Conocí a Elías Zeledón relativamente joven, a inicios de mi carrera como investigadora y docente universitaria. Me aproximé a él con los prejuicios forjados en las aulas por mis profesores, quienes afirmaban que la labor del historiador era un quehacer dominado por el “rigor” académico (en realidad, academicista); en efecto, se nos enfatizaba en la necesidad de seguir las normas clásicas de la profesión.
Conforme avancé en el proceso de profesionalización, empecé a la vez a separarme de esa rigurosidad e incursionar en temáticas y teorías no consideradas dentro de ese marco. Fue precisamente el descubrimiento de otros caminos los que me llevaron a establecer una relación profesional y hasta cierto punto personal con Elías, así, a secas, y a valorar el trabajo de don Luis Ferrero Acosta.
Literalmente, Elías era un “ratón de biblioteca” –u “oso de biblioteca”, como lo nombró Rodrigo Soto en el 2000–, pero también fue el “cronista de nuestro país”, como lo llamó José León Sánchez.
Precisamente en ese espacio, la biblioteca, escudriñaba posibles fuentes y descubría sistemáticamente temáticas interesantes y novedosas que surgieron de su clara vocación de investigador.
Las pasiones de Zeledón fueron ahondar en aspectos de la vida cotidiana costarricense, de la ciencia, la historia y las tradiciones, y redescubrir pensadores, cronistas y poetas, entre otros.
Escribió o –como bien él lo indicaba– recopiló información que lo llevó a publicar más de 100 libros, pero no todos ellos en imprenta, y una gran cantidad de artículos que circularon en diversos medios.
Muchos intereses. Su vida transcurrió entre Moravia y el circuito de cultura del centro de la capital. Elías Zeledón Cartín estudió en la Escuela Porfirio Brenes de dicha localidad y en la Escuela Ciudadela Rodrigo Facio en Ipís de Goicoechea. Realizó la secundaria en el liceo nocturno José Joaquín Jiménez Núñez (Guadalupe). De allí fue a estudiar bibliotecología a la Universidad de Costa Rica.
Elías trabajó en la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Loría, en la Dirección General de Museos, en la Dirección de Publicaciones, en la Escuela Casa del Artista y en el Banco Popular y de Desarrollo Comunal. En total, para el Ministerio de Cultura y Juventud laboró durante 24 años.
Mientras trabajó en la Biblioteca Nacional editó el Boletín de la Biblioteca Nacional y la revista El Rualdo . Posteriormente editó dos revistas para niños: La Edad de Oro y Turi-Guá , todas de corta vida, pero de gran aporte. Según la entrevista que le hizo Rodrigo Soto para Áncora el 26 de marzo del 2000, Zeledón indicó que ambas revistas “eran a polígrafo”. “Tirábamos como cien ejemplares”, añadió.
Sus libros son referente obligado para investigadores de las áreas de artes, letras y ciencias sociales interesados en los aspectos de la cultura, el pensamiento, la ciencia y la política, pues los textos develan fuentes nuevas para el análisis de los procesos sociopolíticos, culturales y económicos de una Costa Rica diferente de aquella en la que hoy vivimos.
Entre documentos. Precisamente la preocupación de Elías por recuperar aspectos particulares del pasado contribuyó a que jóvenes y aficionados a la lectura pudieran conocer tales aspectos. Fue el interés de sus lectores el que llevó a las principales editoriales universitarias y estatales a publicar ampliamente sus trabajos. Un libro producido por Zeledón era una venta segura por su rigurosidad, contenido y temática.
En mis días de visita frecuente a la Biblioteca Nacional, siempre fue impresionante ver ese hombre tan grande –en todo sentido– sumergido en una pila de documentación, anotando con cuidado los detalles e ideas que surgían de esas interminables páginas que visitaba.
A causa de tales visitas, Zeledón se consolidó como educador y formador de opinión en los suplementos de periódicos como La Prensa Libre y La República . Allí escribió sistemáticamente sobre diversos temas, mediante los cuales apoyó al sistema educativo y rememoró vivencias costarricenses.
En cuanto a sus libros, fueron varias las áreas de su interés, como las manifestaciones artísticas. De ellas produjo varios textos sobre dibujos, como los de Juan Manuel Sánchez, y sobre grabado.
En cuanto a la literatura, Elías publicó diversas selecciones de poesía, en especial poesía para niños. Incluso grabó poemas y cuentos. Su selección de cuentos contiene trabajos de Ernesto Ortega (sobre Cartago), Rubén Coto y Ricardo Fernández Guardia, entre otros autores.
Viajeros y memorias. Muchos de los cronistas escogidos por Zeledón brindan, entre otras, ventanas al pasado de Curridabat, Desamparados, Cartago, San José, Limón y la zona norte; a la Guerra Nacional (1856-1857) y a la vida cotidiana.
Las biografías fueron el fuerte de Zeledón; escribió sobre destacados pensadores y creó diccionarios biográficos. Entre ellos destaca el ofrecido a 376 mujeres, que –como bien lo indicó– son “historias que forman la Historia raras veces contada sobre la forma en la que vivían nuestras tatarabuelas”.
Zeledón también dedicó tiempo a realizar las semblanzas de los premios Magón y destacó la participación de personajes del deporte nacional. Un texto de especial importancia es el que dedicó al Deportivo Femenino F. C. (1949-1999), el primer equipo femenino de futbol del mundo.
Otra línea de investigación la dedicó a los viajeros. Elías rescató las crónicas que consideró de mayor relevancia para la historia costarricense. Lo hizo a partir de los libros de viajeros decimonónicos que nos visitaron. Entre ellos destaca la colección referente a Frantzius, Hoffman y Polakowski, y Sapper.
Los libros-estrella de Zeledón están asociados con la investigación de base documental que realizó para la compilación de leyendas costarricenses de diversa índole. En esa línea también publicó textos sobre los mitos y las leyendas americanas.
Asomarnos a ese pasado que Elías Zeledón Cartín nos legó con sus textos, nos permite convertirnos en viajeros privilegiados de nuestra propia memoria.
La autora es directora del Instituto de Investigación en Arte de la UCR. patricia.fumero@ucr.ac.cr