L a literatura de Vanessa Núñez Handal es un entramado de recuerdos que busca esclarecer la gran nebulosa de la guerra civil salvadoreña. En su última novela , Dios tenía miedo (2011), su protagonista, Natalia, se percata de que vivió el conflicto encerrada en una burbuja; cuando esta explota, el espejo se vuelve hacia ella y la lanza a hurgar en las heridas de su país, que nunca se han cerrado.
Núñez nació en 1973 y reside en Guatemala; ella viajará en octubre a la Feria del Libro de Fráncfort como parte de un proyecto literario de cooperación entre Centroamérica y Alemania (coordinado por el Instituto Goethe de México y editores de la región). También asistirán el novelista costarricense Warren Ulloa Argüello y la escritora guatemalteca Denise Phe -Funchal.
Núñez se formó como abogada y tiene maestrías en Ciencias Políticas y Literatura Hispanoamericana. Ha publicado dos novelas con F&G Editores y pronto concluirá su siguiente trabajo.
–¿Cómo surgió su interés en la literatura?
–Siempre escribí. Mi mamá me regaló un diario cuanto tenía siete años. Allí aprendí el placer de ver mis trazos dibujados –y eso que siempre he tenido pésima letra–. A veces, no tenía nada que escribir y escribía justo eso: ‘No tengo nada que escribir’. Creo que desde niña vencí la página en blanco.
”En el diario, comencé a darme cuenta del poder de las ideas escritas, de los recuerdos, de las revisitas a un pasado que muchas veces se olvida o se confunde. Era como conversar con mi ‘yo pasado’.
”Tras obtener mi carrera de derecho, trabajando como abogada corporativa, decidí irme a Chile. La realidad de El Salvador se me hacía pesada y necesitaba poner distancia para entender mi país, su historia, y para entenderme.
”En Chile comencé a escribir con verdaderas intenciones de hacerlo como oficio. Al mudarme a Guatemala, empecé a estudiar una maestría en literatura hispanoamericana y comprendí que, antes de escribir, debía leer mucho.
”Así, leí como desesperada y acabé escribiendo mis propios razonamientos: en un inicio, al margen de los libros; luego, en cuadernos y luego, dándoles forma y estructura. Así surgieron mis prime-ros cuentos y textos”.
–¿Cómo nació su última novela, “Dios tenía miedo”?
–Debió ser mi primera novela, aunque fue la segunda publicada. La guerra en El Salvador era un tema que me tenía investigando permanentemente. La comprendí en Chile, entendiendo la historia de este país que también la pasó mal.
”Decidí que debía ordenar las conclusiones a las que había llegado a lo largo de los años: que la guerra no era como se había dicho durante toda una década y que, en el silencio, todos habíamos sido cómplices; pero me costó: estaba muy cerca del tema y del sentimiento.
”Quizá por eso, Los locos mueren de viejos apareció antes [en el 2008]. Incluso Al sur de la soledad [inédita] fue escrita antes que Dios tenía miedo . Un día, espero, verá la luz; por ahora descansa en la incomprensión de la autora misma.
–¿Qué implica para la sociedad salvadoreña esa “complicidad inconsciente” de la que se percata Natalia en “Dios tenía miedo”?
–Mucha gente vive aún así en El Salvador. También lo he visto en Guatemala. Es más fácil creerse buenos. Lo malo es que esta gente que se cree buena, honesta, cristiana, de principios, hace mucho más daño que los que actúan con maldad premeditada.
”Hay que tenerle mucho miedo a la gente que se cree buena, y nuestra sociedad está llena de ella... hasta que algo las hace reaccionar. Entonces buscan respuestas y les cuesta mucho aceptar la realidad porque toda su vida ha sido construida sobre un mito.
”De ahí nace la polarización: esta gente necesita creer no sólo en su verdad, sino en que esta es absoluta, y para siempre en los extremos. Para defenderla, son incluso capaces de justificar los crímenes más atroces.
”En el caso de El Salvador, ocurrió con el asesinato de monseñor Romero, el arzobispo de San Salvador, un crimen que, contra lo que se podría pensar, en lugar de ser condenado, muchos católicos lo justificaron. Esta gente estaba furiosa con él debido a sus sermones en contra del statu quo y lo veían como un peligro para su estilo de vida”.
–En la novela hay una mezcla entre datos documentales y textos que explican el contexto histórico y la ficción del personaje de Natalia. ¿Por qué decidió combinar ambos registros?
–Porque la guerra de El Salvador no se peleó solo en las montañas, no fue solo del ejército y la guerrilla. Ésta fue, sobre todo, ideológica. Fuimos bombardeados por una estrategia gubernamental diseñada especialmente para confundir a la población. Mucha de esta aún sigue creyendo en esos slogans : ‘Con huevos y con valor, sale adelante El Salvador’, que eran un slogan de una empresa avícola, por ejemplo, o ‘Mate un cura y haga patria’.
”Muchas de esas ideas aún sustentan formas de actuar o de ver el mundo de un amplio sector social. Yo quería entonces evidenciar la intencionalidad de dicha estrategia: hacer ver que nunca llegamos a esas conclusiones, que estas nos fueron implantadas en masa, y que, siendo así, ya no tiene caso seguir defendiéndolas.
”Fuimos víctimas de un lavado de cabeza. y entiendo que, en aquel momento, la gente no se diera cuenta. No había cómo, a menos que se tuviera a alguien cerca que nos hiciera ver la realidad.
”Lo imperdonable es que hoy, habiendo tanta evidencia, la gente no sea consciente del engaño colectivo al que fuimos sometidos.
”Otros, sin embargo, se dan cuenta, pero les conviene seguir con la farsa. Hoy en día, las elecciones en El Salvador, invariablemente, se libran desde esta trinchera: izquierda contra derecha, y parece como si la Guerra Fría o la guerra misma continuaran, sólo que ya sin armas, ¡y la gente lo cree, toma partido y se enemista con amigos y familiares por estas razones! Es decir: en El Salvador aún vivimos de fantasmas”.
–En el medio digital “El Faro”, usted dijo que en El Salvador podría ser considerada de izquierda por la derecha, y de derecha por la izquierda, pero que es imposible estar en el medio. ¿Qué implica esta posición para la literatura?
–La literatura no tiene postura política; al menos, no debería, pero, cuando la gente quiere ver “micos aparejados”, inventa cosas. En un contexto de polarización no hay lugar para una literatura apolítica. La gente siempre le buscará el matiz. Esa entrevista la di en México en el 2011, luego de presentar la novela durante la Feria el Libro de Guadalajara. Aún no habíamos hecho la presentación en San Salvador. Yo no sabía qué pasaría en mi país, donde estas cosas aún no se hablan abiertamente, y, si se hablan, siempre terminan en pleito.
”Entonces, pensé, se iba a armar una gran discusión y la gente me reprocharía mis ideas. Mi sorpresa fue que la presentación, que debió durar una hora, duró tres, y no hablé yo. Los asistentes, que fueron muchos, querían hablar, contar sus historias. Fue bonito. Me parece que en El Salvador aún no hay espacios para poder recordar o conversar de forma cómoda y sin pleitos.
”Los que atacaron la novela, para mi sorpresa, fueron los evangélicos o cristianos. ‘Dios nunca ha tenido miedo, tiene o tendrá’, escribió alguien en el blog de mi editor.
”‘¿Ha leído la novela para tener idea de qué trata?’, le preguntó el editor. ‘Jamás leeré un libro blasfemo’, respondió la otra persona. Es interesante cómo la literatura saca roncha siempre, y a veces donde una menos espera”.
–¿Qué recepción cree que tenga la novela en El Salvador?
–Le ha ido bien. Lo que me sorprendió es que tanta gente tuviera tantos sentimientos reprimidos con relación a la guerra. Mucha gente me ha contado que lloró mucho al leerla. ‘Yo también’, les respondo siempre. Es como un validar que la guerra nos dolió, nos duele aún mucho. ¡Y no se habla!
”Imaginate lo emocionalmente enfermos que estamos. Esto es lo que pasa con el arte: toca sentimientos. Eso no se logra con un ensayo político o sociológico. He ahí la importancia del arte y la literatura. Debemos sanar aún muchas cosas. Espero que mi recorrido para llegar a ciertas conclusiones pueda servir de algo”.
-¿Cree que existen suficientes vínculos entre las literaturas centroamericanas? ¿De qué manera pueden estimularse? -Los escritores nos conocemos gracias a iniciativas como la de Sergio Ramírez con el encuentro de narradores de Centroamérica cuenta. Pero nuestras naciones no hacen nada, pero nada, porque nos encontremos. Ni les interesa ni les conviene. Cuando ha habido conexión entre nosotros han salido cosas extraordinarias, como por ejemplo en los años 60 y 70, que fue una especie de mini-boom centroamericano. Luego vino la guerra y toda esa red quedó destruida. Muchos escritores fueron asesinados, desaparecidos o se fueron al exilio. Lo que necesitamos los escritores son espacios donde sentarnos a conversar, enterarnos de qué está pasando en cada nación, cómo lo ven los otros, qué están produciendo cada cual, qué ideas nuevas tiene. Formar redes, sintonizarnos, comunicarnos y reconocernos. La antología de Sergio Ramírez, Un espejo roto, ayudará en ello. Creo que vienen buenos tiempos para la región. Estamos comenzando a formar una nueva red de intelectuales y eso es fantástico.