Un costarricense albergó a un peruano en París en los años 20, y miles de ticos recibimos hoy a un peruano en San José en estos años nuestros. Así como Max Jiménez le entregó su amistad (y un atelier parisino) a César Vallejo en aquel entonces, los ticos le dimos a Fernando Iwasaki un par de libros y una feria abarrotada.
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Como uno de los nueve invitados a la Feria Internacional del Libro, el autor de Libro de mal amor (2001) y Ajuar funerario (2004) ha estado en la Antigua Aduana y otros espacios josefinos conversando sobre sus pasiones: la literatura, el humor inherente a su trabajo, la pasión del lector.
Además, Editorial Germinal le publicó para la ocasión una colección de ensayos, Mínimo común literario , y otra de cuentos, El atelier de vercingétorix , en cuyo prólogo Max se topa a Vallejo y Perú a Costa Rica. Sobre ambos y otros temas de letras conversó Viva con el célebre narrador, historiador y gestor cultural peruano, residente en Sevilla.
Al principio, queríamos saber cómo llega un peruano que vive en Sevilla a escribir del difunto Club Oh!, una desaparecida discoteca josefina donde empieza el cuento El beso de la mona-mujer , incluido en la antología tica. Iwasaki tiene familia en Costa Rica y ha visitado el país antes, pero este empezó por encargo, como cuento de verano para un especial de vacaciones (“porque en España existe la persuasión de que el cuento es algo como menor, suelen ser encargos”).
Pero como es usual en Iwasaki, irrumpen en la historia giros hilarantes, juegos de palabras y un deleite en el lenguaje. Hay flamenco, la “mona” de las leyendas y un desvío a Punta Islita y otro a Tabacón. Esta “guía turística” por Costa Rica no es el más representativo de sus cuentos pero tiene lo que hace a Iwasaki.
¿Cómo se dispone a escribir un cuento, cómo encuentra si irá por un lado o por el otro? “A mí no me ocurre lo que siempre escucho hablar de la página en blanco. Nunca llego a ella sin haber elaborado antes un esquema. Todo lo tengo ya diagramado, diseñado, y para eso el papel y el lápiz son fundamentales. Así es como preparo. Ahora, ¿cómo surge la epifanía, el tema? De maneras muy diversas.
”Tiene que ver con la lectura, puede estar relacionado con conversaciones, puede ser una chispa que se te enciende pensando ‘este puede ser un tema bonito’, y a partir de ahí, investigar de qué forma puede plantear, de forma convincente, esa idea”.
Parte de lo más comentado de su trabajo es el interés por los juegos de palabras, estirar palabras hacia ciertas direcciones, jugar con el humor. ¿Cómo trabaja él, cómo lo investiga?
Pienso que es algo que tiene que ver con el carácter, con algo que forma parte del mundo latinoamericano. Estamos siempre jugando. Cuando escuchamos en la radio a Celia Cruz, a Héctor Lavoe, a Rubén Blades, ya estamos oyendo juegos de palabras. Cuando empezamos a leer a Cortázar, a Guillermo Cabrera Infante, a Ibargüengoitia, descubrimos que los mismos juegos de las canciones están en la literatura, y de pronto en varios niveles ocurre algo así. Jamás en España un juego de palabras sería titular de un periódico; en América Latina (y en Inglaterra), sí. Siento que eso nosotros siempre lo hemos tenido. Mi madre siempre lo tenía, en mi casa era lo normal. Es por eso que el humor latinoamericano llega un momento en que es incomprensible en España, como los albures mexicanos.
”Lo que pasa es que somos muy pudorosos en darle al humor el lugar que tiene, y uno queda mejor pareciendo más solemne, más serio. Aunque en América Latina nos gusta mucho el humor, preferimos aparentar solemnidad. Hay autores que rompen con eso. Para mí, Ibargüengoitia, Cortázar o Bryce Echenique fueron escritores muy humorísticos. Hoy hay una revalorización de Jorge Ibargüengoitia impresionante; cuando murió, no era considerado, como hoy, un autor de referencia.
”Ha tenido que pasar mucho tiempo y que aparecieran escritores como Monsiváis, que hace algo muy parecido, y José Emilio Pacheco en la poesía, y hoy Juan Villoro, y todos los escritores que hoy levantan la bandera de Ibargüengoitia. Ya se puede alzar el humor como una bandera más, pero hasta hace unos años yo diría que no.
¿A qué se debe la revalorización del humor?
En primer lugar, siempre hemos pensado que el humor había que esconderlo, guardarlo para momentos de expansión. En segundo lugar, con la tremenda politización que hubo en los años 60 y 70, el humor era mal visto. En Mínimo común literario , hay un texto, El humor en los tiempos de boom , donde pongo citas de Vargas Llosa, García Márquez y otros autores que deploraban el humor; decían que era banal, que no era revolucionario, que no reflejaba compromiso...
Aunque el humor no necesariamente es algo frívolo, algo banal, sobre todo en nuestras sociedades conservadoras, puede ser algo tremendamente político.
Pero hay que diferenciar entre hacer humor y hacer un chiste. El chiste es una cosa inmediata, explosiva, efímera. Del humor, bien preparado, te sigues riendo aunque pasen los siglos. Creo que hoy ya hemos llegado a la aceptación de ese humor y añadiría que la literatura en español sin el humor no sería lo que es. Cervantes era un humorista.
¿Cómo empezó a escribir?
Probablemente empecé a escribir en el colegio, en los periódicos del curso… Siempre me pareció que escribir era algo muy atractivo, pero no me planteaba ser escritor. Estudié historia, escribía artículos de historia y publicaba entrevistas. Fue un amigo el que sabiendo que me gustaba leer a Borges, a Cortázar y otros autores, me dijo que yo debería escribir. Este amigo, que también escribía, no ha publicado todavía ningún libro y yo, sin ese empujón, no estaría donde estoy. Escribir siempre formó parte de mi propósito personal, pero no me imaginaba como escritor.
En Mínimo común literario , el autor habla de las “segundas vocaciones”: “A muchas personas las conocemos por su segunda vocación: estudiaron otra cosa, pero cuando terminaron de hacerlo, destacaron como músicos, pintores, narradores…”. La literatura era la suya.
Al llegar a España, encontró en la literatura sustento para su familia y espacio para su pluma porque, formado en Perú como historiador, estaba fuera del circuito académico español y se le dificultaba obtener empleo. “ De pronto, fue mi segunda vocación la que acudió en auxilio de mi familia y de mi vida. No hubiera podido encontrar en España un espacio laboral si no fuera por esa vocación por la literatura. Prácticamente no he dejado de colaborar en prensa desde el año 88”, dice Iwasaki.
– ¿La primera y la segunda son para usted complementarias, opositoras…?
–Son complementarias porque siempre me he movido en un mundo donde las artes y las humanidades están ancladas. No es posible ser solamente un historiador que trabaje con documentación fría de archivos. Si quieres escribir sobre el Siglo de Oro, tengo que leer las obras, el teatro, la poesía del Siglo de Oro, tengo que introducirme en ese mundo cultural, entonces comprenderé mejor los documentos.
” Eso es algo que no me lo enseñó la universidad, sino que lo fui hallando por mi cuenta porque entré en contacto con otras corrientes historiográficas que sí hacían eso, porque me daba cuenta de que era lo que buscaba. No hay ya las fronteras, los frascos donde estaba en uno el historiador y en otro el filólogo, ahora es una especie de maisntream donde estamos todos metidos, y entre más seas capaz de relacionar lo que has aprendido, pues mejor. Las segundas vocaciones, si has sido capaz de tenerlas vinculadas a la primera, pues pegan y crecen con más fuerza. Es lo que ocurre en cualquier jardín. Los árboles van creciendo y se hibridan muchas veces”.
Es en el diálogo con el lector que surge el combustible de su literatura: “A mí me interesa mucho que el lector sienta que le hablo de él”. “Es decir, me parece muy legítimo que los escritores hablen de sí mismos, me parece muy legítimo que hablen de un problema sobre el cual quieren crear una consciencia. Pero a mí me gusta que la relación que busco establecer con el lector tenga complicidad, confidencialidad. Parece que le voy a hablar de mí, pero le estoy hablando de su realidad, de su memoria, de su historia”.
Editorial Germinal tiene en la feria ‘El atelier de vercingétorix’, una selección de cuentos (con un prólogo especial para Costa Rica), y ‘Mínimo común literario’, una colección de ensayos y reseñas literarias. Iwasaki conversará hoy con Carlos Cortés en el Teatro de la Aduana. Será a las 6 p. m.