La literatura puede jugar a los deportes; al fin y al cabo, tampoco son muy diferentes. Lo mismo vale para la filosofía: recordemos que el filósofo costarricense Moisés Vincenzi –hincha, fan y forofo– presidió la Federación Costarricense de Futbol.
A veces, las obras literarias envían “mensajes” a la conciencia (si no, tampoco es grave), pero lo esencial de la literatura es la huida del lenguaje de calle y oficina.
Así entendida, la literatura también es juego; y, como en el futbol, en la literatura hay maestros de obras, pero también hay autores de obras maestras: finos, ingeniosos, sorprendentes. Uno de esos últimos fue el aedo peruano Juan Parra del Riego (1894-1925), quien dedicó un hermoso poema al futbolista uruguayo Isabelino Gradín (1897-1944).
Uno no sabe bien cuál jugó mejor: si el delantero de las letras o el poeta de la cancha. Entre la literatura y el futbol también hay pases mágicos. (V. H. O.)
POLIRRÍTMICO DINÁMICO A GRADÍN, JUGADOR DE FOOTBALL
Palpitante y jubiloso,
como el grito que se lanza de repente a un aviador,
todo así, claro y nervioso,
yo te canto, ¡oh, jugador maravilloso!,
que hoy has puesto el pecho mío como un trémulo tambor.
Ágil
fino,
alado,
eléctrico,
repentino,
delicado,
fulminante,
yo te vi en la tarde olímpica jugar.
Mi alma estaba oscura y torpe de un secreto sollozante,
pero, cuando rasgó el pito emocionante
y te vi correr..., saltar...
Y fue el ¡hurra! y la explosión de camisetas
tras el loco volatín de la pelota,
y las oes y las zetas,
del primer fugaz encaje
de la aguja de colores de tu cuerpo en el paisaje,
otro nuevo corazón de proa ardiente,
cada vez menos despacio
se me puso a dar mil vueltas en el pecho de repente.
Y te vi, Gradín,
bronce vivo de la múltiple actitud,
zigzagueante espadachín
del goalkeaper cazador
de ese pájaro violento
que le silba la pelota por el viento
y se va, regresa y cruza con su eléctrico temblor
¡Flecha, víbora, campana, banderola!
¡Gradín, bala azul y verde! ¡Gradín, globo que se va!
Billarista de esa súbita y vibrante carambola
que se rompe en las cabezas y se enfila más allá...,
y, discóbolo volante,
pasas uno..., dos..., tres..., cuatro..., siete jugadores...
La pelota hierve en ruido seco y sordo de metralla,
se revuelca una epilepsia de colores.
y ya estás frente a la valla
con el pecho..., el alma..., el pie...,
y es el tiro que en la tarde azul estalla
como un cálido balazo que se lleva la pelota hasta la red.
¡Palomares! ¡Palomares!
de los cálidos aplausos populares...
¡Gradín, trompo, émbolo, música, bisturí, tirabuzón!
(¡Yo vi tres mujeres de esas con caderas como altares
palpitar estremecidas de emoción!)
¡Gradín!, róbale al relámpago de tu cuerpo incandescente,
que hoy me ha roto en mil cometas de una loca elevación,
otra azul velocidad para mi frente
y otra mecha de colores que me vuele el corazón.
Tú, que, cuando vas llevando la pelota,
nadie cree que así juegas;
todos creen que patinas,
y en tu baile vas haciendo líneas griegas
que te siguen dando vueltas con sus vagas serpentinas.
¡Pez acróbata que al ímpetu del ataque más violento
se escabulle, arquea, flota,
no lo ve nadie un momento,
pero como un submarino sale allá con la pelota...!
Y es entonces cuando suena la tribuna como el mar:
todos grítanle: ¡Gradín!, ¡Gradín!, ¡Gradín!
Y en el ronco oleaje negro que se quiere desbordar,
saltan pechos, vuelan brazos y hasta el fin
todos se hacen los coheteros
de una salva luminosa de sombreros
que se van hasta la Luna a gritarle allá: ¡Gradín!, ¡Gradín!, ¡Gradín!
En nacion.com oiga la declamación de este poema grabada por el periodista Eduardo Baldares.