Si se revisan los más grandilocuentes dilemas que se han retratado en el cine latinoamericano, el nombre del escritor Guillermo Arriaga aparece como una constante.
El mexicano obtuvo el prestigio internacional al escribir las películas que forjaron el nombre del director Alejandro González Iñárritu (Amores Perros, 21 gramos y Babel), y desde entonces sus relatos fragmentados y crudas visiones de mundo se han ido intercalando con éxito tanto en el ámbito audiovisual como en el literario.
En su paso por Centroamérica Cuenta, el influyente escritor conversó con Viva sobre los procesos que le ayudan a construir sus historias.
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Usted empezó en los deportes previo a incursionar en el mundo de las artes. ¿Marcó esto de alguna manera su comprensión de las narrativas? Porque el deporte también cuenta con ellas.
A mí lo que me enseñó el deporte es que sin disciplina no se va a llegar a ningún lado. Si no se dedica en cuerpo en alma a ser el mejor no se llega a ningún lado. Para realmente poder sobresalir en algo hay que dedicarle mucho, hay que practicar.
¿Cómo se traduce esta disciplina en su proceso creativo?
Así como dicen que Michael Jordan se pasaba 10 horas practicando tiros libres, yo me paso 10 horas escribiendo.
¿Esa escritura nace de un concepto, una idea o...
Una historia. Una historia básica, muy básica, que tengo en la cabeza y que ahí desarrollo.
Ha comentado anteriormente sobre su concepción de “un cuerpo de toda la obra”, ¿cuales son estas preocupaciones que usted identifica y a las que vuelve constantemente?
Uno no tiene tanto control de los temas a los que va a volver. Eso es algo que el inconsciente dicta. Un tipo que estudiaba en Bélgica me hizo notar que en mis noveles y mis películas siempre habían hospitales, cementerios, gente amputada, gente infiel... Entonces son constantes que sin querer se le transmitan a uno.
¿Diría que el proceso de escritura va menos a lo racional que a lo sensorial?
Yo creo que más que lo racional o lo sensorial, va a la intuición. Es un acto de intuición. Es tu inconsciente tratando de poner en orden las historias.
Ha mencionado la influencia de Dostoyevski y de Faulkner en su obra, ¿son estos diálogos morales y existenciales algo que le genera particular interés?
Lo que yo creo es una literatura vivencial. Una literatura que se alimenta mucho de las vivencias y las experiencias que he tenido en la vida. Entonces, más que existencialista creo que es vivencial. Es tratar de contar las historias que me han tocado de cerca y que están almacenadas en la bóveda de mi inconsciente.
¿Existe responsabilidad del escritor a la hora de contar estas vivencias?
No. No tengo ninguna responsabilidad más que con la historia. No tengo responsabilidad ni con lo políticamente correcto, ni con nada. Yo estoy concentrado en la historia.
¿No concibe que la historia debe ir de la mano con ciertas ideas? Hay novelistas que hablan de la importancia de que la novela contemporánea proponga nuevas lecturas.
Yo soy un contador de historias. Yo creo que no puedes cargar una novela de algo que no puede llevar. La novela debe contar una historia, y esa es su función fundamental. Ya ponerle cargas encima, no.
Anteriormente ha hablado de que ve sus obras como cierto “homenaje a la vida”, ¿es necesario confrontar a sus personajes en situaciones tan extremas y trágicas para llegar a esa apreciación?
No. No es necesario, pero eso no depende de mí. Yo no soy el que decide sobre la obra. Es el inconsciente. Es algo que naturalmente sale en mi obra y no peleo contra ello. Lo asumo, lo acepto y es lo que la obra me dicta.
¿Es la fragmentación de sus narrativas y su uso de múltiples también parte de este impulso?
La fragmentación viene de que tengo déficit de atención. Veo muy disperso, entonces por eso mi forma de pensar es dispersa y mi forma de escribir es dispersa. No puedes evitar que tu propia personalidad y tu propia psicología influya en la forma en la que escribes.
¿Cómo se traduce esto a la hora de darles vida y caracterizar a los personajes?
Lo que yo siento es que como tengo déficit de atención no sigo procesos lógicos. Mi forma de pensar es por brincos. Voy construyendo los personajes a través de estos brincos. En cada brinco voy viendo esta faceta distinta de cada personaje.
En los círculos de cinearte donde se ha desarrollado actualmente impera un énfasis de lo sensorial sobre lo argumentativo, ¿para usted cómo se traducen estos procesos no lógicos con el arte audiovisual?
Es contar una historia. Cuando se cuenta una historia hay que usar todas las herramientas posibles. El espacio, el tiempo, los sentidos, el clima, la luz, las texturas. Todo eso viene desde que lo escribes.
“Yo quiero que en mis novelas la gente sienta que está sudando. Yo quiero que en mis novelas la gente sienta que huele mal. Yo quiero que sienta el peso de un cadáver igual que lo hago en el cine”.
¿Hay un valor en llevar al lector a situaciones incomodas?
Yo no siempre quiero incomodar. Yo no siempre quiero confrontar. Es algo que surge y que yo asumo. Algo que respeto y que es parte de mi forma, entonces si confronto no es porque yo quiera, es que es la historia que estoy contando y la que elegí lo cuenta así.