Oscuro origen
El villancico comienza por ser un género anónimo. En caso de que nunca hubieran reparado en ello, el “señor” Anónimo es el más prolífico artista de todos los tiempos. La palabra “villancico” procede de “villa”. Los villanos eran los habitantes de las villas (la connotación negativa del término “villano” es producto de una aberrante implosión de valores: lo perverso procedería de las villas, mientras que en palacio todo sería benevolencia y magnanimidad).
El villancico popular anónimo cobra vida en los autos de fe, y en la dramatización y musicalización de los misterios sacros (prefiguración de la ópera). Durante la Edad Media, el villancico se integra al mester de juglería. Trovadores frecuentemente analfabetos y ágrafos lo llevan a los palacios reales y arzobispales, y lo perpetúan a lomos de la tradición oral.
En el siglo XV, Juan del Encina, poeta, músico y dramaturgo de tiempos de los reyes católicos, le da al villancico su título de nobleza: las canciones de las villas se convierten en una forma musical y poética canónica. Así la reciben, de manos de Encina, Lope de Vega, Cervantes, Góngora, San Juan de la Cruz y Teresa de Ávila. La inmensa autoridad de Lope de Vega fue crucial para la “españolización” del villancico. La canción navideña se convierte con él en un fenómeno característicamente ibérico.
La magia de Francisco
Nos remontamos a los primeros años del siglo XIII. Imposible sobreestimar el impacto de la revolucionaria gestión de Francisco de Asís sobre el arte de la cristiandad. Fiel a su lema de “vivir el Evangelio al pie de la letra”, Il Poverello desplazó el énfasis teológico: más que la pasión, el nacimiento de Cristo habría sido el hecho determinante del cristianismo. Un Dios-hombre, y como tal vulnerable, frágil, históricamente determinado. Queda así la figura de Jesucristo sólidamente establecida como un hecho histórico.
Francisco, creador de los portales (que a veces dramatizaba, usando personas y animales en lugar de las figuritas propias del pesebre), cantó a la dimensión jubilosa de la saga de Cristo: la Natividad abriría las esclusas de la felicidad, y esta se expresaría como una catarata de poemas y cánticos henchidos de alegría, gratitud y venturanza.
Cristianizados, como lo fuimos, por franciscanos, los portales, el pesebre, las pastorelas (cantos de pastores) y las posadas (recreación de la petición de abrigo de María y José) irrigaron nuestra fe, nuestra particular vivencia de la Natividad. Con las pastorelas y las posadas, la celebración navideña se aproxima aun más al teatro y a la ópera.
En Costa Rica
El villancico español llega a Costa Rica en tiempos de Perafán de Rivera, esto es, entre 1565 y 1573. El conquistador sometió a los indígenas a la “encomienda” –una manera de despojarlos de sus bienes– y redistribuyó las tierras entre los colonos, dando con ello inicio al período colonial de nuestro país.
El poeta y soldado Domingo Jiménez escribe un texto titulado Vive leda (“Vive suavemente, sin premura”), que no es otra cosa que una parodia de los 29 villancicos compuestos por Rodríguez del Padrón durante el siglo XV.
Durante la Colonia
En la Costa Rica mestizada de la Colonia aparece por fin el villancico “de autor”: melodías y poemas firmados por artistas que con este gesto reclaman ya carta de residencia en eso que llamamos “posteridad”.
Aparte del villancico “de autor”, había tres tipos de cánticos navideños. El litúrgico utilizaba el texto griego del Kyrie eleison ( Señor, ten piedad ), y se escuchaba en los rezos del Niño, en los rosarios, en la ceremonia de retiro del portal. El viejo villancico anónimo español se degradaba hacia formas más o menos espurias. Finalmente, el villancico criollo comenzaba su largo periplo a través de nuestra historia moderna.
La forma
El villancico costarricense circulaba en la cultura gracias a esa maravillosa superficie de propagación que es la tradición oral. Era polifónico, con dos voces que sonaban a una tercera de distancia. Alternaba solista y coro –un rasgo que nos viene de la música mozárabe–.
Las melodías estaban estructuradas en dos frases: “pregunta” y “respuesta”, o “antecedente” y “consecuente”. El “refrán” o “estribillo” alternaba con las “coplas”, según un esquema emparentado con el rondó de la sonata clásica: ABACADA.
Los versos eran invariablemente hexasilábicos (seis pies). Las rimas podían ser simples (AABB), cruzadas (ABAB) o “abrazadas” –la “redondilla”– (ABBA). Los compases eran ora ternarios (3/4), ora binarios (4/4). Incluía una sección hablada, dialogada, (a la manera del Singspiel alemán).
Los instrumentos convocados no podrían ser más variados: guitarra, mandolina y mandolón, violín, marimba, pandereta, redoblante, maraca, vainas de malinche, cucharas de madera, cucharillas de cristal, acordeón, flauta dulce, dulzaina, pitos de agua, ocarinas, chirimía, vihuelas pentacordes (cinco cuerdas), y vihuelas mexicanas. Un arsenal tímbrico capaz de generar las más polícromas sonoridades.
Los villancicos eran infaltables en las “portaleadas” (visitas a portales), las posadas, los rezos al Niño y toda suerte de celebraciones parroquiales.
Muchos villancicos asumieron la forma de canciones de cuna (la Virgen arrullando al Niño), y –rasgo detectado en todas las culturas– usaban el intervalo de tercera menor, reiterado hasta la hipnosis, recreando el dulce de vaivén del líquido amniótico.
Influencia foráneas
En Costa Rica, el villancico anglosajón ( Blanca Navidad –¡la nuestra es verde!–, Jingle bells , Rudolf, el reno de la nariz roja , todos ellos asociados a la figura de Santa –marca registrada de la Coca-cola, radicalmente diferente del Papá Noel francés–, barrieron al villancico criollo.
El villancico europeo – Noche de paz del austriaco Franz Gruber y el nobilísimo Adeste fidelis (de autoría dudosa)– también tiene presencia en nuestra cultura. El adiós de los pastores del oratorio La infancia de Cristo , de Berlioz, pasa por el más bello cántico navideño clásico.
Me gustan los villancicos estadounidenses y europeos: disfruto como el que más con la versión de Bing Crosby de White Christmas … Deploro, eso sí, que la marejada de villancicos foráneos haya reducido al villancico criollo a una existencia fantasmal: algo que es sin ser.
En una nación multicultural como la nuestra, el villancico vernáculo debería escucharse con frecuencia. Pero hay artistas que ya trabajan para cambiar tal estado de cosas. Tenemos todas las razones del mundo para la esperanza.
•••
Esta reflexión tomó forma en torno a un café compartido con el eminente folclorólogo y cantante Dionisio Cabal. Para él, el crédito por los conceptos a continuación expresados. Mil gracias y gracias mil.