El humo se eleva con misterio y la música comienza a sonar. Un violín en solitario, agudo y feroz, hace que el telón se abra y dé paso a una miríada de caminantes en la escena. Niños y adultos se desplazan de izquierda a derecha sobre el escenario como eternos migrantes, como irruptores de fronteras con el corazón abierto al destino y las plantas de los pies dispuestas a caminar lo que sea necesario para encontrar su hogar.
Treinta y siete artistas posan en escena. El violín se acompaña de guitarras y percusión con las luces meditativas del Teatro Nacional sobre sus espaldas.
Se trata de la escena que da comienzo a El sitio de las abras, la gran producción que ha preparado durante un semestre el Teatro Nacional y que tendrá su estreno este sábado 15 de setiembre. En el marco de las festividades patrióticas, y con un presupuesto de ¢57 millones, se presenta esta obra escrita por Fabián Dobles, autor costarricense de referencia quien nació hace exactamente 100 años.
Con una puesta en escena alejada de maniqueísmos y un gran elenco que actúa, baila y canta con músicos tocando en vivo, el Teatro Nacional recuerda una lejana época que habla mucho de cómo construimos nuestro país: todos los sucesos que antecedieron a la Segunda República costarricense.
La tierra habla de nosotros
Para comprender la pieza teatral que se estrena en el Teatro Nacional es bueno regresar a la larga novela que esculpió a esta adaptación.
El sitio de las abras es una obra capital para el desarrollo del movimiento conocido como realismo agrario costarricense. Es sencillo entender el concepto cuando se adentra en la trama de la obra: cuatro generaciones se enfrentan a los intereses de terratenientes por hacerse con la tierra. En el texto de Dobles, no es tan importante la posesión de los terrenos, sino cómo se crean barreras en una sociedad que creó su casa con manos propias.
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Para Dobles, cercar el territorio geográfico es cercar el espíritu comunitario que dio pie a la creación de una sociedad.
No es difícil entender cómo este autor logró profundizar en este tema. Tras ver la crisis del crack de 1929 a sus 11 años, y enraizarse en su adolescencia al ala comunista (el escritor perteneció al Partido Vanguardia Popular posteriormente), fue muy sencillo para Dobles conocer y sufrir realidades ajenas. Para 1950, año en que se publicó El sitio de las abras, Fabián Dobles ya no era un escritor novel, sino un creador en plena capacidad artística y con los ojos puestos en quienes se encontraban en el destierro.
El espíritu de una época que no vivió (la obra transcurre entre 1875 y 1947) fue absorbido y digerido con calma por Tatiana de la Ossa, directora que se encargó de la adaptación total de este clásico literario.
Una de las principales premisas que consignó la directora al momento de construir su propia versión de la obra fue difuminar el estereotipo del campesino. En El sitio de las abras no tenemos a un labriego sencillo ni a un trabajador explotado, sino a un ancestro, un padre, un linaje en común de todos los que vivimos en Costa Rica.
“Siempre asumimos que el campesino es una figura que pertenece al pasado. Como que la gente siente que ya no somos eso, y no nos damos cuenta de lo ligados a la herencia y lo igual que somos. Eso se debe al estereotipo negativo que se ha impuesto sobre el campesino. Estos antepasados tenían la capacidad de ser sobrevivientes en el entorno de la naturaleza. Se compenetraban con el entorno de uno a uno, cuando más bien ahora nos cuesta mucho lograr eso”, afirma de la Ossa.
“En ese momento histórico, la tierra no era un recurso; era casa. No era una propiedad ni un lote; era comunidad. Esto es una diferencia de cómo creemos que son los campesinos a cómo los campesinos se ven a sí mismos. Es una diferencia que se marcó desde la urbe y desde entonces nos fuimos distanciando de los ancestros. El campesino es un héroe, un sobreviviente que se hizo su propio camino y que adoptó la forma de un líder social”, manifiesta la directora.
Ante ese componente, de la Ossa no teme catalogar la obra como un híbrido de sentimientos. Para la directora, El sitio de las abras se permea con mucha nostalgia, pero no deja de lado el carácter de denuncia ante el hambre de poder.
“Ese vistazo al pasado se puede comparar con los programas de televisión en los que nos encanta ver cómo la gente sobrevive. Siempre estamos añorando a ese ser anterior capaz de sobrevivir, atlético, atento, pero también con dificultades. Es una especie diferente de superhéroe. Eso sí: antes teníamos esas habilidades para sobrevivir y ahora nos sentimos ineptos en este mundo urbano. El heroísmo de estos campesinos está en la capacidad de ver la naturaleza como un reto maravilloso; no como un castigo divino”, dice de la Ossa.
Se hace camino al andar
En El sitio de las abras, cuatro generaciones caminan y se desviven a través de la misma tierra, como una metáfora del efímero paso que se retrata tan solo unos minutos sobre las tablas.
En el escenario, quienes encarnan a estos antiguos pobladores son 37 intérpretes que actúan, cantan y bailan. Para Tatiana de la Ossa, es importante que existiera música en vivo como recordatorio de las antiguas presentaciones en las cuales no existían las grabaciones. Para los intérpretes, esta mezcla de habilidades es una manera de traslapar sus cuerpos hacia el pasado.
“La obra muy intencionadamente reconcilia la imagen del campesino. Es una figura más digna, fuerte, dueños de la tierra y su destino. Es rico aceptar eso como parte de uno, de la historia nacional. Estamos acostumbrados a ver imágenes de campesinos con chonete, enagua, y con cierta imagen sobre baile folclórico. Se nos ha olvidado que son más que eso: son personas ejemplares”, dice Carlos Miranda quien, además de actuar en la obra es asistente de dirección.
Por su parte, el actor Melvin Jiménez recalca lo que dice Miranda. En su caso, existe una conexión muy particular con la obra, ya que se desarrolla en su ciudad natal: Turrialba.
Para este montaje, la producción realizó más de una decena de giras por el país para acercar al cuerpo histriónico a la experiencia del campesinado. Jiménez logró llevar al elenco a conocer a su familia turrialbeña.
“Estuvimos con boyeros, estuvimos con curanderos, vimos paisajes, entendimos las costumbres… Particularmente, en la gira a Turrialba todos reconocimos cómo el trabajo con la neblina en la escena se asemeja a lo que se ve allá. Yo soy de un pueblito pequeño llamado San Juan Sur y es una manera también de recordar de dónde vengo”, señaló el intérprete.
“A mí, especialmente, me conecta con mis abuelos”, dice la actriz Natalia Regidor, quien interpreta a tres personajes. “Recuerdo cuando era pequeña e íbamos de la mano. Era una vida sencilla y no tan capitalina. Eso te conecta con algo que de repente no tenés tan consciente”, señala.
“Y también es bueno recordar que, aunque hay villanos muy demarcados, hay gente mala en la historia y esa gente mala también es nuestro antepasado. También venimos de ahí. No todo es idílico”, replica Miranda.
Néstor Morera, quien además de interpretar a dos personajes es el coreógrafo de la obra, señala cómo actuar, cantar y bailar puede rendir un homenaje a ese sentimiento.
“Definir lo que es un campesino es muy complejo. Tal vez, al estar en una obra que aplica tantas disciplinas, podemos sentirlo a muchos niveles. A mí se me relaciona mucho con la fuerza, con el arraigo. Creo que todos lo sentimos en común”, dice Morera.
Un caso muy particular dentro de la inmersión del cuerpo histriónico es el de Isabel Guzmán. La actriz, quien casualmente hace pocos meses fue estelar en el musical Chicago, nació en El Salvador, por lo que su proceso de indagación en el campesino costarricense fue explosivo.
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“No es solo conocer a personas que son campesinas; es que son personas que decidieron hacer su hogar desde cero. Se fueron, tomaron una tierra y construyeron una comunidad de seres. Al ser salvadoreña, tuve que inspirarme de la esencia que transmiten”, dice la actriz, quien interpreta a Dolores Sánchez, uno de los personajes medulares de la obra.
“En esta obra contamos la historia de una generación de campesinos que decidió construir un hogar porque sabía que nadie se los iba a dar. Esa sensación de búsqueda profunda, creo yo, caló en todos y por eso esta obra es tan especial”, confiesa Guzmán.
Sobre el espectáculo
El Sitio de las abras se presentará en el Teatro Nacional con cinco funciones para el público general: el sábado 15 de setiembre, a las 8 p. m.; el domingo 16, a las 5 p. m.; el viernes 28 y sábado 29, a las 8 p. m., y el domingo 30, a las 5 p. m.
La entrada en butaca tiene un precio de ¢12.000, ¢10.000 en luneta y palcos y en galería las entradas cuestan ¢8.000. Los estudiantes y adultos mayores con carné tienen un 20% de descuento, comprando en la boletería o en el centro de llamadas.
Las entradas las puede adquirir en la boletería, llamando al 2010-1110 y en el sitio teatronacional.go.cr.