En la historia del arte cristiano de Occidente, pocas escenas han ocupado más a los artistas que el nacimiento de Cristo; quizá solo la crucifixión ha sido representada con más asiduidad. En la tradición cristiana, ya sea en las grandes catedrales o en la humildad del ámbito doméstico, año con año, se escenifica el momento en que el Jesús nace en el pesebre de Belén. Se trata de los belenes, nacimientos, pasos o pesebres, como quiera que se les llame según las distintas épocas o latitudes.
Artistas reconocidos por la historia del arte o incontables artesanos anónimos han contribuido con sus obras a que dicha representación sea posible. El legado artístico resultante es un campo de estudio inagotable.
Intentaré ofrecer una mirada general a algunos acontecimientos históricos relevantes que hay detrás del pasito, empezando con el surgimiento de esta tradición en Occidente para terminar en el ámbito local de Costa Rica. Estas líneas pretenden servir como motivación para salir a disfrutar y apreciar el patrimonio invaluable que, a propósito de la fiesta de la Navidad, se exhibe en muchos templos y hogares del país.
Hace casi ocho siglos
Greccio es una localidad del centro de Italia, en la región de Lazio, en la que también se ubica Roma. Es el año de 1223, específicamente la Nochebuena. Francisco de Asís, fundador de la orden franciscana, va a celebrar allí esa fecha tan importante y ha preparado algo distinto para la Misa de Gallo, la celebración litúrgica del Nacimiento de Cristo que tenía lugar a la medianoche del 24 de diciembre. Cerca del altar, se ha dispuesto un escenario recreando el pesebre o establo en el cual los evangelistas sitúan el acontecimiento.
Algunos lugareños de Greccio interpretaron el papel de José, de María y de los pastores. El mismo Francisco, que oficiaba como diácono en la celebración, puso a un pequeño niño en el lugar de honor. Bien se puede decir que es en ese momento, inmortalizado por Giotto di Bondone en el famoso ciclo de frescos de la Basílica Superior de Asís, cuando nace la tradición de los nacimientos, de nuestro humilde pasito, en el Occidente cristiano.
Muy pronto, se arraiga la idea de crear una representación artística de la narración evangélica como complemento a las celebraciones propias de la Navidad.
En 1288, el papa Nicolás IV le encarga al escultor Arnolfo di Cambio un conjunto en piedra para la basílica romana de Santa María la Mayor, donde, dicho sea de paso, se conservan como reliquias algunas tablas supuestamente provenientes del pesebre de Belén. Este grupo escultórico es, al parecer, la primera representación tridimensional del nacimiento más antigua de la que se tiene noticia.
Durante el periodo barroco (siglos XVII y XVIII), este tipo de conjuntos escultóricos alcanzan su máximo apogeo. El periodo barroco coincide, en términos generales, con una fuerte campaña de corte ideológico impulsada por la iglesia Católica para combatir las tesis propuestas por la Reforma protestante. Los reformadores adversaban la producción y el uso de casi cualquier tipo de representación pictórica o escultórica dentro de los espacios de culto, ya que las consideraban prácticas asociadas con la idolatría que condenaba el Antiguo Testamento.
Por medio de los lineamientos del Concilio de Trento, las autoridades católicas proponen que, no solamente dichas representaciones son válidas, sino que son provechosas para el desarrollo de las practicas piadosas , sobre todo de las masas populares. No sustituyen en ningún caso a las prácticas litúrgicas, pero ayudan una mayor y más eficiente contemplación de los dogmas de la fe por medio de recursos visuales .
El resultado es una eclosión pocas veces vista de las artes, que se consideran como una herramienta pedagógica fundamental en los templos y, especialmente, en los hogares.
Tradición que se vuelve mestiza
Este impulso a las artes visuales es rápidamente puesto en marcha como vehículo de propaganda también en América, en pleno proceso de evangelización y en el cual , para retomar un poco el hilo de este relato, los franciscanos tuvieron un papel preponderante. Trajeron devociones muy suyas como el culto a la Inmaculada Concepción y, por supuesto, la costumbre de los nacimientos, que pronto echan raíces en el imaginario religioso americano.
Los misioneros procuraban que, además de los insumos básicos para el culto, sus superiores en las metrópolis europeas o en las ciudades establecidas por los españoles en el continente les dieran también de “hechuras”; es decir, de imágenes esculpidas para los distintos enclaves que iban fundando a todo lo largo y ancho del continente.
Para cubrir la demanda, los religiosos entrenan a los artesanos locales, en su mayoría indígenas, con el fin de que copiaran los modelos provenientes de Europa, siempre respetando los cánones de representación establecidos por Trento.
Gracias a este proceso de mestizaje artístico, surgen importantes escuelas artísticas tales como la quiteña o la guatemalteca, que se convierten en verdaderos emporios de producción de pintura, escultura y orfebrería sacra.
Pronto fue evidente la pericia y la capacidad de los artesanos locales. La fama de la escultura guatemalteca, por ejemplo, llegó hasta Europa. Muchas piezas producidas en Guatemala igualan o incluso superan en calidad y pericia de ejecución a aquellas producidas por escultores españoles de la época, como aún es posible constatar.
Lo interesante es que, de nuevo, esta producción artística no solo servía para llenar la demanda del clero, sino también de los feligreses. Casi cualquiera podía tener en su casa pequeños altares domésticos adornados con piezas producidas por una mano de obra altamente calificada.
Durante la época colonial y también en el período republicano, los talleres de Guatemala abastecieron a toda la Capitanía. Costa Rica, por supuesto, no fue la excepción. Centenares, tal vez miles, de piezas llegaron a lomo de mula, después de semanas de viaje. Como es de suponerse, un gran porcentaje de estas piezas eran nacimientos.
A pesar del deterioro o destrucción que han sufrido muchísimas de estas esculturas por el paso del tiempo, hoy no es difícil encontrar hogares que se ufanen de tener todavía el paso guatemalteco de la abuela o bisabuela.
El siglo XIX ve un progresivo declive de estos talleres. Esto propicia el desarrollo de escuelas locales, ya en el siglo XX, y una abundante importación de obras, creadas en Europa.
Con sello tico
En Costa Rica, es precisamente en la segunda mitad del siglo XIX cuando empiezan a trabajar los primeros imagineros de los cuales se tiene algún tipo de información documental.
Siempre apegados a los modelos guatemaltecos o, en menor medida a los quiteños, desarrollan su producción para suplir de manera más eficiente y económica la demanda local. Entre ellos se destaca la figura de Manuel Lico Rodríguez (1833-1901) escultor ramonense quien dedicó una importante parte de su producción a la talla de nacimientos.
Durante la primera mitad del siglo XX y gracias el crecimiento de las relaciones comerciales con Europa, se inicia otro capítulo importante en la historia de nuestro portal. Costa Rica recibe grandes cantidades de obras de arte sacro provenientes de talleres franceses, pero, sobre todo, tiroleses y españoles
Por ejemplo, gracias a un contacto familiar de Enrique Kern, sacerdote paulista alemán, se establece un intercambio comercial de gran importancia con los talleres de Ferdinand Stuflesser, ubicados en Ortisei, pequeño pero pujante enclave de escultores en madera en el Tirol italiano.
Entonces, llegaron numerosos pesebres para casas e iglesias. Estas piezas se caracterizan por la estilización de sus formas, herederas de la gran tradición de escultura religiosa del norte de Europa. Aunque las maderas europeas no soportaron bien el clima tropical, hoy en día es posible admirar todavía ejemplos realmente sorprendentes de este periodo. Sobresale el nacimiento de la Basílica de los Ángeles en Cartago, en el cual hay un inusual grupo de los tres Reyes Magos sobre cabalgaduras o también el grupo que se encuentra en la Parroquia de Alajuelita.
Otro importante enclave de producción de arte sacro es la ciudad de Olot en la provincia española de Gerona. De los talleres de Olot llegaron a Costa Rica piezas que, a diferencia de las tirolesas, estaban hechas de escayola o yeso. No eran piezas talladas una por una, sino producidas en serie por medio de moldes, lo cual reducía sensiblemente su costo.
Muchos de los familiares pesebres de yeso que se pueden conseguir en el Mercado Central de San José son copias de estos modelos originales de Olot.
Estos nacimientos de yeso, cada vez más cerca de ser rarezas, hasta no hace mucho estaban presentes en casi cualquier hogar costarricense. Son, para mí, la imagen arquetípica de nuestro pasito.
Y digo que son rarezas porque la importación masiva de piezas de bajo costo provenientes de China y fabricadas en materiales mucho más resistentes y duraderos, han puesto en riesgo la supervivencia del pasito de yeso.
De cualquier manera, ya sea con unas invaluables figuras antiguas que pondría envidioso a cualquier anticuario o con un sencillo conjunto de plástico, lo mismo da. Lo importante es que la tradición que inició hace ya casi ocho siglos en Greccio se resiste a morir.
Año tras año, muchas veces en medio de inolvidables recuerdos, siempre quedan manos que desenvuelven y colocan esas queridas figuras en el lugar especialmente dispuesto para tal fin, independientemente de su valor estético o monetario.
El autor es artista y profesor en Bellas Artes de la UCR.