Luis Chacón González tenía prisa por venir a este mundo. El 30 de setiembre de 1953 y con solo siete meses de gestación, doña Dora González se vio en apuros cuando el bebé en su vientre adelantó su llegada al “país más feliz del mundo”. ¿Sería que el pequeño Luis no podía esperar para conocer los colores, las formas, las texturas, los aromas y los sonidos que le aguardaban por estos rumbos? ¿Sería que no lograba contener las ansias por convertirse en artista?
Han pasado 59 años desde que Chacón retó al mundo por primera vez y, de ellos, ha dedicado 45 a la creación artística. Imágenes del cielo, la tierra y el inconsciente, exposición retrospectiva en el Museo Calderón Guardia, repasa la trayectoria de Chacón por los terrenos del arte entre 1967 y el 2012.
Más que una carrera artística, lo suyo ha sido un peregrinaje por distintas rutas –la mayoría de ellas inexploradas– para llegar no a una, sino a varias metas.
Intrépido, curioso, espontáneo, mordaz, pero ante todo sincero con sus ideas, este artista ha coqueteado con la pintura (óleo y acrílico), el collage , la fotografía, la escultura, la instalación y la cerámica. Con los tamaños tampoco ha tenido miramientos pues fue uno de los primeros artistas costarricenses que trabajaron con grandes formatos; pero, si hay algo que Chacón se ha ganado en todos estos años, es el “color” de ser un gran colorista.
Desde joven. Era un chico de 14 años cuando creó El pensador, una de sus primeras obras, la cual abre la exposición. Es un relieve policromado en madera de líneas sencillas y sobre una superficie circular.
La semilla del arte ya la traía en su sangre: fueron dos mujeres las que se encargaron de cultivarla hasta que diera frutos: su madre y una profesora de secundaria.
“Mami me llevaba a los museos cuando era un carajillo, y yo quedaba encantado. En el colegio tuve una profesora fantástica y, desde que estaba en primer año, nunca he parado de pintar ”, recordó.
De adolescente se deleitaba con una publicación que editaba la Dirección de Artes y Letras (antecesora del Ministerio de Cultura): “Me fascinaban las lacas de Manuel de la Cruz González: él es uno de los artistas que más admiro”.
El muchacho ingresó en la UCR con la intención de estudiar ciencias económicas, pero una prueba de aptitud le reveló que su vida profesional tendría una mejor luz en el campo de la creatividad.
En 1976 se graduó de licenciado en la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Costa Rica, y una vez más tomó una decisión arriesgada. “Me dieron el título en la noche, y a la mañana siguiente agarré un avión a París”. Allá, los estímulos visuales fueron supremos. “Es que en esa ciudad uno aprende más viendo vitrinas y visitando museos que en la universidad”, recordó.
La catedral de Notre Dame, a pocos metros de su apartamento, fue un lugar con el que se familiarizó tanto que no pudo dejar de plasmar su “versión libre” del imponente templo en varias de sus obras.
En la Universidad de París obtuvo su doctorado en artes plásticas con especialidad en Historia del Arte Precolombino, y, luego de varios años en la ciudad de las luces, Chacón regresó a su patria. Empezaba la década de los 80.
“Entonces apareció el Luis Chacón que todos conocen. Siempre tuve la errónea idea de que Costa Rica era verde, con todas sus tonalidades, pero verde. A mi regreso me sorprendí al descubrir en la naturaleza los colores más increíbles: rojos, amarillos, blancos, rosados en las copas de los árboles, las hojas, las flores, los atardeceres”, dice.
Así fue cómo el artista dedicó varias de sus obras a magnificar el colorido del paisaje costarricense en sus series sobre volcanes, cataratas, playas y montañas.
“Chacón es un provocador a través de su paleta vigorosa y particular, que se caracteriza por su fuerte y violento colorido. Su estética personal ha sido asimilada perfectamente al medio costarricense e internacional”, opina el director y curador del Museo Calderón Guardia, Luis Rafael Núñez Bohórquez.
Añade que el artista reconoce su admiración por creadores costarricenses como Manuel de la Cruz González, Lola Fernández, Margarita Bertheau y Francisco Amighetti, pero en ningún momento imita a los maestros y más bien define su propio sello.
Tan lejos y tan cerca. El arraigo a la tierra que lo vio nacer no frenó su insaciable sed de aventura. La curiosiodad mató al gato, pero a Luis Chacón lo llevó por varios países de Europa, América y Asia. Las culturas orientales (Japón, China, Corea, Israel) le dejaron una huella en el espíritu.
“Si existen otras vidas, seguramente en alguna de ellas fui japonés porque estoy enamorado de su cultura tradicional: es la más refinada del mundo. Soy un eterno admirador de la calidad de sus creaciones tanto por la manufactura como por las ideas”, declara.
De Oriente, Luis tomó prestados símbolos presentes en su compleja caligrafía, colores, atmósferas e iconos religiosos, como Buda.
Subraya que es sumamente riguroso en cuanto a la técnica. “No soy tan chambón; siempre hay que cuidar la composición y la confección de cada pieza pues la esperanza es que duren varios años”.
En cada viaje, Luis regresaba con más equipaje de la cuenta. Tilichero como él solo, empaquetaba marcos de cuadros, telas, esculturas, piedras preciosas e infinidad de objetos, y les encontraba un uso, tarde o temprano. Muchas de sus esculturas son más bien collages tridimensionales que son como pequeños museos en sí mismas.
La interrogante de cómo surge una obra de arte es casi la pregunta de que si es primero el huevo o la gallina. “Algunas veces ya tengo una idea preconcebida de pe a pa de lo que será una serie; pero en ocasiones es un proceso absolutamente inconsciente y nada más me dejo llevar. La técnica para mí es manufactura, y también depende de las ideas que quiera expresar”, dice.
Una de las secciones en las que se refleja mejor esa espontaneidad es la cerámica. “He recibido críticas de algunos ceramistas que dicen que lo que hago no es cerámica, pero esto no es lo que me interesa”.
Una obra suya, titulada María Antonieta y que figura en la exposición, recibió una mención honorífica en la IV Bienal Nacional de Cerámica en el 2010.
Es que hay varias obras elaborados con los fragmentos de lo que fueron onerosos floreros o jarrones de cerámica. “Yo no desperdicio nada. Ahora, cada vez que hay un terremoto, llamo a mis amigos a ver si se les quebró algo para que me regalen los trozos”, bromea.
Chacón y otros artistas inquietos, como Pedro Arrieta, Miguel Hernández, Fabio Herrera, Roberto Lizano, Mario Maffioli, Ana Isabel Martén, José Miguel Rojas, Rafael Ottón Solís y Florencia Urbina formaron la agrupación plástica Bocaracá en 1988.
“Somos un montón de mentes alocadas y con amor incondicional por el arte. Lo bueno es que todos nos entendemos y nos aguantamos en medio de las loqueras”, dice.
A lo largo de su trayectoria, Chacón ha recibido varios galardones, como el Premio Nacional de Pintura Aquileo Echeverría (1989 y 1992), el Premio Áncora de La Nación (1981 y 1991) y el Premio Único Bienal L & S, Costa Rica (1986)
“Hablar de Luis Chacón es revisar un momento importantísimo del arte contemporáneo costarricense, particularmente el de la segunda mitad del siglo veinte”, declara Luis Núñez.