Una caminata hacia el norte o el sur de la Avenida Segunda de San José se torna gradualmente en una campaña contra la muchedumbre que se apuesta en aceras ruinosas, que obligan una competencia despiadada por el control de la calle. En caso prudente, cuando los automóviles ganan, de la alcantarilla. Los edificios marchitos se asolean y escurren lo que queda de sus esmaltes, cascarones de pintura y mugre.
Cuando cae la noche, esa misma ciudad queda a la intemperie, desnuda, contradictoria sin nadie que recorra sus pasadizos.
La Bienal de Arquitectura de Venecia incluyó este año un lienzo para Costa Rica, como si hubiera pedido que se tomaran trozos de esos muros – los de la modernidad de San José – para comprender a la ciudad que brotó con el café y se cosechó en el concreto.
Ticollage City , el primer pabellón costarricense en la Bienal de Arquitectura de Venecia, muestra la historia del urbanismo y la arquitectura costarricenses durante los últimos 100 años, y examina las huellas de nuestro caótico modernismo.
El pabellón consiste en una línea de tiempo con 71 edificaciones que relatan la absorción de la modernidad en San José en el último siglo, y su presentación fue acompañada de ambientes sonoros de Sergio Fuentes ( The Wiesengrund Project) y Green Noise.
De cafetal a urbe. Oliver Schütte , quien dirigió la curaduría de la muestra, explica que el modernismo arquitectónico nació en los países europeos en la segunda mitad del siglo XIX y fue traído a Costa Rica por los gobiernos liberales en busca de influencias más allá de la herencia española.
Sin embargo, señala que la tragedia fue quien asentó el modernismo arquitectónico: el terremoto de Cartago en 1910 hizo trizas el adobe, y las autoridades estatales comenzaron a depositar su confianza en el concreto reforzado.
La capital de Costa Rica nació en medio de cafetales y creció con vigor. En 1914, San José ya era una ciudad adelantada a su tiempo: la ciudad avanzaba con la velocidad del tranvía, y el camino, alumbrado con luz eléctrica, apuntaba a la vanguardia arquitectónica del Viejo Continente.
Aun así, el avance trastabilló, llegó el caos urbano y se vistió con rejas y alambres de púas, con una multitud que lo atesta durante el día y lo abandona en la noche.
El pabellón en Venecia dibuja la coincidencia del nacimiento de nuestro modernismo urbano y la internacionalización de la arquitectura. Este repaso cronológico deja claro que la historia arquitectónica en Costa Rica se define por las múltiples direcciones de su desarrollo económico: la capital costarricense podía tener tintes victorianos y caribeños al mismo tiempo, un lujo que otras ciudades en Latinoamérica no tuvieron.
Schütte explica: “En la exposición decimos que el impacto más fuerte de la modernidad en Costa Rica se dio en el conjunto urbano, no en estilos arquitectónicos de edificios individuales” Aunque había una arquitectura muy variada, San José se desarrollaba como un centro compacto que proveía múltiples servicios a sus habitantes, por lo que no los obligaba a retirarse al final de cada día. La ciudad también era una casa.
¿Pudo San José lidiar con esa carga de influencias? En su recorrido histórico, Schütte concluye que, en cuanto a la arquitectura, sí, pero en materia de urbanismo, la respuesta es una rotunda negación.
Mapa del éxodo. La capital no pudo evitar que su población alejara sus viviendas del centro. Con ello comenzó el éxodo hacia los suburbios, a pesar de que la generación arquitectónica de la Segunda República fue colosal y cambió la escala de la ciudad con edificaciones como la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS) y el Instituto Nacional de Seguros (INS).
La antropóloga y curadora del pabellón Marije van Lidth de Jeude detalla que la década de 1960 trajo consigo la corriente urbanística de Estados Unidos, donde la arquitectura moderna se definía por la separación de funciones: se trabaja y compra en las ciudades; las viviendas quedan en las afueras.
Según la curadora, tal modelo provocó daños estructurales – e, incluso, emocionales – para las personas que deben frecuentar las ciudades. “(Las ciudades) son como islas que obligan una extensa movilización de la gente y un uso mayor de los automotores, lo cual genera presión ambiental y psicológica: las personas ya no se ven en la calle, cada uno está en su carro y no hay interacción entre las diferentes clases sociales. Eso genera segregación social”, considera.
Tal modelo degenera en la privación de espacios públicos de calidad. Por ejemplo, la curadora lamenta que la contaminación de los ríos que recorren San José haya provocado que se construya con las espaldas hacia estos.
Schütte afirma que, al comparar el pabellón costarricense con el de los otros 65 países que conforman el Bienal de Arquitectura de Venecia de 2014, es evidente que en Costa Rica faltó – y falta aún – una estrategia para afrontar la expansión de las ciudades y, por ello, nuestro modernismo pasó a ser la descomposición fragmentada que conocemos hoy como la Gran Área Metropolitana.
El curador considera que el Estado costarricense decidió que no tomaría parte en su propio crecimiento: dejó el desarrollo urbano en manos de las inmobiliarias privadas, las cuales, a su vez, trabajaron separadas.
“Otros Estados tenían tendencias similares, pero crearon posibilidades para incentivar la vivienda diversificada en las ciudades y una infraestructura apta para centros compactos, como un tranvía o una ciclovía, que son proyectos que todavía se discuten en Costa Rica y no se realizan”, agrega Schütte.
En cuanto a nuestro desarrollo actual, los curadores del pabellón ven “desarrollos capsulados”. Es decir, aún no hay una ciudad consistente que se desarrolle como una sola urbe.
La línea de tiempo llega hasta el inconcluso proyecto de la nueva Asamblea Legislativa. Mauricio Herrera, colaborador de la exposición, considera que ese, el último gran proyecto, la última gran inversión de tiempo y dinero de obra pública urbana después de la Plaza de la Cultura, ilustra el papel deficiente del Estado para dirigir la expansión de su propia capital, pues podría no ser construida.
A pesar de tales carencias, la campaña no está perdida. El reconocido arquitecto holandés Rem Koolhaas, curador de la bienal de este año, describe a la Gran Área Metropolitana como un “campo de potencial”, un espacio que, sencillamente, no ha sido aprovechado. Ticollage City provoca preguntarse: ¿cómo queremos construir nuestras ciudades? ¿Cómo queremos que luzcan?
San José es un laberinto con cápsulas de alta calidad arquitectónica, procesos aislados que no se conectan con otros, y por eso, como el café, requiere trabajo para que sea un grano de oro.
El pabellón de Costa Rica en la Bienal de Arquitectura de Venecia es el diagnóstico de una enfermedad crónica; la atención de esa dolencia es el paredón que podría detener el vicio de las urbes: la separación de su gente.