de este tipo pues enfatizan los aspectos que se perciben como negativos sin fijarse en los positivos.
Mito volador. Las visiones sobre los avances tecnológicos son muy susceptibles al sesgo de los supervivientes. Un ejemplo es el “auto volador”, un sueño que ha permeado las aventuras de ciencia-ficción por más de un siglo y ha producido cerca de cien patentes.
Los éxitos logrados por los autos de combustión interna y la aeronáutica, así como el anhelo de evitar las congestiones de carros, han llevado a suponer que el auto volador familiar pronto será un habitante normal de las cocheras y que solucionará los problemas del tránsito.
A pesar de que varios de tales autos han logrado volar –incluido un Ford Pinto con alas que se estrelló causando la muerte de sus tripulantes–, la verdad es que han fracasado todos los intentos por hacer una realidad cotidiana y práctica del auto volador.
Eso ocurre en parte por el énfasis que se hace en las ventajas obvias que tiene un auto volador, sin tomar en cuenta los formidables problemas que afronta su desarrollo comercial.
Entre tales dificultades técnicas están la generación de potentes motores, necesarios para que un vehículo compacto y liviano pueda despegar verticalmente en un espacio limitado y manteniendo la estabilidad suficiente para ser seguro.
Además, los requerimientos para volar son estrictos y demandantes. La elevada tasa de accidentes de drones, incluso cerca de la Casa Blanca, es una advertencia de lo que podría pasar. No es lo mismo quedarse varado en el puente de “la platina” que sobrevolando el río Virilla.
Otras restricciones son el precio y la economía del auto volador. Debido a las exigencias de la propulsión y la seguridad, el costo es de cientos de miles de dólares. Además, su eficiencia es mucho menor que los autos normales y otras aeronaves, lo que eleva enormemente el consumo de combustible.
Existen otros ejemplos similares, tales como el anhelado auto que usa el agua o productos derivados de ella como fuente de energía, sin percatarse de que la segunda ley de la termodinámica es inexorable y contundente. Es decir, no todo lo técnicamente posible es práctico.
Papel del cerebro. Las razones por las que los humanos son vulnerables al sesgo de los supervivientes no son del todo conocidas. Se sabe que el cerebro recuerda mejor aquellos eventos que impactan directamente las emociones, como las señales de peligro, tristeza o placer.
Durante estos eventos, la amígdala cerebral –dos regiones del tamaño de una almendra situados profunda y medialmente dentro de los lóbulos temporales del cerebro– incrementa su actividad favoreciendo la retención de la información.
Debido a la plasticidad sináptica de sus neuronas, esa región se comunica con el hipocampo y otras regiones del cerebro encargadas de consolidar la memoria. Así, la amígdala procesa las memorias “emocionales” para que estas se guarden por largo plazo.
Se ha demostrado que las personas con daño bilateral en ambas regiones de la amígdala tienen deficiencias para consolidar las memorias “emocionales”. En comparación con las personas normales, estos pacientes no ponderan particularmente los eventos traumáticos o emotivos y los olvidan fácilmente. Lo anterior sugiere que esta región participa en afirmar el sesgo de los supervivientes.
Ser escépticos. Desde el punto de vista evolutivo, el “registro” memorístico de ciertos eventos traumáticos o placenteros sobre otros menos obvios, parecen corresponder a un mecanismo selectivo, necesario para la supervivencia. Esto no es exclusivo de los humanos ya que también se ha observado en los animales.
Ciertamente, la paranoia de alguien que huye para sobrevivir lo hace sospechar de todos los desconocidos. Sin duda, esto es su sesgo. Sin embargo, ser paranoico no es sinónimo de que no lo persigan, por lo que este comportamiento, aunque sesgado, puede ayudar a sobrevivir.
Todos los humanos están expuestos a la perniciosa influencia del sesgo de los supervivientes. Para evitarlo, es necesario comprender su influencia y ser escéptico ante los avatares de la propaganda, los noticiosos, las supersticiones y el fanatismo; pero sobre todo, saber contar..., tanto los aciertos como los yerros.
Tal y como alguna vez lo articuló el escritor y artista catalán Santiago Rusiñol: “Engañar a los hombres de uno en uno es bastante más difícil que engañarlos de mil en mil. Por eso, el orador tiene menos mérito que el abogado o el curandero”.