Recuerdo que era una tarde calurosa del 2003 cuando, leyendo atentamente un capítulo del indispensable volumen La maldición de Scheherazade. Actualidad de las letras centroamericanas (1980-1995) [1], de mi querida maestra, la profesora Selena Millares Martín, me encontré con los primeros versos de la poeta costarricense Ana Istarú.
Mi memoria me apunta aún hoy que lo que me impactó profundamente fue no solo la indudable calidad literaria de su escritura, sino la humanidad que rezumaba su discurso: su voz nacía del profundo amor por la vida y el ser humano.
Dentro de la rica tradición de la poesía hispánica, la obra poética de Ana Istarú ocupa un lugar indiscutible.
Tanto dentro como fuera de su país, la creación de Istarú ha suscitado multitud de galardones y reconocimientos desde que vio la luz Palabra nueva (1975), su primer libro de poemas.
Nido entre la grieta nace del deseo y la invitación por parte de Luis Luna –director de la colección Fragmentaria de la editorial española Amargord– por contribuir a la necesaria y justa visibilización de su poesía en España.
Esta antología se suma a la labor iniciada en España por Torremozas, encargada de publicar La estación de fiebre en 1986, y por la antología La estación de fiebre y otros amaneceres, elaborada por la editorial Visor en 1991.
El libro Nido entre la grieta consta de un estudio crítico preliminar, una selección de composiciones ordenadas siguiendo fielmente el criterio cronológico de la colección de poemas en las que se inserta, y una bibliografía poética de Ana Istarú.
Su impulso global desea contribuir a la apasionante labor crítica de reconocer, reflexionar, aprender e integrar en una tradición común la poesía escrita en español siguiendo la estela inaugurada por Eduardo Milán, Andrés Sánchez Robayna, José Ángel Valente y Blanca Varela con Las ínsulas extrañas. Antología en lengua española (1950-2000), publicada en España por Galaxia Gutenberg en el año 2002.
En este contexto, la poesía de Ana Istarú encuentra uno de sus valores indiscutibles en que el imaginario forjado es un claro reflejo de la compleja coyuntura identitaria que ha vivido su Costa Rica natal, a la que no duda en referirse como “un país que está en el sueño” [2], con valentía y determinación dentro de una Centroamérica sumida en la violencia propia del momento histórico en la que esta composición vio la luz: la década de 1980.
Otro de sus valores radica en el talante pragmático de su escritura, que se completa con la transgresión llevada a cabo como mujer que aspira a denunciar las consecuencias que ha tenido la sociedad patriarcal en el sujeto, planteando una reescritura de los roles de género y su impacto en el espacio simbólico y físico.
De esa manera, en los versos de Istarú, la mujer no teme la narración del encuentro amoroso, la denuncia ni la subversión de los significados asociados al espacio de lo privado y lo público.
Llegamos así al tercer aspecto destacable de su poética: la voz, las calles, la piel, el cuerpo, la tierra y el prójimo forman una cadena, un continuo que aspira a ser parte de un discurso. Este encuentra su fundamento en cifrar, en sus versos, el ritmo de aquello que nos desvelan las cosas.
Lo material queda así trascendido gracias a un ritmoanálisis, tal y como diría Gaston Bachelard al referirse a la revolucionaria obra de Arthur Rimbaud [3], y nos remite así a lo elemental y sus misterios [4].
En cuarto y último lugar, cabe destacar que, en la escritura poética de la autora de La estación de fiebre, encontramos una magistral reinterpretación de los frutos más sobresalientes del Barroco español e hispanoamericano, de la generación del 27 y de su propia tradición poética nacional y supranacional; esto es, costarricense, centroamericana e hispanoamericana. Ana Istarú se erige como una destacada voz de los últimos 30 años.
Sor Juana Inés de la Cruz, Roberto Brenes Mesén, Rubén Darío, Ernesto Cardenal, Eunice Odio, Jorge Debravo integran, entre otros, el intertexto del universo de la escritora, a quien el profesor y poeta Carlos Francisco Monge ha situado dentro de la tercera generación de la posvanguardia –también denominada “generación dispersa” [5]– y ha calificado de valiente.
Ana Istarú no duda en transitar la vida y la historia sin máscaras, y sus versos son verbo ígneo, fuego incandescente rebosante de vida, nido entre la grieta.
Notas:
[1] Selena Millares, La maldición de Scheherazade. Actualidad de las letras centroamericanas (1980-1995), Milán, 1997.
[2] Ana Istarú, “Este país está en el sueño”, La muerte y otros efímeros agravios, pág. 41.
[3] Gaston Bachelard, El derecho de soñar, Madrid: Fondo de Cultura Económica de España, 1997, pág. 153.
[4] A esta característica común se puede sumar el parecido existente entre los títulos de dos obras: La estación de fiebre, de Istarú, y La estación en el infierno, de Rimbaud. Tal y como señala Selena Millares, se trata más de una evocación y no tanto de similitudes temáticas. Así lo afirma Millares Martín en “Ana Istarú: la insurgencia de eros”, Género y géneros: Escritura y escritoras iberoamericanas, Madrid: Universidad Autónoma de Madrid, vol. 1, 2006, pp. 111-113.
[5] Carlos Francisco Monge, La imagen separada. Modelos ideológicos de la poesía costarricense, 1950-1980, Costa Rica: Instituto del Libro, Ministerio de Juventud, Cultura y Deportes, 1984, pág. 29.
Sobre la editora de la antología:
Alejandra M. Aventín Fontana es investigadora y profesora ayudante doctor del Área de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada del Departamento de Humanidades: Filosofía, Lenguaje y Literatura de la Universidad Carlos III de Madrid.
Aventín es doctora por la Universidad Autónoma de Madrid, máster en Enseñanza de Español como Lengua Extranjera por la Universidad Antonio de Nebrija (Premio al Mejor Expediente de Postgrado del 2003), licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid y diplomada en Cultura Hispánica por University of Kent at Canterbury.