"Era una road movie, pero hace 25 años costaba que alguien aceptara algo así, porque no era un guion al uso. Se imaginaba uno, no sé, a Dennis Hopper perdido en el desierto", recuerda Catalina Murillo, cuyo oficio se pulió en el guion y se consagró en los libros. Maybe Managua es ahora una road novel, más bien.
Publicada en diciembre, la tercera novela de Murillo se aparta de las experiencias e intimidades de la autora – como en Tiembla, memoria (2016) y Marzo todopoderoso (2003)– y se fija más bien en un hombre totalmente ficticio. Es Juan, un español entregado al azar y a la búsqueda de la libertad en el trópico.
De Costa Rica, este "señorito" de familia adinerada salta a Nicaragua, donde ansía encontrar aún más sorpresivos recodos en su camino a ninguna parte. Las mujeres marcan su ruta –son poderosas, magnéticas, dolientes también– y lo anclan a la realidad, pero esta también se desvanece. Juan carga con un pájaro amaestrado, rareza que le recuerda que también él sobresale a su pesar: es extraño en tierra extraña.
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Desde el principio, el libro se pregunta si uno puede o no tomar el destino en las manos. ¿Puede Juan realmente decidir una senda propia y voluntaria? "Se podría decir que la libertad es como el tema medular no solo del libro, sino una de mis grandes obsesiones. Creo que he sido una obsesiva de la libertad y esa ha sido mi gran esclavitud. Tratar de ser libre", confiesa Murillo.
El “Dennis Hopper” de Maybe Managua, claro está, exuda menos glamur. ”Claro, pero cuando lo empecé a soñar sí lo soñé con un Peter Fonda; es después que uno entiende que no es así la cosa. Fue en 1993, cuando acababa de regresar de la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños (Cuba), recuerda Murillo.
"Cuando comencé a escribirla sí me di cuenta de que había cosas que eran cine. El guion existió y me siguió quedando como muy corto, y algo que te puede decir cualquiera que escribe cine y no quiere dirigir sus propias películas, es que los guiones quedan en una gaveta.
"Dos productores sí me lo ofrecieron, pero lo querían hacer a su manera. Uno quería un final feliz. Una película, al final, es del director; yo quería parir esa historia a mi manera. Lo que más me costó encontrar fue el tono del libro, cómo lo cuento. En uno de los intentos que hice fue contarla como si hubiera sido una película que vi", bromea la autora.
Quedó un viaje con pulso de cine y brevedad de guion. "Mis libros se adelgazan mientras yo me engordo", dice, aunque en su estilo, lo breve sí es dos veces bueno: sus oraciones son dardos compactos que no se pueden esquivar.
Y los lenguajes cinematográfico y literario se entrecruzan y se nutren uno a otro. "Traté de no hacer psicología con el personaje, y siempre pensé que el lenguaje que me permitía eso era el del cine. Ese fue un punto de inflexión, el día que entendí que en una novela podía no ser psicóloga de mi personaje",
–¿Cuál era el núcleo, eso en el centro de la historia que más la atraía de vuelta a 'Maybe Managua': la trama, el personaje, el ambiente….?
– Lo que siempre me fascinó fue ese personaje tan raro. Es lo que mucha gente me decía, hace 25 años, que no era carne de cine, el personaje que no quiere querer nada. Cuando empecé a escribir la novela, pensé que iba a ser un retrato psicológico del personaje. Me decían que de eso no se hace dramaturgia, lo cual creo que al final no sucedió: no es el mismo el que empieza que el que termina… ¡pero sí es peor!
– En vez de un choque directo contra la adversidad, va ocurriendo una fricción que lo va desgastando, y también a la gente que va chocando con él.
– Sí. El carácter es destino, dice una frase. Esa frase a mí medio me asusta… No es un hombre víctima de la adversidad. El hecho de que el pájaro ese funcione es para mí una ironía de mi parte. Hay un hombre que dice que no quiere querer nada, suelta las riendas, y el pájaro es como un guiño irónico, pues a un hombre como él le toca la lotería. Ese personaje se va dejando llevar. Hay una progresión dramática, como un hundimiento. Siento que tengo que tener cuidado de no contar más.
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– Claro, pero en su literatura la trama es una parte, pero lo que yo, como lector, más disfruto es el lenguaje. Es el estilo que obviamente va cambiando y depurándose con los años. ¿Cómo fue abordar ese personaje de hace 25 años con las herramientas de la Catalina de hoy?
– Diste una clave al inicio, cuando dijiste que con menos glamur que Dennis Hopper. Cuando yo empiezo a soñar a ese personaje, tengo fascinación por él. Existen algunos españoles en la vida real que me lo evocan, yo los veo como Peter Fonda y como Dennis Hopper. Eso fue a los 24. Ahora tengo 48. Ahora sí ya entiendo: ya no me fascina ese tipo de perdedor. ¡Me pasaba montones!
– Tal vez en otro momento había algo de romántico en ese personaje que no quiere nada, que se desvincula de todo el mundo y que así como está en Costa Rica se va para Nicaragua… algo de romántico en ese personaje libre pero después de un rato uno dice… ¡a ver!
– Totalmente. Eso podría yo cuestionarle al lector también y tal vez a cada uno le resuena distinto. Si bien ya no tengo esa idealización por el personaje, ya estoy en la etapa en la que le tengo compasión. Lo cual, por cierto, aconsejo mucho: esos personajes cuidados, escrupulosos, limpios... ¡qué aburrimiento! Pero a lo que voy es que si bien ya no lo idealizo lo que sí pensé es que Juan tiene razón en muchas cosas.
– ¿En qué sentido?
– Me gusta mucho – si bien no la cumplo– la filosofía de Diógenes, el Cínico. Yo no he podido llevar mi vida acorde con la de él, pero lo admiro, y Juan tiene algo de eso.
– ¿Una aspiración a ello?
– No, el distanciamiento de la mirada. Juan no va a vivir en un barril como Diógenes. Juan tiene clarísimo que es hijo de un millonario. Cuando Manolo lo llama, le dice “señorito”.
– Cuando hemos conversado antes, y en sus libros anteriores, me había dicho que le interesaba más la psicología de mujeres, que eso quería seguir escribiendo.
– Es que este libro viene de atrás. ¿cuán atrás? De la época en que veneraba a los hombres. (...) Ponele que este es el canto de cisne del macho, ya muy rebajadito, después de 25 años, donde de las fascinación pasamos a la compasión. Ponele, para usar un lenguaje actual, que es un hombre que no ha encontrado su camino en las nuevas masculinidades. Y encima, siento que el 'personajazo' que lo pone de frente a su ridiculez es Mónica, una mujer.
– (Este tipo de personaje de hombre desinteresado) se veía sexy, misterioso a esa edad, a los 25, pero después de un rato...
– ¡Ya uno sabe que no abre la boca porque no tiene nada que decir!