Al pintor herediano Miguel Hernández le gustan las yerberas, y él mismo lo confiesa. Le agradan el humo y pintar con él sobre telas blancas simulando cuerpos, gusanos gigantes, formas orgánicas…; nunca suelta el carboncillo, y su obra más reconocida suele ser, desde hace años, en blanco y negro, con escaso color y mucho dinamismo.
Sin embargo, Hernández ha hecho un alto en su prolífica creación para dar rienda suelta al círculo, al infinito de la espiral, y los acompaña de humo y color, mucho color, para dar vida a la colección Vórtices : 12 pinturas sobre lienzo, técnica de humo, acrílico y tiza pastel de 1 x 1 m, así como 8 dibujos en la misma técnica, de 80 x 60 cm.
Hernández expone esa colección en el Centro Cultural de Antalya, de la Universidad de Ankara (Turquía), como parte de la actividad intercontinental denominada Arte, cultura y sociedad: Encuentro del viejo y el nuevo mundo . Allí también impartirá una conferencia sobre el arte contemporáneo centroamericano.
Círculos concéntricos. Con Vórtices , Hernández pasa de su habitual plano rectangular para adentrarse en los círculos concéntricos como símbolos de lo efímero y del eterno retorno, del cual surgen seres mágicos, llenos de colorido, inspirados en el cromatismo costarricense.
Algunos estamos poco habituados al color en la obra de Miguel Hernández pues su factura plástica ha sido siempre muy monocromática: negro sobre blanco, y de trazos muy libres. Algunas veces es figurativa; otras, orgánica, pero siempre es inesperada, vital, desenfadada.
Vórtices tiene otra magia, la del realismo mágico, el de los círculos concéntricos y vertiginosos de los que surgen animales mágicos, mitad animales, mitad gusanos, mitad humanos, a la vez que las figuras humanas cual almas errantes que se desdoblan en la circularidad y se funden con el color.
Esos círculos podrían interpretarse como las yerberas, de las que tanto gusta, o podrían ser mandalas, como afirma el crítico de arte cubano Ricardo Pau Llosa en su presentación de esta obra. Según el crítico, Hernández retoma un importante tema de su trabajo: la tensión entre sensualidad y disipación:
“Los dos cantos de sirena del mundo para la mente y del espíritu. En efecto, Hernández las hace inextricables, como dos caras de una moneda, engarzando las varias resonancias arquetípicas asociadas con el círculo, el vórtice y el mandala, con las simbólicas extensiones de la figura humana. La nueva serie pone en evidencia cuán complementarios son los esquemas de cuerpo y vórtice, pero lo hace en lenguaje pictórico que es sensorialmente inmediato, incluso hedonístico”, describe el experto.
Empero, Pau Llosa observa estos mandalas-yerberas como un punto de conexión donde se reconcilian “lo mundano con lo celestial”.
“Esta imagen y sus pigmentos que se salpican e irradian hacia el frente desde la circunferencia, son la expresión del irreprimible hedonismo de Hernández, de su aversión a permitir que el concepto se torne inmanente sin brindar igual homenaje a la naturaleza vibrante, impredecible, pasional e incontrolable de la creación, así como a la aprehensión de las imágenes artísticas”.
Sin embargo, pese a la inspiración de los mandalas, la colección de dibujos de Vórtices nos sugiere estar frente al infierno de La divina comedi a: con color, sin demonios ni tormentos, aunque con una magia surrealista que sorprende…
Estas obras sorprenden por sus deformidades y sus seres fusionados, fragmentados, diluidos siempre en la técnica del humo; intuitivos, demoniacos y hasta orgánicos; todos confluyendo, fundidos y en espiral, en el infinito de la esfera.
La intuición del humo. En efecto, Miguel Hernández se niega a seguir esquemas desde el lienzo. A diferencia de otros artistas, Miguel confiesa: “Comienzo de manera muy intuitiva un cuadro y nunca se cómo terminará. Mi pintura es un viaje creativo. En esta colección lleno de color y formas que me inspiran desde la música que escucho, hasta las yerberas que observo desde mi florero”.
Sin ideas previas, con base en la técnica del humo, Hernández toma las tizas pastel y el eterno carboncillo para jugar con los círculos concéntricos, una y otra vez. Es un divertimento creativo de donde surgen sus figuras mágicas, las siluetas fantasmagóricas, las fusiones animales y orgánicas. Así comienza a pintar, de manera intuitiva, desde el corazón.
Su pintura es un viaje, su exposición es la libre expresión del sentido que lo llevará a Turquía para departir, con público y colegas, sobre el estado de la pintura centroamericana y costarricense.
“Gozo con el placer de pintar y llenar de color esta colección. Compartir mi arte con otras culturas y otras miradas es lo que paga el trabajo de pintar”, afirma el artista.
“Un pintor debe crecer y experimentar, cambiar, romper sus propios límites. Vórtices es una investigación muy placentera y con buenas bases técnicas, y estas obras hay que verlas en esa perspectiva”, confiesa el pintor. Tras este “impasse” de color, volverá a sus dibujos de humo y a experimentar con paisajes abstractos gigantes.