José Alberto Villalobos Morales javillalobos@ice.co.cr
Una experiencia decepcionante me ocurrió hace unos diez años, cuando, en una asesoría para docentes de primaria, se les pidió por una definición formal, operacional o “a gusto del cliente” de los siguientes conceptos: posición, desplazamiento, movimiento, velocidad, aceleración, fuerza, masa, potencia, presión. Casi solo se pudo sacar con cuchara, entre risitas inseguras y nerviosas, que la gran mayoría contestase: “¡Diay, profe: energía!”.
Se solicitó entonces que caracterizaran el concepto de energía, y lo que se obtuvo fue: “Empujar, mover, viajar rápido” más ademanes típicos del levantador de pesas y hasta pasos de baile, pero ningún concepto científico.
“Vibras positivas”. Es sorprendente ver cómo educadores no tienen claros los conceptos básicos de ciencias físicas, pero a la vez tratan de ayudar a sus estudiantes a lograr un aprendizaje correcto.
A partir del primer gobierno de Óscar Arias, noté un énfasis fuerte en la enseñanza del concepto de “energía, sus formas y aplicaciones”, propiciado por los asesores del Ministerio de Educación. También se pudo ver cómo la palabra “energía” se convertía poco a poco en el “supersinónimo” para las conversacio-nes light .
Luego sucedió lo mismo con “vibraciones”, término al que fueron pegándosele los adjetivos “buenas y malas, negativas y positivas”, como en “buenas vibras”, “energía negativa”, etc. A veces, las personas los usan sin querer referirse al concepto, pero les basta con que suenen bien.
Los físicos e ingenieros comenzaron a mencionar el concepto “energía” como una cantidad escalar (no tiene dirección, solo magnitud); por tanto, es intrínsecamente positiva.
Al igual que el dinero, la energía es una cantidad positiva: no hay energía ni dinero negativo. Claro está, cuando se lleva una contabilidad o se establece un nivel cero de comparación, las deudas de dinero y el faltante de energía pueden anotarse con un valor negativo; pero el signo menos (-) está en la operación matemática, no en la entidad física llamada “energía”.
De igual manera, cuando usted recibe un saldo en rojo en su cuenta bancaria, esto no significa que haya colones negativos.
Calor. En el 2008 estuve en una sala dentro de la pirámide de Kefrén , y al año siguiente a campo abierto en Machu Picchu.
En ambas sitios, algunos compañeros dijeron la frase típica: “¡Cómo se siente la energía!”. Las dos veces no entendí claramente a qué se referían. Desde luego, los sitios son impactantes y lo llenan a uno de emoción, especialmente si ha estudiado el tema antes del viaje para sacarle provecho a la experiencia.
En la pirámide hubo tanta gente hablando de la energía que sentían, que pregunté: “¿Como de cuantos joule de energía hablan?” y “¿A qué tipo de energía se refieren: cinética, potencial, calórica, electromagnética...?”. Como respuesta solo obtuve miradas y sonrisas piadosas y que ya no quisieran conversar con el insensible físico.
Desde luego, dentro de la pirámide sí ocurre una transferencia de energía, pero en el ámbito físico del concepto pues se siente frío: la consecuencia del paso de energía térmica (calor) del cuerpo a las paredes de la habitación.
Eso era lógico: estábamos a una temperatura mayor por haber permanecido al sol en la meseta de Guiza, y, al tocar las paredes, hubo un paso de energía por “conducción”.
Además, las moléculas de vapor de agua del sudor se evaporaron del cuerpo y retiraron energía ( “convección” ). A una temperatura 15 grados mayor que las paredes, la energía también se transmitió por “radiación”. ¿No es que se había aprendido todo esto en el colegio?
Desde luego que toda actividad biológico-químico-física, por pequeña que sea, incorpora una cierta cantidad de energía, incluso si se trata de amor, miedo, sorpresa o admiración por algo; ¿pero no podríamos llamarlas por su nombre específico?
Ideas claras. Como astrónomo aficionado, tengo amigos que me llaman “astrólogo” y otros que me preguntan sobre “ovnis”. A todos, con respeto, sin decepcionarlos, les digo: “De eso sé casi nada”. En conversaciones, a veces preguntan sobre “buenas y malas vibraciones”, y también sobre energía por encima y por debajo del cero.
Con respecto a las vibraciones, sería válido preguntar: “¿De qué frecuencia, longitud de onda, o de cantidad de energía se habla?”; pero, en este caso, tal vez nunca se obtendrá una respuesta dentro del campo científico.
A veces me pregunto si muchas otras personas carecemos de esos sensores tan finos de frecuencia y de energía, como algunos supuestamente poseen.
Es muy importante el uso del vocabulario preciso en todos los campos en los que se quiere obtener un aprendizaje valioso: esta es la manera de evitar ambigüedades.
Desde luego, a veces se cometen deslices porque no es fácil lograr un dominio ni una concentración completos. Ante niños no debería hablarse de “estrellas fugaces”, sino de “meteoros”, a menos que se tenga la oportunidad de explicar la poesía allí mismo.
Tampoco habría que declarar: “El volcán Turrialba está vivo” porque no es conveniente causarles líos a los profesores de biología, ni confundir a la mamá que repasa con su hijo el concepto de “vida”.
El uso de la palabra “energía” aún sigue de moda en conversaciones de café, pero requiere una clarificación conceptual, y me gustaría intentarla aquí; pero no es fácil hacerlo sin que parezca dar una clase de ciencias desde un periódico pues el sombrero de educador no se me quita... y no uso otro.
El autor es profesor pensionado de Física en la Universidad de Costa Rica.