Discretos, pero inolvidables para quienes tuvieron la dicha de compartir con él, así fueron los dos viajes que Gabriel García Márquez realizó a Costa Rica.
Carlos Morales, periodista cultural costarricense, asegura que la primera visita de Gabo al país se realizó a finales de los 70 durante el gobierno de Rodrigo Carazo.
En aquel entonces, el artista vino para conversar con el mandatario sobre la liberación de presos políticos, una gestión que él realizaba como fundador de HABEAS, Fundación Para los Derechos Humanos en las Américas.
“Él viene de incógnito y Carazo que tenía la agenda llena lo manda a una fiesta llena de burgueses. Gabo , que era un hombre de izquierda se siente desesperado y pregunta si había alguien de cultura entre los invitados, ahí le presentan a Daniel Gallegos y le dice: ‘sacame de aquí a conversar con gente con la que me interesa hablar’”, cuenta.
Agregó: “Daniel Gallegos se lo lleva en su carro a la soda Palace y a eso de la medianoche comienza a llamar gente con la que él podría conversar”.
Según recuerda Gallegos, al encuentro acudieron Alberto Cañas y Samuel Rovinski.
“Nadie se dio cuenta que estábamos ahí, éramos tres señores conversando y tomando café”, aseguró el director, quien dijo que escogió la soda Palace como punto de reunión, primero porque era uno de los pocos locales que abría las 24 horas y, en segundo lugar, por la activa vida nocturna del lugar.
“Fue una conversación muy agradable. Él era una persona muy sencilla, amable, sin aires de grandeza; estaba muy contento de poder hablar con otros escritores y enterarse de la situación del país y lo que pensaba la gente”, destacó el escritor de El séptimo círculo y Una aureola para Cristóbal .
Invitado. Con el objetivo de hablar sobre nuevos modelos de educación, García Márquez volvió a pisar suelo costarricense.
Fue el 7 de setiembre de 1996. Vino invitado por el gobierno de José María Figueres, el cual estaba interesado en realizar una reforma a la educación secundaria, un tema de gran interés para el escritor de Cien años de soledad .
“Tuvimos una larga conversación en la que estuvo Arnoldo Mora, ministro de Cultura; Eduardo Doryan, ministro de Educación, y otras personas. Ahí se le explicó el trabajo que hace en el país instituciones, como el Conservatorio de Castella y los colegios científicos”, explicó Figueres.
Sobre la reunión, el exmandatario calificó a Gabo como un conversador ameno y versátil, que hablaba tanto de arte como de programas de desarrollo y política.
“Además de ameno y simpático tenía una manera de ser que permitía hablar de los temas más serios de una forma agradable; tenía, además, una característica que poca gente tiene: él había sentir a la gente como si hubiera sido su amigo toda la vida, aunque solo tuviera poco tiempo de estar en contacto”, destacó el expresidente.
Silencio. La visita del Premio Nobel de Literatura no fue anunciada a ninguno de los medios de comunicación.
La Nación lo supo luego que Alejandro Cruz, entonces rector del Instituto Tecnológico, se lo contara a Fernando Gutiérrez, corresponsal de La Nación en Cartago.
A partir de ese momento, los periodistas Arnoldo Rivera y Mauricio Herrera se desplazaron a Casa Presidencial, donde la seguridad los dejó puerta afuera por horas hasta que por fin los dejaron pasar.
Gabo venía tomado del brazo del expresidente. Estaba sonriente y se detuvo unos minutos a conversar.
Se le preguntó sobre su visita, la educación y acerca de su mediación con el conflicto colombiano, hasta que soltó una premisa del periodismo: “Usted sabe que yo soy periodista. Me perdona, pero le voy a decir una cosa: lo difícil de un periodista no es empezarla (la conversación), sino terminarla”.
Pese a esto siguió conversando sobre literatura y sus personajes.
Fue una jornada para no olvidar, dijeron sus protagonistas.
“Fue súper interesante estar con un maestro de la profesión, a mi me causó una impresión de tremenda apertura, era un tipo muy suave, cortés, decente de mis experiencias profesionales más valiosas”, aseguró Mauricio Herrera, quien tiempo después tuvo la oportunidad de compartir con él en un taller de la Fundación Nuevo Periodismo.
Emocionado por el recuerdo, Arnoldo Rivera recordó: “era un día normal de rutina y como sucede en el fútbol, la bola pica para cualquier lado. Fue un golpe de fortuna estar ahí en ese momento; compartir unos minutos y darle la mano fue una satisfacción. Fue como ver uno de Los Beatles para mí”.