Este jueves 2 de abril se celebrará el Día Internacional del Libro Infantil. Así lo estableció la organización International Board on Books for Young People (IBBY) en 1967. Se seleccionó esa fecha para celebrar el nacimiento del autor danés Hans Christian Andersen. Sirva esta festividad para recordar la obra de otros escritores fundamentales: los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm.
Ellos nacieron en Hanau, región de Hesse, en Alemania, con un año de diferencia: Jacob vino al mundo en 1785, y Wilhelm en 1786. Su padre, Phillip Wilhelm Grimm fue un jurista de profesión, y su madre, Dorothea Zimmer era hija de un consejero de la Cancillería de Kasel.
Como miembros de una familia conservadora, fueron educados bajo normas severas del credo calvinista. Esa rigurosidad por el estudio y la pasión por el derecho fueron principios que orientaron sus vidas.
Ambos iniciaron la carrera de leyes en la Universidad de Marburgo. También mostraron un evidente interés por la literatura antigua y medieval alemana que se encontraba entonces “injustamente olvidada”, según afirmó el poeta y dramaturgo Goethe.
El trabajo de los hermanos fue prolífico. Publicaron tres volúmenes de una gramática alemana. Jacob dio a conocer un estudio sobre documentos antiguos del derecho alemán, y, a partir de 1840, planearon su trabajo intelectual más ambicioso: un diccionario alemán en el que intentaron registrar todos los vocablos de esa lengua.
Trataron de incluir “préstamos”, dialectos y el lenguaje coloquial, pero nunca pudieron terminarlo. La versión definitiva fue completada y publicada por otros lingüistas en 1961.

Por sus múltiples aportes se los considera fundadores de las ciencias germanistas. Asimismo, se han convertido en una referencia básica de los estudios etnográficos pues Jacob y Wilhelm Grimm acostumbraban a realizar cuidadosos y extensos trabajos de campo: escuchaban, registraban y analizaban cuidadosamente el lenguaje y las costumbres en diferentes sitios de Alemania.
Jacob y Wilhelm tampoco fueron ajenos a la actividad política. En 1837 firmaron el llamado Manifiesto de los siete. Junto a cinco profesores de la Universidad de Gotinga se declararon contra la abolición de la Constitución, orden impuesta por el rey Ernst August. Por esto, los hermanos fueron expulsados de sus cargos universitarios.
Sin embargo, sus obras más conocidas son los cuentos: han pasado a formar parte esencial de la literatura infantil del mundo.
Cuentos de niños y del hogar. En 1812, Jacob contaba con 28 años, y Wilhelm con 27. Eran jóvenes intelectuales que daban a conocer la primera edición de su obra más famosa: Kinder und Hausmärchen (Cuentos de niños y del hogar).
Ambos recopilaron 10 leyendas y más de 200 cuentos. La obra estaba dirigida al público adulto, principalmente a estudiosos de la cultura alemana; sin embargo, en ediciones posteriores descubrieron que los niños se encantaban con esos relatos.
De esa manera se hicieron múltiples versiones ilustradas que evocaban la ceremonia del narrador de cuentos. Hacían pensar en la placidez de escuchar, imaginar y fantasear en la calidez de la casa, frente al crepitar del fuego.
“Nuestra única fuente ha sido la transmisión oral”, declaró Wilhelm Grimm. Entre las personas que ofrecieron cuentos a los hermanos se encontraba Dorothea Wild, quien se casó con Wilhelm, y la familia Von Haxthausen, que vivía en Paderborn.
La principal informante fue la señora Viehmann. En las fuentes estudiadas no se registra su nombre, solo su apellido. Se la conoce como la “señora Viehmann”.
Por mucho tiempo se creyó que era una vendedora analfabeta y se quiso disimular su origen francés y su condición bilingüe, pero hablaba el idioma alemán y el francés.
Ese detalle no era bien visto en su tiempo. Era una época de tensión militar, y los alemanes trataban de sostener una postura nacionalista y evitar vínculos con Napoleón Bonaparte.
Se han hallado también fuentes escritas de los cuentos en antiguas bibliotecas.

En aquel tiempo predominaba el Romanticismo. Se buscaba la riqueza de la poesía primigenia y se desdeñaban los elementos racionalistas y abstractos. Se descubrían narraciones populares entre las que se encontraban cuentos, fábulas y leyendas.
No solo para los más pequeños. Como dijimos, la obra Cuentos de niños y del hogar no estaba dedicada por completo a las personas menores. Por ejemplo, el poeta Clemens Brentano criticó la rudeza de las narraciones. Pedía que se escribieran con un estilo literario y que se alejaran de su ingenuidad de origen. Por su parte, el Congreso de Viena prohibió una reimpresión por encontrarla “demasiado supersticiosa”.
Tan solo una veintena de los cuentos recopilados por los hermanos Grimm suele compartirse con niños pequeños.
Entre aquellos cuentos se encuentran El Rey-Sapo o Heinrich el inflexible, Caperucita Roja, Los músicos de Bremen, Hansel y Gretel, Blancanieves, La Bella Durmiente, Rapunzel, El sastrecillo valiente, La Cenicienta y La hija del molinero (también conocido como Rumpelstilzchen).
Achim von Armin, amigo de los hermanos, dirigió una carta a Jacob en 1813 en la que aseveró: “¿Acaso estos cuentos infantiles han sido imaginados e inventados para los niños? Creo que en esto tan poco como en una respuesta afirmativa a la pregunta general: ¿es realmente necesario crear algo especial para los niños?”.
Al respecto, Wilhelm hizo esfuerzos para lograr que la obra perdiera matices violentos, descripciones crueles y alusiones sexuales. Buscaba que se incorporan al canon del mundo infantil. En el período comprendido entre 1812 y 1839 conoció 344 versiones de Caperucita Roja, la niña que, según algunos informantes, se desnudaba para acostarse en la cama con el lobo. Al respecto, escribió: “Yo creo que el cuento no está en absoluto escrito para los niños, pero les encanta y esto me produce mucha alegría”.
Legado para la humanidad. Más de un siglo después de la primera edición, en 1944, los aliados combatían a las tropas alemanas.
Entonces, W. H. Auden, poeta británico nacionalizado estadounidense, declaró que los cuentos de los hermanos Grimm eran “uno de esos pocos libros indispensables, un patrimonio común sobre el cual funcionaba toda la cultura occidental”.
No solo deben leerse como libros para niños. Cada uno de esos cuentos invoca el ritual de la palabra, las pasiones humanas y la atención que inicia con el conjuro del “Había una vez…”.
El autor es profesor de literatura infantil en la Universidad Nacional y la Universidad de Costa Rica. Algunos de sus libros son Pedro y su teatrino maravilloso, La mujer que se sabía todos los cuentos y Papá es un campeón.