Diego Jiménez F.
Decir que el tiempo no alcanza se ha convertido en un lugar común. Hay días en que pagaríamos por una pócima que multiplique las horas y así cumplir con todo lo que el trabajo, el estudio, la familia, las aficiones y las relaciones nos piden. Y mientras anhelamos eso, revisamos a cada instante notificaciones en nuestro celular, contestamos mensajes y nos perdemos en los timelines de Facebook, Twitter o Instagram.
¿Cómo llegamos a esta vida tan acelerada? ¿Podemos hacer algo para remediarlo? De esas preguntas partió el mexicano Luciano Concheiro para escribir Contra el tiempo , con el que resultó finalista del Premio Anagrama de Ensayo el año pasado.
“Antes de escribirlo, hubo unos cuatro años en los que yo mismo me di cuenta de que era hijo y producto de la aceleración, en términos de mi vida personal y de mi historia de vida. Soy un sujeto acelerado, no solo subjetivamente, sino también por lo que he hecho”, reconoce el joven mexicano en entrevista telefónica.
¿Y qué ha hecho Luciano Concheiro (Ciudad de México, 1992)? Entró a la Universidad Nacional de México (UNAM) a los 16 años, se licenció en Historia a los 19, terminó con honores una maestría en Sociología en Cambridge a los 20, es profesor universitario desde los 22, y hoy, a los 25, es investigador invitado en Harvard, desde donde trabaja en su próximo libro.
En Contra el tiempo –un ensayo de tono casi aforístico–, Concheiro establece que el motor de esta sociedad acelerada está en el afán insaciable del capitalismo por generar cada vez más ganancias en el menor tiempo posible. Cuando el planeta entero se rigió bajo esa consigna, ya no hubo marcha atrás: el envite de la velocidad lo conquistó todo, desde la política hasta nuestra psique.
Para romper con el imperio de la aceleración, Concheiro propone la “filosofía práctica del instante”. No se trata de ir más lento, insiste en su libro, sino de destruir el tiempo a partir del instante: “un parpadeo durante el cual sentimos que los minutos y las horas no transcurren”.
La poesía, la música, el sexo, una parranda o una marcha por las calles pueden ser la fuente de esa experiencia. No hay un manual: cada quien debe encontrar la forma de despertar esos instantes; cada quien debe construir su propia revolución.
Concheiro, una de las voces jóvenes más influyentes del pensamiento mexicano, concedió parte de su tiempo a Áncora para conversar sobre su ensayo.
–¿Cómo llegó a ser la aceleración su objeto de estudio?
–Lo primero de todo fue darme cuenta de que yo mismo estaba inmerso, como muchos miembros de mi generación, en los principios y la lógica de la aceleración. Establecí un poco de distancia en cuanto a eso, para comprender cómo nos afecta en la vida diaria, pero también en términos políticos, culturales, y luego intenté dar un paso y analizarlo de manera teórica.
”Así que existe este juego de saberse uno mismo miembro de este fenómeno, pero al mismo tiempo querer analizarlo y explicarlo como un fenómeno que no depende de la vida de uno. No se trata de decir: ‘Bueno, a ver, respira, no estés estresado, no tengas prisas’, porque eso lo que hace es transferir la culpa al individuo. Se trata más bien de explicar cómo es un asunto sistémico, estructural, que nos configura a cada uno de nosotros”.
–¿Cuáles son los rasgos esenciales de un sujeto acelerado?
–Creo que uno lo puede encontrar en su vida diaria de manera muy clara, y es esta sensación de que el tiempo no alcanza para nada, de que los días son muy cortos, que tenemos una lista de tareas interminable, que estamos ansiosos, estresados, que tenemos jaquecas, que necesitamos sustancias como el café u otras más duras para responder a las demandas laborales y personales constantemente. También deprimidos, con poca claridad sobre el futuro…
”Esto tiene que ver con la incapacidad de construir una narrativa general de nuestras vidas, y con tener una vida precarizada, de trabajos temporales, de decepción, de imposición de una serie de principios existenciales relacionados con el éxito económico, con el consumo y con la deuda, que para mí, en términos teóricos, es la hipoteca de nuestro futuro. Cuando nos endeudamos, lo cual es cada vez más sencillo pues el sistema mismo lo propicia, lo que estamos haciendo es hipotecando nuestro futuro. El futuro deja de existir porque vivimos para la deuda”.
–Usted plantea que a nivel de subjetividad no existe el futuro, no sabemos hacia dónde vamos. Sin embargo, el futuro es un alimento del capital. El crédito es básicamente confiar en el porvenir, en seguir produciendo ganancias, y a esa confianza se le da un valor. ¿Cómo analiza esa contraposición?
–En mi planteamiento yo parto, en términos filosóficos, de la concepción temporal de Heidegger; es decir, para mí no hay un tiempo unitario, sino que siempre que estoy hablando de tiempos, estoy pensando en la articulación de tres: el pasado, el presente y el futuro. Tal vez sería más preciso hablar de visiones del tiempo, o de temporalidades.
”No es que no haya futuro en este tiempo contemporáneo. Lo que sucede es que ya no es el futuro abierto de la modernidad, el futuro del progreso, sino que se parece más a una rueda de hámster, una inmovilidad frenética: hay mucho movimiento, pero al mismo tiempo no hay desplazamiento. ¿Por qué? Porque el principio que rige la articulación de los tres tiempos es la avidez eterna por la ganancia, lo cual es el motor del capitalismo. El capitalismo no solo busca generar ganancia, sino generar una ganancia permanente. Un buen capitalista nunca dice ‘hasta aquí’, sino que sigue, sigue y sigue.
”En ese sentido, el futuro acelerado sí existe, pero es un futuro que solo cobra sentido a partir de este principio de la rotación del capital: de invertir para obtener más dinero, y luego no irse de fiesta con los amigos, sino reinvertirlo para obtener más y más. La acumulación y la ganancia se vuelven un fin por sí mismos.
”Ligándolo con el asunto de la subjetividad, en ese sentido es que hay una negación de futuro. Sí existe, pero existe un futuro que a lo que está siendo supeditado es a la ganancia, porque eso es el crédito: una expoliación permanente del sujeto que está trabajando para darle un trozo de lo que genera a alguien más”.
–En el libro, su dictamen se torna muy pesimista. ¿Estamos hablando de un fenómeno irreversible, o el ser humano puede ejercer fuerza sobre él y lograr algún cambio?
–Tendría que ser un cambio revolucionario, una transformación radical del sistema que produce esta aceleración, que según mi argumento es el capitalismo. Solo podemos imaginar la aniquilación de la aceleración si imaginamos la aniquilación del capitalismo.
”En el libro yo soy bastante pesimista y digo que por ahora no podemos acabar con el capitalismo. Entonces la propuesta de resistencia que hago es mucho más humilde, que es un instante: rasguñar, arrancar un momento fuera de esta aceleración.
”Yo no solamente creo que es posible otra vida no acelerada, sino que la deseo y creo que debemos luchar por ello. En ese sentido, creo que el pensamiento crítico, los libros que analizan estos fenómenos, son una pequeña piedra en este proyecto que no solo es filosófico, sino político”.
–Su “filosofía práctica del instante” habla de no combatir la velocidad, sino de huir de ella. ¿Cuál sería en ejemplo de lo primero?
–A lo que me refiero es a todos los intentos por desacelerar. En los últimos años ha habido una explosión de movimientos por la lentitud: el slowfood , el slowsex , el slow … ¡todo! Son positivos en el sentido de que señalan al enemigo, que es la aceleración, pero son insuficientes y acaban siendo engullidos bajo los principios del capital y se convierten en grandes negocios.
”Cuando digo que hay que escapar de la aceleración, lo que estoy diciendo en términos metafóricos es que hay que construir otra temporalidad. No basta con ir más despacio, no basta con detenerse un poquito, sino que hay que cambiar el sistema en su conjunto y, por lo tanto, cambiar la aceleración de tajo.
”Yo propongo una temporalidad provisional, que es la del instante, pero creo que realmente el gran compromiso filosófico y político sería el pensar una teoría radical de la temporalidad; es decir, qué otros tiempos, qué otras visiones de tiempo podemos traer a la tierra. Para mí el tiempo es muy importante en términos filosóficos, porque creo que es aquello que constituye todas las esferas de nuestra vida. Si vemos el tiempo de otra manera, la vida entera cambia”.
–En el libro usted menciona el papel de los medios de comunicación en este proceso de aceleración. Habla, por ejemplo, de la erosión de la memoria a raíz del bombardeo de noticias minuto a minuto. ¿Se pueden ver los medios no solo como catalizadores, sino también como víctimas de este proceso?
–Por supuesto. Insisto en que es una problemática sistémica, de un sistema que opera bajo ciertos principios en los cuales los medios de comunicación están inmersos, porque deben conseguir lectores, publicidad, suscriptores. Dentro de eso, los primeros que sufren son los periodistas, porque en todo el mundo ha habido despidos masivos, cada vez deben trabajar más, a deshoras, publicar más notas, combatir la aceleración frenética de las redes sociales, cuando es evidente que un trabajo de investigación requiere mucho más tiempo.
”Así que, en términos de causalidad, no pensaría que es culpa de los periodistas ni de los mismos directivos de los medios, sino más bien de un sistema”.
–Un sistema que además es totalmente abstracto… No es posible señalar con un dedo quién lo controla.
–Exacto. No está individualizado. Es, como lo han planteado algunos teóricos últimamente, una racionalidad. El capitalismo no es ya un sistema económico, político ni cultural, sino que es una racionalidad; es decir, una forma de ver el mundo, o una forma de entender el tiempo…
–¿Cuán cercano se siente a los movimientos ecologistas? Algunos aspiran justamente a llevar una vida menos acelerada.
–Una de las últimas vertientes del capitalismo –este análisis no es mío, es del Comité Invisible francés– es el capitalismo verde, el capitalismo sustentable. El capitalismo se está dando cuenta de que está dañando el planeta y quiere echarnos la culpa a nosotros. Entonces hay que ser cuidadosos. Puede haber movimientos ecologistas radicales, pero también otros que se alineen con los principios del capitalismo y que operen dentro de su lógica, vendiéndonos sus productos supuestamente ecológicos.
”A mí me parece que los movimientos ecologistas más radicales son aquellos que no solo señalan el peligro de la destrucción del medio ambiente, sino que repiensan nuestra relación con lo natural. Pienso, por ejemplo, en los proyectos del buen vivir latinoamericanos, que ejercen una crítica mucho más profunda al tema de nuestra relación con la naturaleza”.
–Menciona en el libro el peso de la aceleración en la política, y cómo hoy la sociedad privilegia las soluciones cortoplacistas y el escándalo. ¿El triunfo de Donald Trump alimenta esta hipótesis?
–Cada vez más la política se parece al star system de Hollywood, y aquí de nuevo los medios de comunicación cobran un papel fundamental. Lo que se está apostando es a una serie de escándalos, de cuestiones que tienen que ver más con la imagen pública del político como individuo y no tanto un sustento ideológico.
”En el libro yo argumento que esto se puede explicar bajo los principios de la aceleración, porque así como sube un personaje, puede desaparecer. El fenómeno de Trump puede ser leído perfectamente así, aunque también es un fenómeno estructural más profundo”.
–En Contra el tiempo no se aborda la afectación de la aceleración en la educación, y el papel que esta debería o no asumir frente a este fenómeno. Como profesor y estudiante, ¿ha pensado en ello?
–La academia, dentro de todo, es un espacio de resistencia frente a esta lógica de la aceleración. Por ejemplo, situaciones como discutir durante dos horas sobre un texto de literatura van en contra de esa lógica. Pero si uno se pone a observar con cuidado, verá que cada vez más las instituciones educativas funcionan bajo esos principios de la productividad, del beneficio económico, de la aceleración.
”Ya como alumnos, tendría que ver más con el análisis que hacíamos de la subjetividad: cómo cada vez más cuesta poner atención, hay dispersión, desconcentración por las exigencias de los nuevos dispositivos electrónicos.
”Yo creo que el papel de la educación para transformar eso es fundamental. Habría que repensar la educación para que no tuviera que ver simplemente con la obtención de grados académicos para luego acceder al mercado laboral, sino con la formación de los individuos como sujetos en comunidad. Eso sería una práctica pedagógica de liberación, de emancipación, siguiendo a Jacques Rancière, que es mi gurú en temas de educación. Cuando he sido profesor he intentado seguir la corriente de que todos somos igualmente inteligentes, la distinción entre maestro y alumno es jerárquica. Lo único que le corresponde al maestro es despertar esa capacidad de reflexión en el alumno, emanciparlo”.
–Usted hace varios acercamientos al trabajo del artista Gabriel Orozco, de quien incluso se incluyen en el libro varias de sus fotografías. ¿Puede el arte funcionar como un foco de resistencia al fenómeno de la aceleración? Está por ejemplo el fenómeno de Knausgård en la literatura, ese recorrido minucioso a lo largo de una vida…
–El de Knausgård es un buen ejemplo, pero hay otro muy grande, que es la poesía, entendida como aquella operación discursiva que permite traer otra temporalidad, que tiene que ver más con los ritmos, la circularidad… La literatura puede ser subversiva en término de construcción de otras narrativas. Luego, por supuesto, puede terminar siendo engullida, igual que el arte, dentro de los principios de la aceleración.
–¿No teme justamente que su propuesta de la filosofía práctica del instante también acabe engullida por la dinámica de la aceleración?
–Por supuesto, esa es la tensión. Por eso yo huyo de dar una serie de principios de manual, porque cualquier principio de manual acaba siendo engullido por el sistema. Lo que arriesgo al final del libro es una serie de viñetas narradas desde la primera persona, una autoficción, porque son momentos que en ciertas situaciones funcionaron para mí.
”La filosofía práctica del instante no debe tener una serie de mandamientos que uno sigue y listo, sino que debe estarse reinventando, porque el capitalismo tiene algo genial, que es su creatividad y la capacidad de engullir toda su disidencia dentro de sí”.