Un amor crece y se desborda. Por amor se escriben cartas, nacen familias, se adoptan perros, se erigen casas. Por amor, también, se escriben libros, nacen coreografías, se adoptan proyectos, se construyen largas carreras de arte.
Tres parejas de artistas abrieron sus hogares –y su corazón– a Viva para hablar sobre la relación que cambió sus vidas: el actor y presentador de televisión, Leonardo Perucci, y su esposa, la actriz y escritora, Arabella Salaverry; los poetas –y otrora bartenders– Paola Valverde y Dennis Ávila, y el bailarín de la Compañía Nacional de Danza, Fabio Pérez y el actor Andy Gamboa.
Amor al primer beso
¿Cómo se conocieron Perucci y Salaverry? “¡En el teatro!”, asegura Salaverry.
Hace 37 años, la casa que comparten en Sabanilla no tenía siquiera esperanzas de existir.
Antes de engendrar una familia con Salaverry, Perucci creció viajando entre casas de sus familiares, un internado y residencias temporales en Chile y Cuba.
Tras llegar a Costa Rica en 1979, Perucci estaba al servicio de la Compañía Nacional de Teatro y del director uruguayo Atahualpa del Cioppo, en el montaje de Fuenteovejuna.
“Un día hubo una improvisación de todo el elenco. Teníamos que ejercitar la cosa sensitiva, teníamos que tocarnos”, recuerda el chileno, de 78 años.
“Había mucho tambor y mucho tocarse”, añade Salaverry con una sonrisa pícara.
“De repente, yo la toqué a ella, ella me tocó a mí y terminamos en un puro beso delante de todo el mundo. A partir de ese momento, nunca más nos separamos. Yo venía por 20 días y llevo como 40 años aquí”, se ríe Perucci. “Nos fuimos a vivir juntos como al mes”.
Sus historias, según describen, se parecen. Salaverry creció desarraigada de la provincia que considera su hogar espiritual, Limón. Perucci también se enamoró de la costa caribeña, aunque lo hizo en Cuba.
Su primer domicilio fijo, lo construyeron juntos mientras hacían malabares con trabajos en publicidad, televisión y obras de teatro.
“Arabella fue la constructora de esta casa y yo estaba tranquilo de que todo iba a andar bien”, describe Perucci.
“Cuando llegamos aquí, no estaba pintado. No había ninguna puerta. No había clósets. Pero estábamos juntos. La casa se fue haciendo” , cuenta Perucci.
No obstante, ambos recuerdan esas épocas por sus esfuerzos: los años en los que Perucci sacrificó el tiempo familiar por trabajar en Fantástico , los trabajos de Salaverry en anuncios que, ahora, menciona entre risas de pena ajena.
“Trabajábamos en lo que hubiera”, asegura la actriz.
En su casa de Sabanilla, Salaverry escribió su primer libro de cuentos, Impúdicas (Uruk) –con el cual ganó el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría 2016– y su primera novela, próxima a publicarse, El sitio de Ariadna (también de Uruk).
Retirado de la televisión, Perucci ahora dispara trivias mientras camina por la casa. Un signo de la nostalgia de los años que condujo, produjo y se desvivió por el programa de tele, Fantástico . Sin embargo, más que preguntar, el teatrero disfruta encontrar respuesta a las preguntas de su esposa.
“Me encanta cuando Arabella me llama y me pregunta cómo me suena una frase que escribió. Me encanta averiguar y darle una respuesta asertiva” , afirma Perucci.
Desde el teatro han emprendido juntos varios proyectos turnándose labores: uno dirige, otro actúa. En todos involucran a colegas y amigos.
“Yo admiro muchísimo la capacidad creativa de Leo. Es importante que uno admire a su pareja”, reflexiona Salaverry.
“Es muy satisfactorio iniciar algo, inventando prácticamente todo y dando espacio laboral a los compañeros”, dice la artista.
Antes de retomar su carrera literaria en 1999, Salaverry sostuvo la crianza de sus tres hijos –Andrea, Valeria y Leonardo–.
Juntos afrontaron la quimioterapia de Perucci durante su cáncer linfático.
“Sin ellos, a lo mejor no hubiera podido salir adelante”, dice Perucci.
“Nos agarramos como dos monitos en ventolera” , sostiene Salaverry sobre su amor.
La otra pieza
Si no se hubieran encontrado, la poetisa Paola Valverde y su esposo, el hondureño Dennis Ávila, todavía estarían buscándose.
Eso dicen, diez años después de haberse casado en el parque Morazán, en San José.
“Dennis estaba en Honduras buscando poesía centroamericana en Internet y se encontró el artículo de Viva sobre mi proyecto de talleres en las cárceles. El artículo traía mi número de teléfono”, recuerda Valverde.
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El primero en declararse fue él, días después de llamarla. Con 21 años, Ávila era el romántico; a sus 19 años, Valverde era la que no creía en el matrimonio.
“Teníamos algo en común, sin saberlo. Nos queríamos enamorar”, afirma Ávila.
En pleno apogeo de la comunicación cibernética, intercambiaron poemas por correo y por chat. Pasaron tres años –y, en ellos, viajes, noviazgos fallidos y soledades– antes de que Valverde accediera a conocer a Ávila.
“Me escribió un poema precioso. Con eso empezó todo. Yo se lo enseñaba a mis amigas. Para todo el mundo era un personaje maravilloso, pero era mi amigo: el poeta hondureño que me escribía cosas”, recuerda Valverde.
“Con personalidades tan únicas y locas... ¿Quién me iba a entender a mí? Yo decía, ¿llegaré a ser feliz con alguien? Pero yo lo imaginaba, soñaba con mi príncipe”, reconoce Valverde.
Se casaron en marzo del 2007, tres meses después de conocerse en persona.
“Era como un festival y una boda”, recuerda Valverde, comparándola con el proyecto en el que trabajan juntos, el Festival Internacional de Poesía.
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Nadie creía que el matrimonio fuera a durar más de dos meses, cuentan. Tampoco lo creyeron cuando juntos fundaron el bar Rayuela y, luego, lo transformaron en El Lobo Estepario.
“No va a durar. No va a durar el matrimonio no va a durar el bar”, cuenta Valverde que decían sus conocidos.
“ Eso aplica en todo. Cuando compramos la casa también”, se ríe Ávila.
Según dicen, el bar es el negocio que beca a su arte.
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Desde hace unos años se han retraído juntos a su casa en Tres Ríos de Cartago para crear su futuro: sus carreras literarias.
Valverde ganó una mención de honor del Premio Nacional de Poesía en el 2015 con su poemario Bartender , escrito para inmortalizar los años de locura en los que ellos mismos servían tragos y comida (sin saber cocinar). Dennis publicó el año pasado La infancia es una película de culto (Ediciones Perro Azul) y ahora espera un nuevo poemario con la editorial española Amargord.
Todos los días conversan, leen y escriben. Juntos.
“Somos un rompecabezas eterno”, asegura Ávila. “Hay días en los que no sabemos cómo encaja la pieza, pero la dejamos ahí y, mañana, volvemos a ponerla en su sitio”.
Lograr sincronía
Antes de estrenar su primera obra en el Teatro Popular Melico Salazar, el actor Andy Gamboa y el bailarín Fabio Pérez, Premio Nacional de Danza 2016, se conocieron en pleno FlA 2014.
“Me decía comentarios superpicarones, polos”, se ríe Pérez del cortejo, mientras Gamboa se aguanta una carcajada.
Según recuerda Gamboa, “Fabio cumplió con todos los puntos” que había anotado para su pareja ideal.
Las primeras impresiones fueron importantes. Cada uno conocía el trabajo del otro.
Tres meses después de comenzar a salir, Gamboa aconsejó a Pérez para un trabajo de la universidad. Así nació el borrador de CuerposAusentes o EnsayosParaMiMuerte , la primera obra de teatro-danza por la que Pérez ganó el premio al mejor intérprete durante el Festival de Coreógrafos del 2015.
La obra los llevó juntos a un festival en Croacia y consiguió para Pérez una audición en la Compañía Nacional de Danza, donde ahora trabaja.
“Para al audición me mandaba mensajes y era como seguir una carrera de caballos”, afirma Gamboa.
“Empezó la relación amorosa y empezó la relación laboral. Estábamos asustados”, recuerda Pérez. “Yo decía que era muy pronto. Pero nuestra relación podía fructificar si vivíamos juntos, o tal vez no. Nuestra relación profesional podría crecer un montón, o tal vez no. Así que probamos”.
En el 2015, dos días después de que rentaron su apartamento en Plaza Víquez, adoptaron un gato, Cedro. Esa es la familia completa, dice Pérez.
“Somos amigos, somos novios, somos compañeros de trabajo y somos cómplices. Me encanta verlo bailar”, asegura Gamboa sobre el respeto mutuo. “Es un regalo verlo, admirar a otro artista. Es muy gratificante porque yo también sufro sus lesiones y su cansancio”.
Durante tres años juntos, han logrado crear una coreografía original por año. Mezclan, en dosis variadas, las habilidades del movimiento de Pérez y el dominio textual y gesticular de Gamboa.
Actualmente, trabajan en Diluvios , una obra sobre migraciones que nació como un comentario que hizo Gamboa y que, en sincronía con su novio, Pérez interpretó como la chispa para una coreografía.